No aprendemos más. Prohibimos la exportación de carne para que baje el precio local. Ya lo probó el anterior kirchnerismo y no sirvió. Les ponemos precios máximos a los alimentos, como en el período kirchnerista anterior. Tampoco sirvió ni va a servir. A lo sumo los “Precios Cuidados” sirvieron de exquisita estrategia de comunicación: el estado te cuida de los malos empresarios que te suben los precios. Pero desde que existen los “Precios Cuidados”, hace poco más de 8 años, esos precios aumentaron más de 7 veces.
Congelamos el dólar y le ponemos cepo, como en el anterior gobierno kirchnerista. No sirvió. Tampoco va a servir ahora. Congelamos los servicios públicos para que no “empujen” las estadísticas de inflación, y tampoco sirvió. No va a servir ahora tampoco.
No aprendemos más, porque incluso el anterior gobierno de Mauricio Macri mantuvo los precios “cuidados”. Por eso no solo el kirchnerismo no aprende y repite las mismas políticas que fracasaron y volverán a fracasar: Argentina es un país que se resiste a aprender de sus errores.
Pero la oposición tampoco aprende. El anterior gobierno del presidente Mauricio Macri fracasó por no tener un plan económico a la altura del enorme desafío que planteaba una de las economías más desquiciadas del mundo. Un país que no pudo resolver su problema de inflación crónica en el transcurso de toda una generación.
La lección, si la oposición la hubiese aprendido, sería presentar cuanto antes ese diagnóstico y ese plan económico que no tuvo al ser gobierno para transmitirle a su potencial electorado que aprendió la lección. Que sin un gran acuerdo para encarar las reformas estructurales para frenar la decadencia del país, no hay salida.
Quizás para la oposición presentar hoy un plan económico -que obviamente sería diferente a las políticas que aplicó cuando fue gobierno y que recién podría empezar a aplicar en 2023- implique admitir que se equivocó. ¿No sería una forma inteligente de demostrarles a sus potenciales votantes y a muchos que están dudando que aprendió de su fracaso?
Después de todo, el propio Mauricio Macri fue hasta ganar las elecciones en 2015 un factor de esperanza para buena parte de la opinión pública durante una década: había alternativa.
Hoy los votantes que deberán decidir en septiembre y noviembre tienen cada vez más una sensación de que los dos grupos políticos principales de la Argentina no tienen ni idea de qué hacer con el drama inexplicable de una economía que desde hace décadas solo viene sumando pobreza. Muchos incluso creen que, además de no tener idea, tampoco les importa demasiado.
De ahí a un nuevo “que se vayan todos” hay solo un paso. Los encuestadores están midiendo cada vez más descontento con una suerte de “clase política” inoperante e indolente ante la tragedia argentina.
Pero los empresarios tampoco aprenden. Hicieron silencio durante el anterior gobierno kirchnerista y lo siguen haciendo ahora. La dirigencia empresaria sabe comunicar para vender sus productos, pero no entiende cómo comunicar ese sistema que podría hacer que las empresas -y los argentinos- sean más prósperos, haya inversiones y trabajo: el capitalismo. Ahora nuevamente el gobierno usa a los empresarios de chivos expiatorios para culparlos de la inflación. Y los empresarios aplican la misma receta anterior de silencio.
Pero el que calla, otorga, dice el dicho. Por algo todas las encuestas muestran que el empresariado argentino es el de peor imagen en la opinión pública de su propio país en comparación con los principales países de la región. Ninguna opinión pública es tan estatista como la Argentina: como podría ser de otra manera, si la idea de que la culpa de la inflación la tienen las empresas y no la política económica caló hondo en amplias franjas del electorado.
Y qué mejor maestro en la vida que el fracaso. Cuando el 99 por ciento de los países del mundo resolvieron hace décadas la tragedia de la inflación, Argentina no aprende de su fracaso. Ni el gobierno, ni la oposición, ni los empresarios.
Ninguno de los últimos mandatarios argentinos leyó La Quinta Disciplina, de Peter Senge, al que se lo podría calificar como el mejor libro de management de la historia. Senge propone que las empresas tienen que convertirse en organizaciones que aprenden. Leerlo es encontrarse con todos los motivos del fracaso de la Argentina y entender por qué este país potencialmente rico es una organización que nunca aprende. Por algo pasan las décadas, y su dirigencia lo único que hace es repetir los mismo errores una y otra vez y empecinarse en profundizarlos cada vez más.
El principal error, según Senge, es culpar de la enfermedad al síntoma: la inflación sube porque las empresas suben los precios, o sea que hay que controlar a las empresas para que no suban los precios. Con eso solo se busca desviar las causas, despistar. Funcionar, no funcionó nunca. Pero mientras podamos encontrar a algún culpable para distraer al electorado, estamos bien.
En el caso de la Argentina hay que preguntarse por qué a lo largo de las décadas el Estado nunca llega a financiarse de manera sustentable, de manera de que permita a la economía desarrollarse normalmente, sin inflación, con moneda y un sistema financiero que le sirva al país y no solo al estado para endeudarse más.
Quizás haya que preguntarse si la “inflación del Estado” no se origina en que el gobierno (nacional, provincial y municipal) desde hace décadas es prácticamente el único empleador que contrata. Los privados no contratan desde hace décadas, y la mitad de los empleados están en negro o son cuentapropistas. El resto, planes, planes y planes.
¿No estará ahí el principal problema estructural de la Argentina que genera ese círculo vicioso de empobrecimiento? El trabajo en el sector privado y en blanco es el único que no solo no le cuesta al estado, sino que genera impuestos y riqueza.
Desde que hace 80 años Argentina decidió que había que encarecerles a los privados el contratar trabajadores y hacer muy riesgosa cada decisión de incorporar a un recurso humano, por la enorme industria del juicio laboral que se desarrolló al rededor del trabajo privado y la enorme carga impositiva al empleo en blanco, hay una suerte de cepo al trabajo. Este sistema es el que fuerza a que el empleo sea estatal, y si no alcanza, planes y planes, tarjetas alimentarias o comedores para paliar el hambre.
Peter Senge, que no estudió particularmente la Argentina, llegaría a la simple conclusión de que la Argentina fracasó porque el país decidió literalmente prohibir el trabajo. Facilitando que los privados contraten, el estado podría dejar de inflarse y empezar a revertir el fracaso argentino.
Pero mientras la dirigencia -política, sindical y empresaria- busque siempre correr el foco del problema, buscar chivos expiatorios o hacer silencio, la Argentina seguirá siendo ese país que nunca aprende y al que solo le cabe la famosa frase del físico Albert Einstein: “no se puede hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos”.