Si el
pasado no es resuelto a tiempo y se arrastra con su cola de ratón, el presente
seguirá oliendo a cloaca. No es una definición turística de la realidad, sino
algo más que una intuición, una película repetida. La filmación del pasado:
Viet nam con sus soldados locos se repite en los desiertos de Irak y
Afganistán, salpica fuerte en Pakistán el hedor a mezquita muerta, a laberinto
sin ojos. La tiranía de la estupidez completa su círculo virtuoso de espanto.
Es la puesta en escena de la feroz rutina del horror que pedalea contrarreloj
barranco abajo. De izquierda a derecha el tiempo es el mismo, inmutable.
Amanecer/mañana/mediodía/tarde/crepúsculo/noche/ocaso/ocaso. Más lento o
veloz, para algunos entre montañas arando en el desierto o en un F 16 cruzando
el cielo, el tiempo sucede con su propia lógica de aquí no ha pasado nada.
Qué sólo se
está quedando el soldado desconocido de la Casa Blanca. Una imagen realmente
oscura para un inquilino de una propiedad tan emblemáticamente poderosa e
inmaculadamente blanca. La pureza del color, que es mi color favorito, reclama
una pureza de principios y acciones. El supuesto liderazgo, es ocaso puro,
amanecer de los muertos. La guerra y la economía doméstica se derrumban como
maniquíes detrás de una gran vitrina. Un puente, otro puente, los pasos del
fracaso resuenan en el vacío. Qué poco lírico te has puesto George, me comenta
el Editor con esa calma de quien sabe lo que sucederá, porque está escrito más
que por el destino, por los que crean el futuro y sus voceros oficiales. Dos
son los tres o cuatro grandes temas de la próxima campaña:” retirar las tropas
de Irak” y atender la economía doméstica, mejorar los servicios de salud y
legislar sobre una política migratoria que atienda la realidad económica,
social, del país y su tradición en cuanto a las libertades y derechos humanos.
Se hablará de la Pax Americana, sin decirlo directamente, pero ésta pasa por
Medio Oriente, Asia, Europa y sus alrededores, como si el imperio alquilara
bienes raíces incluyendo a los marcianos. La bestia se está yendo sin riendas,
es lo que dicen las encuestas. Después nos dirán que la historia no existe,
sino vagas interpretaciones, margaritas deshojándose en algún rincón del
Departamento de Estado. Estamos en un túnel, pero no en su final. Ante el
desfile monumental de la mediocridad, la mentira, el rito banal arrastra su
estridente voz hueca, la náusea de sus vocales, molares como balas de
escopeta, tum, tum, tum, resuenan en la pequeña historia parvularia de
nuestros días. No sé, todo está atrasado, con el perdón de la historia y de la
velocidad de las comunicaciones. Como decía un amigo colombiano, el tiempo se
está descuadernando y aparece el gran esqueleto monumental de la nada.
La historia
actual y mediática del mundo, es después del 11, cuando fueron derribadas las
Torres Gemelas en Maniatan el futuro del mundo, porque todo se ha construido a
partir de allí: la invasión y guerra contra Irak y Afganistán, y la
diseminación del terror mundial. Nunca el escenario giró más sobre la
circunferencia del terror y el miedo, dentro y fuera de Estados Unidos.
Post, post, después
del después
Post, post,
lo que vino después de la fecha. Yo imagino pasear por NY al profesor Marshall
Berman, con su cabellera blanca vaporosa de nieve hirsuta, su mirada plácida
al pasado, en un futuro sin tiempo presente, ataviado con un saco de gran
colorido indígena y su maletín acarreando ideas por la city que no tiene
tiempo para morir, sin vivir. Berman es un arqueólogo de la cultura, absorbe
como una pajilla los problemas de esta época, de la vida urbana, la calle. Es
profesor de Ciencia y Urbanismo, autor de un legendario libro editado hace un
cuarto de siglo: Todo lo sólido se desvanece en el aire. El hierro,
cemento, la dura estructura, el cristal, todos los materiales de los esbeltos
símbolos de la Gran Manzana se disolvieron ese día infausto, que siguió a
miles de días más infaustos que terminaron por amputar el oxígeno a nuestro
nuevo siglo y época. Este escenario que Berman recicla como una locomotora
llena de abejas, es el que zumba en la oreja del profesor de Nueva York: la
Gran Manzana herida de miedos y temores. El frágil instante del enemigo
adivinado en algún lugar del sitio equivocado. Berman nos habla de la
modernidad y qué significa ser modernos, ya que nos encontramos en este mismo
camino. El tiempo y el espacio que compartimos, nos dice, donde vivimos la
aventura, el poder, la alegría, el crecimiento y la transformación de nosotros
mismos. Simultáneamente, advierte el profesor Berman, se vive la amenaza de
destruir todo lo que tenemos y somos. La modernidad une y desintegra, nos
sigue advirtiendo, con su singular paradoja, porque “todo lo sólido se
desvanece en el aire”, como ya lo había dicho Marx, cita el mismo Berman.
