Hace una década que el sector privado no crea un saldo positivo de nuevos puestos de trabajo. Ya la mayoría de los trabajadores está en la informalidad o son cuentapropistas. Y casi la mitad de los que están en blanco trabaja para el estado.
Para peor: de tan poco empleo que hay, la proporción de argentinos que trabajan -o por lo menos intentan hacerlo- es cada vez menor: con 46 por ciento (del cual el diez por ciento está desocupado), el país se aleja cada vez más de las naciones desarrolladas que tienen a la mayor parte de su población trabajando o intentando hacerlo.
Hoy apenas el diez por ciento de la población de la Argentina está empleada en el sector privado y en blanco: sobre ese porcentaje, recae todo el peso de sostener al Estado con todos sus empleos públicos, los jubilados, los receptores de planes y todo tipo de asistencia social. Y, de paso, deben alimentar a sus familias.
Es evidente que algo no cierra. El problema del trabajo es el origen de todos los males de la Argentina: el Estado se convirtió en el único empleador, y como el sector privado es cada vez más chico, recauda cada vez menos y solo le queda endeudarse hasta que le dejan de prestar y, cuando ya no hay más recursos, solo queda imprimir billetes sin respaldo.
Queda claro que hay que arreglar el problema del trabajo antes de poder resolver la inflación crónica argentina, que le gana incluso a Venezuela en cumplir una generación completa (20 años) sin que se la pueda parar, como lo hizo el 99 por ciento de los países del mundo.
En esas estamos. Hasta que arrancó la campaña electoral por las PASO 2021.
El primero en animarse a tocar el “tabú” de una reforma laboral en la campaña fue, justamente, el peronista Florencio Randazzo, que se presenta como candidato a diputado independiente y no kirchnerista por la provincia de Buenos Aires con la prestigiosa empresaria Carolina Castro.
Los siguió el economista y periodista Martín Tetaz, que va como segundo de la lista de precandidatos por Juntos por el Cambio en la Capital que encabeza la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. Se le sumó su rival en la interna, el economista liberal y ex ministro Ricardo López Murphy.
Si se enterara Jaime Durán Barba allá en Ecuador que en la Argentina hay candidatos ofreciendo ¡una reforma laboral como promesa electoral! los bocharía a todos: el gurú ecuatoriano que ayudó a Mauricio Macri a llegar a la presidencia sostiene en su filosofía de marketing político que “no se puede proponer nada que la gente interprete como ajuste”, y mucho, mucho menos en campaña electoral.
Pero Durán Barba también fue el consultor que fracasó con su estrategia de gradualismo que impedía que Macri confrontara a los argentinos de entrada con la dura realidad de que sin reformas estructurales urgentes, el país no saldría de su laberinto económico, y su cliente no conseguiría su reelección. Y la más importante de esas reformas era, justamente, la laboral.
Un fracaso sistemático
Es comprensible: todos los intentos de reforma laboral en la Argentina fracasaron ante la férrea oposición del peronismo y los sindicatos, aunque también muchas provincias le escapan a una reforma laboral como al diablo.
El gobierno de Fernando De la Rúa se vino abajo a los dos años, luego de que intentara imponer una reforma laboral mediante la tristemente célebre “Banelco” en el Senado.
No es fácil que una reforma laboral prospere así nomás en la Cámara Alta, que representa directamente a las provincias: en varias de esas provincias los gobiernos mantienen su poder porque son prácticamente los únicos empleadores. El que controla el empleo, controla al final el voto. El empleo privado sería una competencia no muy deseada.
El vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez renunció ante el escándalo, y el debilitado De la Rúa terminó renunciando ante el peso de las protestas por su crisis económica.
