Los argentinos seguimos estando bendecidos
por las decisiones inconsultas de quienes dirigen los fragmentos, por cierto
descuartizados, de los partidos políticos. Unos pocos personeros y vividores de
la política indican quienes deben ser los candidatos, a cualquier cargo
electivo, para lo cual disponen de millonarios montos “públicos” para imponer a
sus continuadores. Como si ellas o de ellos se trataran de los salvadores de
nuestro futuro y no de los hacedores del actual estado de situación.
Han sido -cada vez lo son más- tan miserables, egocéntricos y
autoritarios que ya ni les queda el pudor de intentar abrir el diálogo dentro de
sus propias facciones para permitir que sean sus adherentes o afiliados quienes
puedan opinar y decidir sobre las ofertas electorales.
En momentos donde las corruptelas, encubrimientos y mentiras
políticas ya no pueden ser escondidas más, ni aún detrás de los embusteros
índices y resultados de una gestión gubernamental como tampoco de la
parafernalia dispuesta para demostrar éxitos incomprobables, para ellos la
fiesta de “su politiquería” parece incólume para seguir perpetrándose en las
turbias y malolientes aguas del poder que les permitimos conseguir.
El método perverso de ir cooptando a diferentes sectores
del quehacer nacional (sindicatos, movimientos sociales, organizaciones de
Derechos Humanos, empresariado, personajes de la cultura, periodismo y medios de
comunicación rastreros, etc.) le ha permitido al gobierno de Kirchner tener una
hegemonía pocas veces comprobable en nuestra historia. En virtud de la cual
cada sector saca la tajada que le corresponde sin miramiento alguno sobre la
totalidad de los interesados y beneficiarios de las bondades de la
administración y cosa pública. Sin miramientos y sin objeciones, porque disentir
es sencillamente sacar los pies de las dádivas y prebendas que consiguen y que
son dispuestas y ofrecidas en cada uno de los escalones del poder.
Los criterios e ideales políticos que se están barajando
desde los partidos y facciones políticas, a menos de cuatro meses de las
elecciones presidenciales, están dotados de un vacío tan impresionante, como
inmensamente mendaz son los mensajes que a diario se emiten desde la izquierda
-complaciente, usufructuaria y enfermiza- hasta la derecha -arrogante,
favorecida y cómplice-. Todos, los unos y los otros, conforman una caterva de
advenedizos que únicamente pueden intentar reproducir un mensaje oficialista
plagado de autoritarismo, más allá que intente presentarse como transformadora,
transversal o con una identidad de concertación plural. Pacaterías sin más.
Ya conocemos de sus mentiras, tanto como de la forma en que
se van enriqueciendo a medida que más espacios de poder van ocupando. Todos han
perdido la vergüenza y la moralidad que les exige los sitiales que hoy gozan; y
que han “ganado” en nombre de la supuesta representación que de nosotros
ejercen.
El futuro será más de lo mismo, inexorablemente.
Hugo Alberto de Pedro