Marshall, tal vez no somos más que un continuo río, como dijo el poeta. El
profesor dispara sólida, gaseosamente sobre los elementos que conforman,
integran y desintegran el caos, y no sé si es su interés presentar un rasgo de
coherencia en lo que nos ha tocado por rompecabezas. Es una vorágine, yo
diría, un hoyo negro con algunos rayos de luz como devorándose frente a un
espejo de un sol triste, poco iluminado, a expensas de los fuegos
artificiales. ¿Somos el cambio, profesor, o la destrucción? Cuentan los
cronistas, y no es una novedad, que el profesor Berman odiaba las Torres
Gemelas. Él divagaba sobre la ciudad y estos iconos que irrumpían
violentamente la city como dos sólidas promesas, pero jamás eternas, como todo
lo humano, y más cuando se sostiene en el cemento, hierro y cristal. Para
Berman las Torres se apartaban de la ciudad, no por su imponente altura, sino
frialdad, y en especial el celo de sus administradores por separar a la gente
del sitio. Nueva York que camina informalmente, despreocupada, sin más sentido
que no proponerse ningún sentido, ser el sueño informal del futuro, el
insomnio de cada día. Él las lloró cuando vio que las Torres eran personas
porque estaban habitadas y gracias a CNN, el mundo se detuvo a ver una y otra
vez las imágenes de las personas que se lanzaban como muñequitos desde el
cielo al infierno.
El profesor es un soldado
vivo en el Bronx
Lo único
que recuerdo de la imagen de Berman son sus ojeras que rastrean su propio yo,
la mirada hacia sí mismo, encandilado en el olvido o en lo que aún está en
proceso, porque la distracción es atención por otra cosa. El profesor es un
soldado vivo en el Bronx/naufraga, se disuelve en el sólido atardecer de Nueva
York/ pero permanece bajo una que otra estrella del fugaz verano/ En Manhattan
alto o bajo, todos quieren alcanzar las estrellas/quizás un blue no tan lento
es el futuro que le conviene a la ciudad/Escribe Marshall Berman que la luz no
es más oscura que el día/la ciudad le rebota su espanto/¿Nada existió en la
sombra?No hay más símbolo que una calle vacía/imposible de encontrar un pájaro
picoteando la mañana/Naturaleza muerta, profesor Marshall/el hombre sigue
caminando en dos pies/bestia bípeda banal/cavernícola carnívoro
camaleón/Maravilloso erectus, decía una vecina/suspiraba la ventana, la
recámara, las sábanas/Profesor no deje que las cucarachas se queden con la
ciudad/sus alas negras son el cielo/la noche/los pasos que vuelan por cada
calle/son el sistema, Marshall, lo viven.
¿La
modernidad es un sólido banquete de la nada? Tomo nota desde que tengo uso de
razón y nada es igual al día anterior ni mañana. Alguien está corriendo el
rollo demasiado rápido. Pienso, la memoria me viene con ese calendario del día
a día de mi Editor, marcado en rojo, detallado con el pulso obsesivo de un
relojero: 3683 soldados muertos en Irak y 35.600 heridos, según cifras
oficiales. La muerte en guerra no entiende de modernidad, es parte de ella, la
caracteriza con su presencia vital y real. ¿La modernidad es la destrucción
del otro, profesor Marshall Berman? ¿Antropofagia petrolera? ¿O la muerte es
nuestro verdadero icono, profesor? ¿Lo moderno tiene techo de vidrio? ¿La
modernidad toma agua con la mano? ¿Lo torcido se endereza? El horizonte no es
azul, negro, ni es una línea horizontal, está en los ojos de cada cual.
