El gobierno consumió la primera mitad del año sin resolver el acuerdo con el FMI, apenas pateando unos meses para adelante el del Club de París, y sin lograr más que una muy módica reducción de la inflación: de arriba de 4 puntos mensuales pasó algo más de 3, con pocas chances de seguir bajando, así que los pronósticos para este año volvieron a subir, y están alrededor de 50%.
Consumió además el mejor ingreso de dólares por exportaciones imaginable, gracias a los precios internacionales y a que el agro a pesar de todas las trabas que se le ponen sigue produciendo, sin conseguir más que una acotada suba en las reservas. Por lo que la sospecha generalizada entre los actores económicos es que apenas si va a alcanzarle lo que juntó para evitar un estallido del frágil esquema cambiario antes de las elecciones.
Lo que venga después no se puede saber con precisión, pero seguro será una combinación de aumento de la brecha entre el dólar oficial y el blue (ya trepó de algo más de 50% a cerca de 80), efectos cada vez más perjudiciales sobre los precios internos, pues muchos tenderán a adelantarse a la inminente devaluación, y sobre la actividad, pues los exportadores retrasarán o subestimarán sus operaciones y los importadores harán lo contrario, y aceleración del festival de bonos a tasas siderales por parte del gobierno, que seguirá consumiendo las reservas hasta que se le acaben. Lo que ya recontraconocemos, porque sucedió infinidad de veces. Y termina siempre de la misma manera: con más devaluación.
¿Podría evitarse si se lanzara, apenas cerrados los comicios, un plan de estabilización como Dios manda? Lo que podría evitarse sería el desorden generalizado, y moderarse por tanto la altura del salto cambiario, pero no la devaluación en sí. No porque el dólar esté especialmente retrasado respecto de los demás precios de la economía (aunque, contra lo que dice Cafiero, se lo viene retrasando cada vez más: perdió alrededor de 15% respecto al IPC en los últimos meses), sino porque lo que está en el quinto subsuelo es la confianza en las autoridades, y para comprar confianza ellas tendrán que pagar con una dosis importante de subvaluación del peso, como vienen haciendo desde antes de asumir el poder (agosto de 2019) e inevitablemente seguirán haciendo hasta que lo dejen: el peso vale lo que valen la palabra, los planes y los aliados de los gobiernos, y como los que votamos y soportamos no valen casi nada, tampoco valen mucho, medidos en dólares, ni las empresas, ni las propiedades, ni nuestros sueldos.
Todo esto es de perogrullo, pero Cafiero trató de desmentirlo en una entrevista publicada el día de ayer, en que sostuvo muy suelto de cuerpo que no va a pasar nada con el dólar, ni ahora ni después de las elecciones porque, según él, la gestión económica va de maravillas, vamos re bien: la actividad crece y también crece el empleo (¿se referirá al aumento de la plantilla estatal?), hay inversiones, la inflación está bajo control. No aclaró bien donde pasa todo eso, si en Argentina o en Paraguay, en Uruguay y Ecuador.
Las explicaciones económicas de Cafiero fueron tan poco articuladas y razonadas que cabe preguntarse para qué habló del tema, si no suele ser ese su campo privilegiado de influencia. ¿Para qué sometió a su gobierno al riesgo de, una vez más, no resultar creíble, y provocar efectos contrarios a los que se buscan cuando un alto funcionario sale a la palestra y explica lo que va a pasar, o lo que se intentará que pase?
En parte puede haber sido consecuencia del debilitamiento de Martín Guzmán, y la necesidad de hacer algo para repararlo. El ministro de Economía hace tiempo que no logra ser escuchado, ni adentro ni afuera del gobierno. Cristina ya casi abiertamente pide su renuncia antes de las elecciones. Así que se ve están intentando desde la Rosada apuntalarlo como sea. Pero si es así, al menos podrían haber preparado el apuntalamiento con un poco más de cuidado: a Cafiero parece haberle sucedido lo mismo que al presidente cada vez que salió a hablar en los últimos meses, se confió demasiado en su capacidad para improvisar, en su viveza, y terminó diciendo cosas incoherentes, exponiendo un pensamiento precario y contradictorio.
Para muestra basta un botón: quiso largar una parrafada contra la oposición para distinguir su enfoque del problema inflacionario del que se estaría aplicando ahora, y lo que le salió fue sarasa, algo confuso, poco serio:
“decir y prometer que la inflación va a bajar por arte de magia, eso ya lo hizo el gobierno anterior y todos sabemos que eso fracasa. Esas promesas, son promesas vacías que ya de antemano sabemos que no resultan y esas recetas ya fracasaron. Lo que nosotros tenemos que ir trabajando es abordando la temática de la inflación desde una idea donde el diagnóstico sea que la inflación no es particularmente monetaria o a partir de la tensión entre el capital y el trabajo. Me parece que esas categorías ya quedaron totalmente descartadas. Históricamente se discutían estas cosas pero ya quedaron descartadas y no hay que ni decirlo porque la evidencia es así. Hubo cuatro años donde tuvimos una mirada que iba en esa dirección y la inflación fue altísima”.
Al jefe de gabinete le parece que la inflación no es “particularmente monetaria”, o “a partir de la tensión entre el capital y el trabajo”. Vaya a saber qué es, entonces. Él no lo explica, pero sí dice que su receta no es mágica porque los que quisieron hacer magia fueron Macri y sus acólitos. Tampoco se entiende cómo describiría Cafiero lo que hace su gobierno, aplicando sus extrañas categorías. Pero bueno, nos quedamos tranquilos porque nos dice sí que ahora ya no discuten cosas “que quedaron descartadas y no hay ni que decirlo porque la evidencia es así”. Si a alguien no le quedó claro lo que piensa hacer el gobierno con este asunto que levante la mano.
Tal vez la segunda mitad del gobierno de Alberto no nos depare un colapso, porque logren seguir “atándolo con alambre”. Pero no hay muchas chances de que sea mejor que la primera. Porque se consumió ya un tiempo precioso e irreemplazable para lograr acuerdos mínimamente sostenibles con los acreedores, se devaluó al extremo la autoridad y la palabra oficial, se acumularon distorsiones de precios relativos y de reglas de juego que el gobierno anterior al menos había morigerado, y se acumularon 50% de pobres y demandas postergadas que, apenas pase un poco el temor a la pandemia, ya no va a ser tan fácil disciplinar o disipar como hasta ahora.
Así que mejor, Cafiero, hacé como los demás, atajate y abstenete de hacer más pronósticos truchos.
No solamente CAFIERO, escuchar las PAVADAS TRAS PAVADAS que dice por ejemplo otro funcionario como KATOPODIS, dan pena.Ese mismo , el KATOPODIS de las compras de salmón ahumado, matambritos para que ellos, los hambreaditos consuman.
Cualquier comentario que haga un integrante de la secta corrupta es o hipocresía, o una falacia, o una mentira, o un anacronismo, o una canallada, o un disparate revelador de supina ignorancia. No saben ni pueden salir de eso. Por otro lado, un imbécil ya bastante crecidito como Copani...¿en qué parte de su anatomía se va a meter la cancioncita que entonaba hace pocos días?