La promesa de ponerle fin al cáncer con una milagrosa e indolora medicina armaría una mega revolución si se anunciara hoy día, ni hablar de lo que desató hace 35 años, cuando tres jóvenes médicos dijeron casi por casualidad en un programa de televisión que estaban curando a pacientes oncológicos terminales con una nueva sustancia, desarrollada por un ignoto médico de nombre Juan Carlos Vidal.
La sustancia parecía tan sencilla de conseguir y tan fácil de producir, que casi era tonto que nadie hubiera pensado en ella antes. Se trataba de un compuesto obtenido a partir del veneno de la víbora de cascabel, que se dio a conocer como crotoxina. Un nombre que quedaría grabado a fuego en la memoria de los argentinos.
Corría el año de 1983 y la noticia puso patas arriba a la comunidad científica, a los laboratorios, y también al gobierno porque en los despachos ministeriales empezaron a llover las quejas por lo aventurado del anuncio que, para mayor descrédito, se había hecho en el programa “La noticia rebelde”, un magazine que mezclaba lo cómico y la crítica política de manera magistral.
Presionado por el interés popular, el gobierno nombró a una comisión médica para investigar la sustancia y realizar estudios clínicos en 83 pacientes terminales. Después de semanas de euforia y de grandes esperanzas, llegó la bomba: el 13 de octubre de 1986 los argentinos nos despertamos con la noticia de que la crotoxina había sido prohibida y los estudios cancelados, sin más trámite.
La decisión oficial causó casi tanto revuelo como lo había hecho el anuncio del hallazgo, y automáticamente el país quedó dividido entre los que acusaban al doctor Vidal de charlatanería y de lucrar con el dolor de los enfermos y sus familias, y los que empezaron a ver una conspiración detrás de la prohibición, motorizada por la industria farmacéutica que se negaba a perder millones en los medicamentos tradicionales que iban a ser desplazados por unas ampollas eficaces y de bajo costo.
Desde el momento en que se supo que la crotoxina quedaba prohibida, la polémica se instaló en las conversaciones cotidianas. Los argentinos en las calles y los periodistas en los medios no pararon de hablar el tema durante meses, hasta que escaló a escándalo nacional.
Pero de pronto, no se sabe muy bien cómo ni cuándo, el tema sencillamente se apagó y el doctor Vidal se perdió del radar. Se dijo que había dejado el país por miedo, que temía que lo mataran para tapar su histórico descubrimiento y que estaba trabajando en Brasil, pero no se supo mucho más.
Aunque el tema se evaporó -junto con la ilusión de muchos- nadie olvidó la palabra crotoxina, que quedó flotando como uno de los grandes mitos argentinos. Pocos saben si ésta realmente curaba y por eso fue borrada del mapa, para que no dinamitara la lucrativa industria del cáncer, o si fue una farsa.
Hace tres años, el locutor Julio Lagos publicó una extensa y muy interesante nota en su muro de Facebook, que todavía está disponible y que vale la pena leer. En el texto, citó varios testimonios de expacientes que aseguraban haberse curado con la crotoxina. Lagos es autor de un libro sobre esta historia que él mismo califica de “turbia”.
Uno de los testimonios más impactantes es el del fallecido doctor Luis César Tagle, que integró el comité médico que evaluó a los pacientes terminales.
De acuerdo a las crónicas registradas por Lagos, el doctor Tagle le dijo que había confirmado francas mejorías en el tratamiento, pero que también se había enterado de que el 20% de los pacientes incluidos en la lista experimental, extrañamente, nunca se presentó a las pruebas, y que después de indagar había descubierto que los ausentes en realidad estaban muertos desde antes de que los eligieran para las pruebas. La conclusión que sacó el galeno fue que ningún estudio que partiera de un 20% de “fracaso” podía llegar a buen puerto y que todo estaba orquestado para hacerlo fallar.