El propio Mauricio Macri lo intentó dos veces sin éxito. De entrada, probó con una muy inteligente ley de Empleo Joven, que alentaba a las empresas a dar el primer empleo: eso apuntaba a resolver la faceta más grave del desempleo en la Argentina, que es la desocupación juvenil, que tiene a la mitad de los jóvenes en la calle y sin perspectivas de futuro. La mayoría peronista en el Congreso se la bochó sin miramientos.
¿Cómo pudo ser tan cruel el peronismo con los jóvenes? Muy simple: nadie se enteró del proyecto. Macri, oyendo los consejos de su gurú, lo llevó en silencio, en puntas de pie, en secreto. Ni los medios se enteraron por aquel entonces hasta que el peronismo lo rechazó.
El peronismo pescó inmediatamente que esa ley podía ser exitosa en generar empleo joven en grandes cantidades y que ese éxito podía convertirse en el preámbulo de una reforma laboral posterior más amplia. El cálculo era obvio: si Macri tenía éxito con una reforma laboral, ¿quién sacaba del gobierno a Cambiemos?
Por su parte, el gobierno de Macri creyó que, en silencio, la ley podría, en una de esas, pasar inadvertida. Eso no sucedió. Pero, por lo menos, el gobierno de Cambiemos quedó conforme con el premio consuelo de que tampoco nadie se llegó a enterar de esa inicial derrota parlamentaria.
Luego, después del triunfo electoral de las elecciones de medio término de 2017 el gobierno de Macri intentó ir por una flexibilización laboral más amplia y, esta vez, también discretamente, intentó convencer a quienes no se iban a dejar convencer nunca: los propios sindicalistas.
Cuando parecía que la CGT iba a aceptar algunas pocas de las cláusulas que proponía Macri, el peronismo en el Congreso fue muy claro: no hubo reforma laboral. Fue un fracaso silencioso, porque el tema tampoco se debatió demasiado.
Y ahí estuvo el error: el de la reforma laboral, por el solo peso de sus argumentos y de la desastrosa situación económica de la Argentina, es un debate que solo se puede ganar. Solo tiene una condición: el debate hay que darlo y en todos los frentes. Era necesario instalar el tema y explicar el problema.
Parafraseando a Durán Barba, había que demostrar que “ajuste” es justamente no tener trabajo y no poder resolver el problema inflacionario.
Además: nunca se explicó siquiera que una reforma laboral no le quitaría derechos ni conquistas sociales a ningún trabajador de la élite afortunada de la Argentina que hoy goza de empleo formal y en blanco: la ley valdría para acercar al mundo del trabajo formal a las grandes mayorías que hoy están en la calle, son cuentapropistas, trabajan en negro o viven de planes sociales.
Un debate apasionante
El de la reforma laboral es un debate más fácil de ganar de lo que parece ante la violenta resistencia de buena parte de la política y los sindicatos.
Incluso hoy el tema se aborda con miedo. Randazzo empezó hablando de reforma laboral y al poco tiempo rebautizó su propuesta -por las dudas- como “inclusión laboral”. Es un eufemismo, pero muestra el temor que hay de nombrar al diablo por su nombre.
¿Si el debate se gana en cualquier set de TV o en cualquier mesa de café, por qué no se da?
De la Rúa y Macri fracasaron por el mismo motivo: un error de concepción de cómo usar la comunicación desde el gobierno.
No entendieron que el peronismo y los sindicatos aprovechan los prejuicios que ellos mismos instalaron para rechazar sus propuestas, y que, si el debate lo ganaban en la opinión pública, el “peso de las encuestas” iba a ser mucho más fuerte que los “porotos” en el Congreso.
¿Quién podía abiertamente rechazar una ley de empleo joven, como la que propuso Macri, si la idea era sacar a los jóvenes de la droga, la delincuencia, el hambre y darles trabajo y formación para el futuro? Imposible. Pero le faltó instalación.
¿Qué cambió de entonces a hoy para que Randazzo, Tetaz y López Murphy se animen a ofrecer reformas laborales como promesas de campaña?
