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La ONU pidió a Colombia esclarecer más de 185.000 desapariciones

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Ivan Duque, bajo la lupa
Ivan Duque, bajo la lupa

Solo 15 Estados latinoamericanos han ratificado la Convención contra la desaparición forzada de la ONU. Colombia tiene un dispositivo de tres organismos que bregan en paralelo para investigar, y un Plan Nacional de Búsqueda, pero los resultados no parecen satisfactorios para responder a la tragedia que no cesa. (1)

 

El Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU, reclamó a Colombia que “depure … las diferentes bases de datos … y genere estadísticas precisas y fiables sobre el número de personas desaparecidas”. Se trata de 185.422 víctimas, de las cuales 44.000 serían menores, según datos ofrecidos por el gobierno a este Comité, constituido por 10 expertos independientes elegidos por el voto secreto de los 63 Estados que han ratificado la Convención de la ONU en la materia.

Los expertos reclamaron conocer “los diferentes grupos de víctimas, las causas y dinámicas, … para adoptar medidas de prevención … y búsqueda más eficaces”. Exigieron su “número total”, con nombres y apellidos”. También el “sexo, género, la orientación sexual, edad, nacionalidad y el grupo étnico, así como el lugar, fecha, el contexto y circunstancias de la desaparición”, junto al “estado de los procedimientos de investigación, exhumación, identificación y entrega”.

El Comité recomendó atender las desapariciones llevadas a cabo por “la Fuerza Pública”, tomando en cuenta la prohibición de ascensos de oficiales investigados por haberlas cometido, al igual que “las perpetradas por grupos armados organizados al margen de la ley, en particular las relacionadas con las casas de pique, con el reclutamiento forzado de niños y niñas, mayoritariamente en las comunidades indígenas y afrocolombianas, y con las desapariciones transfronterizas”.

Asimismo recomendó las “investigaciones de oficio, de manera rápida, exhaustiva, imparcial, independiente y con enfoque diferencial”, buscando impedir que los agentes del Estado, civiles o militares, oculten o falsifiquen la verdad de los hechos. A la “Jurisdicción para la paz”, surgida de los acuerdos entre el Gobierno y las FARC de 2016, le sugirieron que “priorice la apertura de un macro proceso sobre las desapariciones forzadas”, acaecidas durante el conflicto armado interno.

El Comité mostró paralelamente inquietud por “los asesinatos, amenazas y represalias en contra de personas defensoras de derechos humanos, de pueblos indígenas y de comunidades afrodescendientes, víctimas de desaparición forzada y sus familiares y representantes, incluyendo los comparecientes a testimoniar ante la Jurisdicción para la paz (JEP), así como por los altos niveles de impunidad por estos actos”.

El Comité se inquietó por “los limitados avances en la identificación y devolución de personas desaparecidas, en particular de los más de 24 mil cuerpos inhumados no identificados en cementerios públicos y de los más de 4.000 cuerpos … que faltan por identificar de los más de 10.000 que se han exhumado”. Los expertos instaron en consecuencia “identificar y restituir los restos humanos a los familiares en condiciones dignas y en consonancia con sus costumbres”.

En ese contexto, los expertos recibieron quejas de familiares de desaparecidos “que reportaron hallazgos de cuerpos … sin que se tomase acción alguna para el levantamiento de cadáveres y su identificación”, sumado a “la insuficiencia e inaccesibilidad de las campañas para la obtención de muestras genéticas”, concretamente en “zonas rurales”.

Los allegados a la víctimas denunciaron a su vez “problemas en el manejo y protección de los” restos “de personas no identificadas, tanto en cementerios públicos, privados y campo abierto, causando la alteración, pérdida, mezcla o destrucción de los cuerpos sin identificar, situaciones que se han exacerbado con la pandemia de Covid-19”.

Para paliar estas situaciones el Comité propuso iniciativas tendientes a proteger los cadaveres “de personas desaparecidas, proceder a su identificación inmediata, aun cuando estos hayan sido localizados por particulares sin la intervención de agentes del Estado”, y desde luego salvaguardar “las zonas” en las cuales “se estén realizando labores de exhumación y diligencias forenses, y los cementerios o lugares donde se encuentren cuerpos de personas no identificadas”.

En cuanto a la búsqueda de pruebas propusieron “asegurar campañas para la obtención de información ante mortem y muestras genéticas de familiares de personas desaparecidas sean suficientes y accesibles en todo el país”, especialmente “en zonas rurales, y que las muestras recogidas sean prontamente procesadas en incluidas en el Banco de Perfiles Genéticos”.

A modo de conclusión, los expertos parecieron lamentar que solo “una pequeña parte” de los deudos de desaparecidos, se han beneficiado con el “derecho a la reparación”, unos 12.490 casos. Recordaron que es una responsabilidad del Estado, “y que sea aplicable aunque no se haya iniciado un procedimiento penal”, sin marginar los que “están fuera del ámbito de aplicación” de la Ley 1448 de 2011, adoptada en el marco de la reparación de víctimas y restitución de tierras.

