Nota de Carlos Lamiral del 20/07/21 titulada «El GEN se suma a Juntos: ya no existe el amplio espacio de la centroizquierda»
A mediados del siglo XX surgió un interés en el campo de la lingüística para investigar y estudiar lo que denominaron “perspectiva funcional de la oración”, que luego trasladaron al análisis de textos. Expresado de forma simple, se analiza cómo el redactor construye la estructura de la información en un texto y su organización. Este mecanismo puesto en práctica al escribir es llamado progresión temática y está directamente relacionado con la cohesión textual. Un texto o un discurso, para que pueda jactarse de ser coherente, debe de presentar una cierta unidad en el desarrollo de su información. Así, decir que alguien es incoherente implica no solo afirmar que tiene un discurso desordenado, sino que los temas que aborda no tienen relación unos con otros o que esas relaciones están pésimamente establecidas.
La progresión temática, entonces, analiza cómo el redactor entreteje dos grandes componentes: la información nueva (rema) y la información ya conocida (tema). En el párrafo anterior, se presentó información nueva: la progresión temática (qué es, cuándo y dónde se desarrolló, etc.) y la cohesión textual. Ya en este párrafo, esa información —que al principio era nueva— es ahora conocida por el lector. Esas relaciones que se establecen entre lo conocido, lo nuevo y lo nuevo al volverse conocido (temas y remas) son las que nos interesan para analizar, desde la perspectiva de la corrección profesional de textos, la calidad en la coherencia de un texto.
Con ese fin analizaremos, de forma simplificada, la estructura del interesantísimo texto redactado por Carlos Lamiral, quien en su primer párrafo introduce los siguientes temas que luego explora y desarrolla:
El “siempre gaseoso” o indeterminado (T1) progresismo argentino reconoció que el “amplio espacio de centro-izquierda”, que habría puesto una “cuña política” entre corrientes nacionalistas y liberales desde la segunda mitad del siglo XX, ha dejado de existir (T2). Síntoma de esto fue el acuerdo del GEN (T3).
(T1) Los límites del llamado progresismo o centroizquierda nunca estuvieron claramente definidos ni para militantes ni para dirigentes.
(T1.1) Según puntos de vista, la centro-izquierda puede identificarse con cierta variedad de peronismo, con el nacionalismo, con doctrinas de la Internacional Socialista, etc.
(T2) Esa variedad de opiniones provocó que la centroizquierda no tuviera un proyecto claro ni propio, tanto en lo político como en lo económico, y que se fuera “diluyendo su oferta” (T3) ante los votantes.
(T3) Actualmente sus exponentes se unieron al eje antiperonista liderado por el PRO o, incluso, al propio peronismo.
(T2) La última vez que la centroizquierda logró armar un programa económico y político que buscara el desarrollo del país fue en 1985 con Raúl Alfonsín, al abordar la necesidad de reemplazar el sistema de sustitución de importaciones.
(T2) Esto implicó reorganizar el orden macroeconómico vigente desde Arturo Frondizi hasta el tercer gobierno peronista.
(T2) Alfonsín no logró completar esa tarea; la centroizquierda quedó mal herida y sin rumbo.
(T2) Así, en los 90, la centro-izquierda hizo un acuerdo con el peronismo disidente para llevar a la presidencia a Fernando de la Rúa, quien llegó al poder sin un programa sólido para resolver el problema de la convertibilidad.
(T3) Por ese recorrido es que se dispersaron. Algunos dejaron la UCR para integrar el GEN (con Stolbizer) y el ARI (con Carrió). En Santa fe, con victorias de los socialistas, parecería haberse creado otro “espacio progresista”.
(T2) El kirchnerismo fue otro golpe, ya que se comenzó a vincular fuertemente con el progresismo al punto de que “ser progresista pasó a ser casi sinónimo de peronista setentista”.
(T2) Ese cambio fue captado por Carrió, quien dejó el ARI para integrarse como dirigente liberal en el Coalición Cívica. Otros radicales se unieron al kirchnerismo.
(T1) El propio término “socialdemócrata” tiene ya escasísimo valor para la mayor parte de la sociedad; apenas discusiones y chicanas entre militantes.