Tal como refiere Lagos, años después hubo un intento de reflotar la promesa de la crotoxina, durante el gobierno de Carlos Menem, cuando el prestigioso doctor Raúl Matera encabezaba la Secretaría de Ciencia y Técnica. Pero la suerte fue esquiva una vez más y Matera murió inesperadamente, dando seguramente más pasto a los conspiranoicos. Se cree que Matera iba a avanzar para aprobar la sustancia, pero que su reemplazante se ciñó al protocolo, con lo que todo volvió a quedar en la nada.
Según varios testimonios que recabó Lagos, el doctor Vidal trabajó en sus últimos años en el anonimato en un extraño laboratorio en Buenos Aires, al parecer solventado con fondos públicos, pero que por algún motivo poco claro su trabajo se mantuvo oculto. Y según dicen, también se quiso ocultar su muerte.
Otro de los testigos que hablaron con Lagos fue el doctor Gould, quien sostuvo que estando en el velatorio de Vidal, llamó a la oficina del fallecido médico para ver si se lo seguían negando, como habían hecho en varias oportunidades en las que lo había llamado. Una vez más, le respondieron que el doctor estaba trabajando y que no lo podía atender. Cuando Gould les dijo que estaba frente al féretro de Vidal, simplemente le cortaron.
Hace algunos años el tema volvió a la luz cuando científicos en Brasil introdujeron cambios en la crotoxina para crear un fármaco que al parecer es muy eficaz en el tratamiento del dolor. De hecho, pocos saben que durante el gobierno de Menem la prohibición se levantó, al menos en forma parcial, quedando un gris en la legislación médica. En Capital Federal, en la avenida Forrest, existe una fundación especializada a la que se puede acudir por información.
Verdad o mito, la crotoxina sigue estando presente y siendo una de las historias más fascinantes y enigmáticas de la Argentina. Su estrafalario anuncio, el escándalo que desató y su más escandalosa todavía prohibición, la colocan en el ranking de los grandes misterios sin resolver de nuestro país.
La estructura de la teoría conspirativa se mantiene siempre igual: un héroe, generalmente solitario, realiza un notable descubrimiento que podría curar, rápida y casi gratuitamente, a millones de enfermos. Los malvados de los laboratorios tratan de defenestrarlo, para no perder el negocio de vender otros remedios que cuestan fortunas. A la vez, miles de médicos (todos ellos comprados por los laboratorios o por "el sistema") se confabulan contra el héroe solitario, y los peores son los que desautorizan la validez de los estudios acerca del supuesto descubrimiento milagroso y (casi) gratuito. Eso sí, nunca logra demostrarse la eficacia del supuesto remedio. Fin del episodio, pero no de la historia. Los conspiranoicos siempre están atentos a la próxima novedad, para saciar sus ansias de encontrar conspiraciones en todas partes.
Cuando yo era chico - y muchos años antes de la noticia sobre la Crotoxina - mi padre me refirió que en cierta tribu indígena se curaba el cáncer con el veneno de serpientes. Pero que a veces fallaban y moría el paciente, debido a que ellos no contaban con la tecnología o el conocimiento para quitar toda la toxina al veneno. Uno de los notables convocados -un cristiano evangélico al cual escuché en el programa radial del pastor Juan Pablo Bongarrá- confirmó que él constató el efecto positivo de la Crotoxina en los enfermos tratados; pero, para su sorpresa, casi todos los notables (salvo uno de ellos) ni siquiera examinaban las carpetas con las pruebas o resultados satisfactorios en los enfermos terminales. Por supuesto, no se expidió sobre el motivo por el cual aquellos 'notables' no examinaban las pruebas y automáticamente rechazaban las pruebas tan contundentes (como hacen algunos jueces argentinos corruptos, en otros temas sobre corrupción). Lo de que fue a vivir al Brasil no lo supe. En las publicaciones de la época se decía que había sido llamado para trabajar en la NASA. Cuando regresó a la Argentina - con visible temor en su rostro - no quiso dar detalles de qué fue a hacer en Estados Unidos. Yo viví esto de cerca, porque la peluquería en calle Maipú al 400 en donde yo concurría estaba en el mismo edificio en donde estaba el consultorio del Dr. 'Coni' Molina, compañero de Vidal. Por supuesto, el peluquero me comentaba la veracidad de este tratamiento.