Esta novela corta del osornino Juan
Balbontín, escrita durante la dictadura y publicada en 1989, es una leyenda.
Viene al caso señalar que hace unos meses su autor salió retratado en primera
plana del diario local, y como si fuera una alegoría, en un paradero. Y solo.
Se trata de la escritura más enigmática y experimental de
nuestro ámbito.
Describe de manera simbólica una extraña situación,
ambigua e indefinible, con signos de autocensura a priori, con espacios en
blanco o con tachaduras de parlamentos y con una posición, una sola, en el
paradero de micros de la Avenida Alameda, situado justo en frente de La Moneda,
de la capital chilena.
Un personaje sin nombre, es decir, innominado, aparece y
desaparece justo media hora antes de las doce de la noche, hora cero o bien
cuando ya el número once de esa hora se extingue. ¡Qué podía ser más simbólico
en una época como aquella! Hay una mujer a la cual el personaje debe o necesita
darle un mensaje breve, cifrado, pero advierte, es peligroso… El hombre
¿vigila?, a quién o a quiénes y por qué o para qué, son conjeturas que el lector
piensa y discurre. Casi no habla, se limita a estar allí en ese tiempo de media
hora y esperar, ¿a quién y por qué? No sabe o pretende no saberlo, o nadie puede
conocer sus intenciones. Luego comienza un juego vocal con múltiples narradores
en uno. ¿El es todos, es la mujer, es el otro que viene, es el policía, quién
es? ¿O es una simple y tierna historia de amor desesperado?
Juan Balbontín ha escrito la nueva novela, el nuevo roman,
siguiendo a Juan Luis Martínez, cuyas teorías devinieron de Wallace Stevens. “El
Paradero”, además tiene múltiples entradas y una sola salida, en un laberinto
kafquiborgeano y su publicación vanguardista no ha sido superada en Chile y
sería muy aconsejable que se reeditara (se imprimieron sólo 500 ejemplares, en
un colectivo de amigos).
Su autor no ha lanzado otro libro, pero sabemos que en su
mente de artista verbal bullen ideas y tal vez sea el momento de que los jóvenes
autores y los de las generaciones pasadas reconozcan a un talento nacido en 1953
en Osorno, injustamente olvidado, un narrador sobresaliente y como todo valor,
no comprendido y “maldito”, que se adelantan en veinte años al pensamiento de la
Tierra y entran a las ciudades con las luces del alba en la frente.
Concluyo que la obra resistía por sí misma y las dedicatorias
y saludos de amigos “estrellas” estaban demás. Juan es una luz en las tinieblas
y nadie ha podido emularle su calidad hasta ahora. En mi mente se reúnen tres
Juanes: Juan Rulfo, Juan Luis Martínez y nuestro Juan Balbontín. El buen lector
sabe porqué.
Mauricio Otero