La
literatura es un riesgo en la página en blanco y
el periodismo en la libertad de su propia expresión. Sin libertad,
ninguno de los dos géneros tiene muchas probabilidades de desarrollarse,
sobrevivir, respirar adecuadamente e
influir en la sociedad del conocimiento.
El escritor y el periodista deben asumir por instinto,
necesidad, oficio, un compromiso, todos los riesgos posibles para cumplir con el
acto de la escritura y comunicación. Son oficios que huelen más a sangre
que a tinta, a compromiso que olvido de la realidad, a participación en la
sociedad, que ausencia en los liderazgos e interpretación de los hechos, políticas
y marcha de este nuevo mundo que surge de vertiginosos cambios, cuyas
consecuencias ignoran sus propios gestores.
El trabajo literario es un acto solitario, privado, personal,
íntimo, pero el escritor sabe que es
algo más que un observador privilegiado de su tiempo o cronista de él. El
periodismo, tiene en cambio todo lo público que la literatura no requiere en su
gestación, y su batalla es diaria, sistemática, no sólo como intérprete de
la información, de los hechos, intermediario entre la noticia y el público,
sino un vocero de la sociedad que interpreta con los códigos y las técnicas
que le enseña su profesión. Hay algo más actualmente que objetividad y
subjetividad, aunque la objetividad subjetivizada es la realidad, yo diría
interpretación informada de la sociedad
civil.
La información debiera ser la palabra más pública,
transparente y de fácil acceso para el periodista y la población que la
consume. Pero en la actualidad existen verdaderos ejércitos encargados de
obstaculizar su acceso mediante las relaciones públicas, el marketing, el
show televisivo y las paredes que levantan las entidades del estado que
pertenecen a todos los ciudadanos.
No son pocos los encargados hoy de corromper la verdad, en
las entidades públicas y privadas, donde el secretismo y el vicio de la
discrecionalidad del poder, imponen su peculiar sello de verdades a medias.
Fuertes dosis de impunidad azotan a las entidades públicas, a los órganos del
Estado y algunas empresas privadas no escapan a estas realidades que agobian a
las sociedades, truncan el desarrollo, castran a los pueblos y marginan a
grandes conglomerados de cualquier posibilidad de mejorar sus expectativas de
vida.
El periodista debe penetrar, descifrar ese blindaje para
conocimiento público, porque una Sociedad Civil desinformada es presa fácil de
su propia esquizofrenia, desintegración y parálisis.
Libertad es la palabra clave para la literatura y el
periodismo, aunque actúen y tengan funciones, objetivos y razones de ser
diferentes.
Si bien, ambos géneros
están claramente definidos, y el periodismo es la información diaria de
los hechos, la literatura es un telón de fondo de la película sicológica
humana, el subterráneo de la intimidad del hombre y sus alrededores. Hurga en
su piso interior, escarba, trabaja el gran micro escenario del individuo y sus
relaciones con la sociedad, sin olvidar el escenario global.
Ambos géneros, hace años, se mezclan, se subordinan, a
veces, se prestan y facilitan sus propias artes y técnicas para enriquecer su
producto final, hacerlo más atractivo e interesante al lector. Aunque sus propósitos
sean diferentes, se oxigenan.
Hay ejemplos clásicos. La literatura promotora de un
periodismo narrativo, menos plano, no tan aséptico, refrescante, con el
colorido de toda la paleta de la vida, que no es lineal, y el fondo de un pozo,
que no es vacío. Truman Capote, con A Sangre Fría, inaugura el
reportaje. Un escritor brillante que influyó notablemente la sociedad
norteamericana el siglo XX. Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez, son dos
ejemplos del periodista cronista y escritor brillantes.
El periodismo, dicen, es la muerte del escritor. Opinión,
sin duda, pero nadie niega la contaminación de los géneros y sus distancias,
como propósitos, además de sus sanas influencias.
Siempre existirá un nicho para el periodismo narrativo, cuyo
escenario es el paisaje integral de la sociedad, más allá de la óptica
personal, del pequeño delirio del yo.
El periodismo y la literatura tienen hoy como ayer, sus
responsabilidades. Pero ambos géneros son por excelencia, un ámbito de
libertad, medidores sensibles de la marcha, madurez, capacidad, desarrollo de
una sociedad. Si no fluyen libremente, algo sucede, no en la periferia, en la
carrocería de una Nación, sino en su corazón. Los periodistas saben, que
vivimos tiempos de excepción para la profesión y os riesgos están coronados
con muertos en distintos continentes, en guerras que no son ajenas
a la palabra.
Se crecen en estos tiempos difíciles, el periodismo y la
literatura, donde sé sobre-actúa en la televisión mundial, y la credibilidad.
brilla por su ausencia. Si, nadie puede ignorar que vivimos un mundo de Babel,
tiempos donde el tiempo es una excusa, porque en verdad todo es el instante.
Internet se encargó, con las cadenas televisivas mediáticas, de convertir el
tiempo, las distancias, en una variable casi convencional, como se conocía en
el pasado reciente. La información está en todas partes y a cada segundo. Lo
importante es como discriminar la información, obtener la verdad, nadar en un
mar de datos, y poner a salvo la credibilidad de esas fuentes.
El periodista es más necesario que nunca, de acuerdo con
estas realidades que la ficción, el poder, los grandes consorcios le imponen al
mundo. Es imperativo salvaguardar la verdad, ajustarse
a los hechos, informar con transparencia, crear una opinión pública
sana, sin prejuicios, responsable,
verdaderamente informada y salvar la Aldea Global de los nuevos
colonizadores del espíritu y la conciencia humana.
Vivimos bajo un mundo de imágenes falsas y de verdades
deformadas, denunció hace un tiempo la escritora norteamericana Susan Sontag, y
sin duda dio en el blanco, como si la palabra fuera un misil de alta precisión,
aunque no tenga la capacidad para devastar una parte de una ciudad, sus palabras
crean conciencia global. La escritora revela y traduce lo que nos llega segundo
tras segundo por las cadenas mediáticas globales, como una sombra oscura y
delgada, a manera de mensaje. Información para el consumo de una sociedad
desinformada, y en cuyo despiste actúa la imagen de la ambigüedad, esa que no
responde a los hechos reales, sin contenido, ni trasfondo y menos el contexto
necesario que debe tener toda información que trascienda las fronteras de un país.
Periodismo fuera de contexto es lo que se presenta en el menú
mediático y global.
La información es
más masiva que nunca en la actualidad, instantánea, abierta aparentemente,
pero su total transparencia la puede alcanzar alguien que la analice, si en
verdad está interesado en lograr su confiabilidad y veracidad.
Mientras los centros de poder propician y proclaman la
apertura de las fronteras, con los medios de Comunicación ocurre todo lo
contrario: su concentración determina su orientación. Las grandes cadenas mediáticas
imparten pautas alas televisoras locales, radioemisoras y periódicos en el
mundo.
Un Medio de Comunicación para ser respetado, influyente, verás,
confiable, tiene sólo un camino: contratar profesionales
de la información y servir a la sociedad civil. Representando sus
mejores y legítimos intereses.
Rolando Gabrielli