Además de que la pobreza en la Argentina se viene agravando de manera alarmante, durante la pandemia hubo dos lecciones muy importantes que llevaron a muchos políticos a entender mejor a la opinión pública que antes: la presencialidad en las escuelas y las vacunas de Estados Unidos.
Los chats de “mamis” y los debates televisivos con cifras y datos concretos en la mano les torcieron el brazo a los gobiernos de la nación y la provincia de Buenos Aires que prácticamente no querían abrir nunca más las escuelas. Sucumbieron ante el debate.
Con Empresarios, que por la campaña política en córdoba o sea EMPRESARIOS CORDOBESES, son tan poco inteligentes de invitar a MARTÍN GUZMAN a una cena cuyo costo de tarjetas fué de 20,50,80 mil pesos, que se puede esperar. Si les decis BURROS,es poco. Que esperaban expusiera el tipo . Entonces con la quejadera contínua del Sector Privado, que no saben con quienes relacionarse, que podés sacar en limpio. Si no avanzan es porque SON BURROS.
Por favor, lean "Monotributo Social" en www.miplandegobierno.com. No es una solución integral pero sí una salida para este momento.
Mientras LA CORPORACION SINDICAL siga teniendo la manija del SISTEMA LABORAL ARGENTINO, todo intento de reforma fracasará, es por ello que ANTES de cualquier "aventura" por presentar proyectos de reforma en las Cámaras, es imprescindible, quitarle el PODER ECONOMICO a los Sindicalistas. Es decir sacarles el MANEJO DE LOS FONDOS DE OBRAS SOCIALES. No se pide que anulen a los sindicatos sino que, al igual que en resto del mundo, donde hay sindicatos, que se dediquen EXPRESAMENTE a la defensa de las condiciones laborales y salariales de sus afiliados (¡VOLUNTARIOS, NO DE PREPO!), teniendo EXPRESAMENTE realizar OTRAS ACTIVIDADES que las mencionadas. (https://www.dusseldorf-lleva-umlaut.com/trabajo-en-alemania-derechos-laborales/ ). Hoy la entente existente entre POLITICOS Y SINDICALISTAS , es NEFASTA PARA LA CREACION DE NUEVOS PUESTOS DE TRABAJO. Los MISERABLES que "manejan" el curro LABORAL (incluidos los abogados de la especialidad), no les importa un bledo EL PRESENTE y mucho menos el futuro de los JOVENES. Hasta los estados que son referencia para el gobierno actual, como EL RUSO, no tiene sindicatos con el PESO POLITICO que tiene en Argentina https://www.ilo.org/ifpdial/information-resources/national-labour-law-profiles/WCMS_159149/lang--es/index.htm
Si bien estoy de acuerdo con el diagnóstico mostrado en esta nota, no estoy 100% de acuerdo con la solución propuesta. Me parece algo inocente pensar que una reforma laboral mágicamente destrabará la economía. Menem usó su "flexibilización laboral" para extender la edad jubilatoria, pero el empleo igualmente cayó. Tampoco creo que sirva una ley de "empleo joven". Lo que hay que hacer es poner en marcha la economía. Si hubiera empleo seguramente dejaría de discutirse si se emplea a jóvenes o viejos, ya que todo el mundo estaría dentro del sistema. Pasa algo similar con las paritarias: Creen que mágicamente cerrar un porcentaje alto de aumento anual garantiza el bienestar. Si el porcentaje es mas alto de lo que están dispuestos a invertir entonces va a caer el empleo. Si un empresario tiene la expectativa de una paritaria de por ejemplo 40%, que le permita crecer y pasar de sus actuales empleados a una cantidad mayor, pero la paritaria cierra en 50% como mínimo va a dejar de contratar, y si puede va a bajar la cantidad (si alguno se jubila o consigue empleo en otro lado no lo reemplaza). Crear empleo de verdad requiere gestión, no leyes o paritarias.