El mundo está vivo y nada vivo tiene
remedio y ésa es nuestra suerte. R.B.
Debo haberme soñado. A veces me ocurre. Soy la ficción de lo
real. Algo te transforma en la invención de ti mismo. Nadie te obliga, a un
sueño se entra como a la dimensión de otra realidad, que puede ser laque se está
viviendo en paralelo o un anticipo de algo. Es como un martes 13, da igual. A
veces, pero no siempre. Viene, sucede, se cuelga en el calendario. Puede ser un
lugar sin colores, un sitio ideal para la virtualidad o tan real como la
realidad. Siempre acude una misteriosa luz que invita a abrazar el silencio. El
lugar tiene múltiples formas, un espacio que se ajusta al sueño o puede ser muy
preciso para recordarlo. El sueño se instala, la vaguedad o la certeza es del
soñado.
El escenario era una Isla. Mar, arena blanca, sol quemante,
la luz como un espejo sin dueño. Estoy leyendo, porque me veo de espaldas,
correr unas páginas. Es un gesto que me conozco de memoria. Siento los
movimientos cuando con una pluma marcó unas líneas de un libro. Hago un
paréntesis no redondo entre líneas. Una línea vertical cortada por dos
horizontales más pequeñas. Tienen la forma de ese pequeño metal con que se
cargan las engrapadoras, clipsadoras, corcheteras le llaman algunos en el Sur.
Es una manera de conservar intacta la línea, separarla del contexto para
recordarla, pero no contaminarla con una raya, cruz o algo que la violente.
Sentía una rara sensación de inestabilidad, algo parecido al “miedo” y con rabia
conmigo misma. Esa extraña sensación que no termina de completarse. No sé
cuantas veces dejé el mar a mi espalda y pensé en la felicidad. El sol era el
rey indiscutido esa mañana. El gris y el frío de estos últimos 15 años, caían
como una barra de acero sobre la Isla y se desintegraban. Sentía aún el sabor
menta suave de un Titans, esos que comía al salir de clases de la Universidad.
Se me deshacía lentamente en la boca. Así también ingresaba el paisaje, algo
azucarado. La nieve se evaporaba en mi memoria y este paisaje se transformaba en
un manjar blanco, aunque el mar nada tenía de espumoso. Un verde esmeralda
tranquilo hasta llegar al horizonte. Siempre hay una ciudad frente al mar. ¿El
hombre sueña el mar? ¿El mar es un espectador que nos mira impasible? ¿El mar
nos invita a desafiarlo o a amarlo o respetarlo? Sus aguas entran tibias por las
costillas de mi sueño. Las siento cálidas. Son aguas Caribe, transparentes,
amigables.
Unos pequeños peces
Unos pequeños peces juegan con mis largas piernas. Se ajusta
el adagio: como peces en el agua. En mis aguas viaja el tiempo, la noche del
poeta. Una sensación similar tal vez a la de un USB cuando succiona su música o
palabras favoritas. Sólo se siente el rumor cálido de la información, los mega
bytes que juegan con los sentidos. El tiempo ahí no es una conclusión válida. Lo
primero que uno cree vislumbrar es que el tiempo sobra. Un sueño tiene una
capacidad infinita para desprender imágenes, motivar recuerdos posteriores,
traer olores y atmósferas vividas quizás. Yo paseaba en la Isla con el poeta en
un carrito de golf. Una historia magnífica o simple, en cualquier sueño. ¿Es un
privilegio estacionar el sueño en algún lugar? Me prometí no mezclar las cosas.
Pienso que el trago debe ser igual, on the rock. La mañana era un espejo
de luz. El día variaba, las nubes corrían el cielo y cambiaban de color las
horas que venían. La humedad sepultaba mis inviernos, la nieve que no abandonaba
mi piel ni mis sentidos. La Isla es otra sensación fija un tiempo que no existe
y si en verdad existiera, sería para sí mismo. Es como ese tiempo Maya sin
tiempo en el calendario de las 13 lunas. Estoy leyendo en el sueño un libro de
tapas rojas. Manejo un separador con unos hilos y cuencas. No sé por qué me
recogí el pelo. Ahora recuerdo mejor, está amarrado. Es un detalle. Nada más.
Siento el peso del libro sobre mis manos. Paso de leer en un cuarto sobre una
cama con cubierta blanca, a una extensa playa y luego al borde de una pequeña
pista de aeropuerto. Recuerdo que hice ese viaje. Fue un vuelo corto desde una
ciudad frente al mar. La avioneta canadiense se empinó ágil y enrumbó suave,
sobre el mar y un cielo levemente normal entre las plácidas nubes hasta que
enfiló hacia la Isla para caer suave y ruidoso sobre una pista corta al inicio
de un acantilado. Es como un matapiojos que zumba sobre el asfalto y sus alas
abiertas sólo llevan viento hasta que el motor se apaga. Seguían mis ojos fijos
en el libro rojo, sentía tirante mi piel, el sueño me recorría el cuerpo como un
lagarto tibio dormido. El mar no traía ruidos, absolutamente calmo, se adivinaba
en un espejo de agua inmenso.Vestí de blanco en mucha parte del tiempo, pero
después aparecía con otro vestido largo, y mi cabeza daba mil vueltas de
remolino. La portada se presentaba roja con un recuadro amarillo en el centro y
tres tipos elegantes de los años 30 de Chicago. Sólo más esbeltos, con sombreros
alones, delgados, caminando sobre la arena y detrás el mar. ¿Venían hacia mí o
eran parte de mi lectura? Uno sólo vestía corbata, dos ensacados, con sus
cuellos abiertos como si fueran grandes solapas, mirando hacia los lados.