El profesor
Marshall, hijo del Bronx, es un sobreviviente de esa magnífica autopista que
devoró el sueño de su infancia y puso en el borrador de la memoria esa zona
urbana donde había nacido. Pero también es hijo de Harvard, Columbia y Oxford,
donde ha reciclado los puntos y comas de la modernidad, época donde las
respuestas son unas ilustres desconocidas, voyeristas de ombligos suburbanos
que se miran así mismas extrañadas por su incompetencia o porque la realidad
escapa ante sus ojos. La “guerra” contra Manhattan, el ataque a las Torres
Gemelas, era contra la Casa Blanca, y los suicidas no encontraron un mejor
símbolo, icono, objetivo que representara el corazón financiero de Estados
Unidos, el orgullo de su ciudad emblemática, el espacio más universal que
conversa con el cielo. La modernidad más desconocida en su guiño infernal le
estremeció a Berman desde la suela de sus zapatos y no estaba preparado para
el estallido de esa vidriera financiera, su desplome y el llanto incontenible
que le trajo el atentado, no contra esas “odiosas”, impersonales estructuras
de acero, sino contra la vida de las personas que allí trabajaban. Ciertamente
la modernidad se ha arrodillado ante su propia trampa de prepararse para la
guerra, la muerte, la divina soberbia sobre el control, avasallamiento, olvido
de los demás, del Otro, que pareciera no contar. ¿Gaje de la modernidad es la
auto destrucción del hombre y su entorno natural?
Verbo oscuro, vitriólico
El
fundamentalismo, de uno y otro lado, Oriente y Occidente acorrala la libertad en
unas cuantas paredes y consignas, actos arbitrarios, lugares comunes,
fundamentalismo medieval, Verbo oscuro, vitriólico.
Berman es el barman de Nueva York/
Profesor, ¿somos hijos del Big Bang, bang, bang o de la caverna infernal?/¿de
la neurosis o del diván?/ Modernidad, modernidad, divino tesoro/ Conoce a
fondo buen pastor/ el sabor de cada trago amargo/dulce del aire de la city/lo
que en la calle se respira/vive y los malos buenos días se confabulan en su
bandeja/sólidos y se desvanecen en la palma del olvido/historias sin fin de
una calle a otra/La realidad es una sombra, profesor/bajo los rascacielos
Maniatan a Manhattan/ Babel, Babe/ el día 11 es un perro apaleado/ en la
modernidad del terror/cae el telón profesor/otro 11 y me voy.
El profesor sigue circulando con sus
ideas, allá en Nueva York, donde el tiempo sucede de otra manera y pareciera
no descansar. Un perro sin orejas da vuelta la cara del mundo, por una calle
de Nueva York se llega a otra calle. En algún lugar se cae un tarro de pintura
de un andamio y el silencio amarillo queda mudo. Una mujer, en cambio, que no
dejará de ser mujer, se paraliza al ver un cangrejo. La noche se sigue
sosteniendo con unas pocas estrellas titilantes a la espera quizás de las
fugaces perseidas. Las estrellas pueden permanecer en lo alto, alumbrar casi
por una eternidad, pero terminan siendo fugaces. La noche se recupera en 24
horas y termina siendo lo brillantemente oscura que nunca dejar de ser.
¿Profesor, la
modernidad son estos paisajes de horror, los muertos que caen del cielo, los que
no tienen nombre? ¿De dónde vienen los barítonos de la muerte? ¿La muerte es un
deber patriótico, un lujo, un mandato, una satisfacción personal o simplemente
un acto de humildad, recogimiento callado absolutamente silencioso?
Postmodernidad post/después que vendrá detrás/¿delante del post nada? La
modernidad como está/ya es inmanejable, burbujasl./los peces se resbalarán/el
mar quedará sin sal/la rueda dejará de girar/Es mejor ir a un parque profesor/a
respirar/caminar bajo el tiempo del olvido. El balance es sorprendentemente
repetitivo, demoledoramente desolador, sinceramente catastrófico, absolutamente
letal, una pesadilla sin duda porque los resultados están a la vista y lo único
que se oculta al atardecer de manera natural, es el sol.
Silvia Banfield ©2007