 

(1) Los países latinoamericanos y del Caribe que han ratificado la Convención son, por orden alfabético: Argentina, Belize, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Honduras, México, Panamá, Perú, Uruguay y Panamá.

 
 

7 comentarios Dejá tu comentario

  1. Pobreza, jóvenes sin futuro y policías entrenados para la guerra avivan la hoguera de la violencia en Colombia. La pandemia había puesto entre paréntesis las protestas generadas a fines del 2019. Ahora se reanudaron tras un agravamiento sustancial de la crisis social y política.

  2. Menos de cinco años atrás, después de firmarse los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC para terminar con medio siglo de guerra, Colombia parecía que entraba en una nueva era de estabilidad. A fines de noviembre de 2019, esa ilusión se resquebrajó. Se lanzó el Paro Nacional, una serie de protestas contra las políticas económicas, sociales y ambientales del gobierno del presidente Iván Duque. También por la reticencia oficial de consolidar los acuerdos de paz con la guerrilla, el asesinato de decenas de líderes sociales y los innumerables casos de corrupción dentro del gobierno. Las manifestaciones continuaron en forma intermitente hasta el 21 de febrero de 2020. Fue cuando la pandemia del coronavirus salvó a Duque y puso entre paréntesis la crisis por casi 15 meses. Todo volvió a estallar el 28 de abril de este año. La gente salió a la calle para detener el proyecto de reforma tributaria que “salía a cazar animales en el zoológico”: más impuestos a los empleados y obreros de la economía formal sin tocar, prácticamente, a los más poderosos. Los impuestos fueron apenas el disparo. Por detrás estaba la profunda crisis económico-social provocada por la pandemia que aumentó la pobreza un 6,8%, empujando hacia abajo a otros 3,5 millones de personas. Ahora 42,5% de los colombianos son pobres. A partir de ahí, cada sector marginado o región sumó un reclamo que van desde los incumplimientos de los acuerdos de paz, las continuas masacres, el retorno de las fumigaciones con glifosato, la compra de aviones de combate y tanquetas para el odiado Escuadrón Móvil Antidisturbios. Una combinación de factores que, como ocurrió en Chile para la misma época de fines de 2019, terminan sacando a cientos de miles a las calles. La mayoría lo hace en forma pacífica y unos pocos aprovechan para instigar la nefasta teoría del “cuanto peor, mejor”. La dura cuarentena colombiana afectó especialmente a las clases de menores ingresos y a los trabajadores informales. El desempleo casi se duplicó entre marzo y junio del año pasado como resultado de los cierres. En marzo, el 16,8% de los trabajadores de las 13 mayores ciudades y áreas metropolitanas estaban sin trabajo: 3,4 puntos porcentuales más que en marzo de 2020. Eso supone alrededor de medio millón más de personas desempleadas en un año, según el DANE, la agencia de estadísticas del gobierno. Y el déficit se disparó en 20.000 millones de dólares en cinco meses. Eso es lo que hizo que el gobierno quisiera aumentar los ingresos mediante impuestos. La impopular función de hacer cumplir las restricciones de la cuarentena recayó en gran medida en la policía, que es la única institución estatal presente en los pequeños pueblos de la Colombia rural y en los vastos barrios marginales que rodean las principales áreas metropolitanas. La policía se convirtió en la cara visible de toques de queda, prohibiciones de venta de alcohol y multas a los transgresores. Entre marzo de 2020 y abril de 2021, la policía colombiana impuso 2,5 millones de multas por infringir las órdenes de cuarentena (unas 6.400 al día). La tradicional desconfianza de los colombianos hacia la policía y el ejército se convirtió en fastidio y odio. Esta fuerza está integrada al ministerio de Defensa como si fueran una rama más de las Fuerzas Armadas. Una organización que podría estar justificada en el estado de guerra en que se encontraba el país, pero no en el proceso de paz actual. Por lo tanto, el accionar de la policía es brutal. Si le ordenan reprimir lo hace como si estuviera combatiendo a la guerrilla. De ahí las decenas muertos y los centenares de heridos de las protestas de los últimos diez días. “Lo que estamos viendo ahora es un reflejo del hecho de que no tuvimos un momento de reflexión sobre cómo es tener fuerzas de seguridad en un país que ya no está en guerra”, explica Elizabeth Dickinson, analista del International Crisis Group, un centro de estudios especializado en el legado de los acuerdos de paz. Todavía está muy fresco en la memoria de los colombianos los 6.402 asesinados por las fuerzas de seguridad entre 2002 y 2008 con el fin de aumentar las cifras de muertos de la guerra y obtener mayores reconocimientos y beneficios. Es lo que se conoce como la crisis de “los falsos positivos”. Unos de los reclamos más destacados de los manifestantes