Aparentemente distraídos, dibujados sobre la arena ingresaban al sueño y
adquirían forma: Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño. Venían con
una intención clara, a conversarme y advertirme sobre un Carnaval dedicado a su
autor, progenitor, padre literario, en un país lejano desdibujado en la
geografía.
La fiesta de la palabra nace de la lectura silenciosa, un
compromiso que es personal, como el que realizas ahora subrayando mi libro,
viajando en el interior de sus páginas. Se puede leer en una Isla, avión, en un
cuarto cerrado abierto a un gran ventanal detrás de una cortina, en el baño, en
un parque, sala de espera, estación del Metro, sentado en una hamaca o al borde
de una pista aérea. En la lectura no hay más precariedad que la aventura. ¿Es la
vida de los otros? El mar no deja de explicarme que no hay horizonte lejano. Los
detectives se cruzan de piernas en la orilla frente al mar y comienzan a
escuchar. Quizás se sientan confundidos de mar. Se desprenden de sus sacos y
dejan salir a su Autor, que ya me había dicho que la fiesta de la palabra...,
con su clásico cigarrillo en mano, enfundado en su mirada de actor de provincia,
ironiza:- Así que quieren hacer una fiesta con mi cadáver de Norte a Sur (cae la
ceniza de su cigarrillo y se respira un aire tibio en la Isla. Me asienta el
mar, por eso pedí que esparcieron mis cenizas en el Mediterráneo. Espero que lo
limpien un poco porque me pone a toser por las noches. Me he reído mucho con eso
de Carnaval y Fiesta inolvidable.
Qué fiesta inolvidable
Las noches que me pasé en el DF, los días caminando por
sus sombras y después en un camping nocturno cuidando el amanecer de la vida de
otros, leyendo a hurtadillas, cagándome de frío y de sueño. Y ahora un
lumpencito llama a un Carnaval. Qué fiesta inolvidable. Los carnavales,
es lo que digo, con fondos del estado, son un fracaso. Se convierte en retórica
burocrática la más mínima payasada relacionada con la cultura y el arte de la
mendicidad de fondos-lotería. (Yo me arrepiento de haberme presentado al Premio
Nacional de Literatura, poco tiempo antes de morir. Y resulta increíble que
Herralde insinúe que mi novela 2666 podría haberme dado el Premio Nobel de
Literatura). Es mejor, más sano, y es lo que recomiendo, que Piglia dicte una
cátedra, conversatorio, sobre mi obra en alguna universidad de buena voluntad.
Él, desde el otro lado de la mesa, podrá decir algunas cosas sin compromiso.
Pero eso de que soy un poeta dado a novelista, es una típica frase de un poeta
frustrado o de un novelista que aspira marcar puntos. Son poetas que
definitivamente pertenecen a las ONG de la poesía. Por ahí saldrá alguna
promoción para escritores jóvenes con mi nombre y alguien se acomodará como
jurado. Volviendo a la Fiesta inolvidable, esta es una frase de algún promotor
que ha plagiado al mismísimo Peter Sellers. Tanto nos hizo reír Seller, que no
hay que desconfiar de la risa, pero sí de los promotores, incluido cualquier
producto, hasta el de la poesía.- Pienso SB, que te has perdido una Fiesta
Inolvidable, afortunadamente. No me imagino cómo se iban a organizar, porque
hasta para piropear al muerto hay que estar preparado. Supe que la mayoría de
mis amigos no quiso participar y dar su nombre para avivar la viveza de la
cultura Invitaron a Herralde, con lo que me costó para que me editara mis
pinches libros. Al Mediterráneo me llegó la noticia que Herralde me definía como
un explorador audaz, un buceador a pulmón libre, un trapecista sin red. Todo eso
me parece haberlo leído antes, pero se publicaron los libros. La historia de
La Literatura Nazi (Seix Barral) es muy distinta: no se vendió casi y fue
guillotinada. Sentí, querida SB, como rodaba mi cabeza en París junto a
Robespierre. Alfaguara, Destino, Plaza& Janéz, la habían rechazado. Me
enteré que el organizador del Carnaval no conocía a Piglia. Hay que cuidarse de
aquellos que elogian tu obra como un Manifiesto al futuro, esos que dicen sólo
respirar Bolaño: Vade retro. La charlatanería es más antigua que la literatura.
La literatura es un cajón de sastre lleno de alfileres.“La creme de la creme
de la literatura está en los lectores. Por eso he pasado por aquí al verte
en la Isla leyendo. En este momento especial tuyo, quiero homenajear al lector
solitario, anónimo, ese que entra en una librería del DF, Barcelona, Denver,
Buenos Aires, Puerto Montt, Boulder o París, y pide un autor, el que le plazca
con pleno convencimiento que es el mejor para sus sueños. Al ladrón de sueños
ajenos. Con todo puede hacerse negocio, inclusive con la literatura
Afortunadamente el poeta Nibardo de Casarolli presentó un proyecto de cuarta
pagado en euros que debió esfumarse de las manos del jurado ilustrísimo como
pompas de jabón. Los libros verdaderos son la fiesta inolvidable. Confía en la
poesía, que es lo que hace un novelista que no está pensando en el mercado.
Sigue leyendo y me seguiré viviendo. QUÉ MÁS QUISIERA YO.
Epilogando la Isla
El mar se quedó dueño de la Isla. Bolaño se fue con su
ejemplar de Los Detectives Salvajes, húmedo, mojado por el mar y su señalizador
de papel verde, tenía en su parte superior una mariposa de papel y abajo dos
hojitas. No alcancé a leer e que página estaba leyendo
Silvia Banfield©2007