(T2) En el centro-izquierda argentino muchos se comportan como si el escenario político fuera análogo al europeo.
(T2) Ahí hay partidos liberales y socialistas que se alternan en el poder, pero manteniendo los elementos del modelo de desarrollo capitalista.
(T2) Además, a diferencia de Europa, en Argentina existe el nacionalismo como corriente muy fuerte y activa.
(T1) Allá el nacionalismo carece de atractivos por estar asociado a malos recuerdos históricos.
(T2) En Argentina, el nacionalismo encarnado por Perón quedó asociado a los años de abundancia económica y logró borrar al sindicalismo de izquierda al hacer nacionalista a la clase obrera.
(T2) En Argentina se mantiene desde hace décadas una pugna entre el proyecto nacionalista y el liberal, en la que uno trata de imponerse sobre otros.
(T2) Tanto socialdemócratas como liberales comparten la misma raíz filosófica, en ver a la Democracia, las instituciones, la división de poderes, la alternancia en el poder, como valores en sí mismos.
(T2) El espacio liberal argentino estuvo liderado por radicales hasta la irrupción del PRO, que se presentó como oposición.
(T1) Al PRO no le importa definirse como “progresista”, ya que ser “progresista” no quiere decir nada.
(T3) La UCR entendió así que el mejor camino era un acuerdo con el PRO.
(T3) Este año el “campo liberal” se reconfigura con la integración de liberales, socialdemócratas, nacionalistas y radicales a 20 años del fracaso del último gobierno con imprenta “socialdemócrata”.
¿Qué es lo que ha hecho el redactor? Carlos Lamiral entreteje tres grandes ejes temáticos: los límites semánticos del progresismo, su dilución a lo largo de la historia y la relación que esto tiene con las últimas alianzas de cara a las legislativas. Es decir, cómo el no tener una identidad bien definida conllevó que tampoco tuviera un programa (ni político ni económico) bien definido, cómo el valor semántico del término fue absorbido por el kirchnerismo y cómo esta nueva alianza unida para frenar al nacionalismo tiene un carácter tan fuertemente heterogéneo.
Se pueden apreciar con claridad los trazos del redactor; la inserción precisa de datos históricos para argumentar o respaldar afirmaciones; cómo la progresión sube, baja y vuelve a conectarse con la información ya escrita; cómo se anidan y ensamblan las distintas partes hasta formar un todo coherente y cómo este proceso es, además, expresión de la singularidad del redactor. Esto es un texto, mucho más que palabras.
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Farias: dele lugar a la posmodernidad. Al fin y al cabo, la interpretación del texto es una "experiencia" estrictamente subjetiva. Saludos.
Muy interesante análisis.
"Un texto o un discurso, para que pueda jactarse de ser coherente, debe de presentar una cierta unidad en el desarrollo". Se dice debe presentar, el de está demás. En cuanto al bodrio que se analiza, y al análisis presentado, no se puede hablar siquiera de incoherencia porque no hay nada. Lo que no existe por ningún lado es información, a menos que un recuento superficial de los eufemismos, calificativos, disfraces de carnaval e identidades de cotillón usadas en política lo puedan considerar información. En realidad, de lo único que nos "informa" es del cinismo y del vacío de contenido, valga la redundancia, tanto de los protagonistas como del cronista. La demostración es muy fácil. No hay una sola referencia que permita definir ninguno de esos atributos o identidades.
Como sea la nota sería una buena ocasión para esclarecer tanta desinformación. Pero por lo visto los lectores se dan por satisfechos. Este no es lugar para participar ni para colaborar.
En cuanto a la progresión temática y la cohesión textual, es una forma oscura de referirse a alguien que se pone en el lugar de relator omnisciente y nos baja línea. Perder tiempo en el mecanismo que usa el tipo, eso de mandar fruta y volver a mandar fruta, suponiendo un hecho inamovible la fruta que acaba de manda antes, es una forma de ocultar el discurso de adoctrinamiento o de propaganda o bajada de línea groseras. Esta clase de redacción sólo puede aceptarse como opinión, cuando el objetivo es la brevedad; pero nunca puede aceptarse como periodismo ni dentro de cualquier otro género de comunicación que requiera algo de responsabilidad.