es que las fuerzas policiales y militares estén bajo el mando de los civiles. “Algo que la calle está pidiendo realmente es una señal de que las autoridades civiles son capaces de exigir responsabilidades a la policía y al ejército por su mala conducta”, dijo la analista Dickinson. En estas circunstancias la respuesta al descontento popular no podía ser otra. La policía atacó pueblos y barrios enteros durante la noche, cortando la electricidad y bloqueando las redes sociales para encubrir sus actividades. En las redes sociales circulan vídeos de disparos desde helicópteros, gases lacrimógenos lanzados a un autobús de transporte público y agentes de civil disparando desde otro autobús. Todo, mientras los sectores políticos más retrógrados salían a defender el accionar policial. El ministro de Defensa, Diego Molano, comparó a los manifestantes con terroristas, mientras que los comentarios del ex presidente Álvaro Uribe defendiendo el uso de armas de fuego contra los que protestaban, fueron posteriormente eliminados por Twitter por glorificar la violencia. El comandante del ejército colombiano, por su parte, grabó un video en el que expresaba su “amor” y “admiración” por los policías antidisturbios del ESMAD, que él no comanda, llamándolos “héroes de negro” e instándoles a continuar con su actual estrategia. Nomadesc, una organización de derechos humanos con sede en la ciudad occidental de Cali, donde se produjo gran parte de la violencia, calculó 28 muertes sólo en esa región, la gran mayoría negros. Y el domingo, al menos nueve indígenas que participaban de la “minga” (protesta) resultaron heridos por disparos en un enfrentamiento con residentes armados que fue condenado por la oficina de derechos humanos de la ONU. Cali se encuentra en el medio de una reconversión económica, está pasando de ser una “ciudad industrializada a una ciudad turística”, y la pandemia fue un gran golpe para el 70% de su población que trabajaba en empleos informales en los sectores de la alimentación y la vida nocturna que ahora han desaparecido. El presidente Duque viajó a Cali el domingo por la noche después de días en que se mantuvo encerrado y desde allí lanzó un mensaje a los jóvenes que están a la vanguardia de las protestas para que se incorporen junto con los trabajadores y otros sectores a una mesa de diálogo. La gran mayoría de los jóvenes colombianos se encuentran ante un futuro muy difuso y siempre pintado de miseria. Olga Araújo Casanova, miembro de la junta directiva de Nomadesc, escribió que las antiguas desigualdades en materia de salud y educación impulsan el descontento, agravado por las restricciones de la cuarentena que obligaron a los niños y adolescentes a clases virtuales en zonas sin acceso a Internet. La mayoría de los adolescentes de familias pobres directamente se desconectaron de la escuela. Alrededor del 60 por ciento de los niños que han perdido un año de escuela están en América Latina, según UNICEF. Araújo Casanova explicó que los estudiantes y los jóvenes desempleados estaban acudiendo a protestar en masa porque su futuro será el más afectado por la pandemia y sienten que no tienen nada que perder. “Es la generación que creció en la incertidumbre total. Y es la generación del ‘no futuro’: no tienen futuro. No tienen educación, no tienen comida, no tienen vivienda, no tienen trabajo, no tienen nada”, dijo. “Y esos son los jóvenes que hoy están en la calle porque dicen ‘lo único que tenemos es la vida, y nos jugamos la vida’”. Una situación que, obviamente, no es de exclusividad colombiana. Los mismos problemas y síntomas se extienden por toda América Latina. La pandemia profundizó las extraordinarias diferencias en las sociedades –esto tampoco es exclusivo de los latinoamericanos, sino que es un mal global- y envió a millones a la más extrema de las pobrezas. El miedo al contagio y las restricciones de desplazamiento sólo aplazaron las demandas que todo esto genera. Y con las primeras señales de descompresión del COVID, la gente vuelve a salir a la calle. En estos días es en las principales ciudades colombianas. Y amenaza con propagarse. Ningún país de la región está blindado.

  3. El comunismo es víctima de sus propias contradicciones: una teoría utópica, y una realidad cruel, un paraíso teórico, y un Estado donde impera la esclavitud, una clase gobernante privilegiada que se devora a sí misma, y un pueblo que vive sumido en la pobreza moral y material.

  4. Así terminan los gobiernos neoliberales, con una población luchando por sus derechos igual que en Chile, con muertos, ciegos y desaparecidos. Después hablan de Venezuela.

  5. 185.mil, lo pario mendieta! pidanle que saque por lo menos un cero o hebe pastor lo va a colgar de las b...olas por opacar sus desaparecidos 6 a 1 . ( 30 a 1 si tyenemos en cuenta los datos mas reales..)

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