La llamada “ley pandemia”, por la que el Gobierno kirchnerista quiere la venia del Congreso para poder imponer amplias restricciones sanitarias a las provincias, se está muriendo antes de nacer.
Primero, es posible que gran parte del proyecto de ley K, que quiere sancionarla a las apuradas, mañana en el Senado y la semana que viene en Diputados, sea inconstitucional. Como han explicado diputados como la cordobesa Brenda Austin, tal como está el Congreso le estaría cediendo a la Presidencia atribuciones que el Congreso no tiene. Son potestades de las provincias. Si se las quieren pasar a la Nación hay que hacer una reforma constitucional, no una ley.
En segundo lugar, está la realidad sanitaria. El drama de la pandemia está lejos de haber terminado y hay que seguir sí o sí con el barbijo, el distanciamiento social, el lavado de manos. Pero hay luces de esperanza.
Desde hace casi un mes, los nuevos casos diarios parecen amesetarse y descender en forma irregular. Los fallecidos no descienden, pero están bastante abajo de los del primer pico y, si las curvas copian los contagios, podrían amesetarse.
A su vez, las restricciones duras que el kirchnerismo quiso imponer por el decreto que volteó la Corte no parecen muy decisivas. La tendencia de casos en los últimos 14 días es muy similar en Capital Federal, donde no se cerraron las escuelas, que en Buenos Aires, donde sí se cerraron. En Ciudad de Buenos Aires, los fallecimientos bajaron más que en la Provincia.
Y, por último, empiezan a aparecer las vacunas. En todo el mundo, incluso también en la Argentina, pese a los muchos errores del gobierno. Es lógico. Hay países que ya se vacunaron, hay más vacunas autorizadas y hay cada vez más laboratorios produciéndolas. Pronto nos van a salir vacunas por las orejas. Por eso el mundo ya empezó a bailar otra melodía.
La pandemia está lejos de haber terminado y no hay consuelo para quienes perdieron seres queridos, pero hay un aire nuevo. Hay muchas razones para el optimismo y la esperanza.
Bajo todos estos focos, la tozudez del kirchnerismo en el Congreso parece un capricho. Parece puro despecho contra la Corte Suprema por haber ratificado las autonomías provinciales y volteado un decreto inspirado por Cristina Fernández. Parece un brote de rabia porque las disidencias del porteño Rodríguez Larreta o de gobernadores como Juan Schiaretti podrían probar, muy cerca de las elecciones, que la paranoia semicarcelaria de Kicillof y cía era innecesaria.
Cuando la “ley pandemia” salga, si sale, y si la Corte no la declara inconstitucional, tal vez ya no sirva para nada.
A menos que, a menos que el kirchnerismo quiera sacar concentrar aún más poder en el Ejecutivo nacional y limitar aún más el federalismo por vocación autoritaria y antirrepublicana, y para usarla para otras cosas, cuando el Covid 19 termine de desaparecer de la portada de los medios de comunicación.