Sorprende la rapidez con que se están quemando iniciativas políticas en Argentina. El sábado Sergio Massa tiró apenas informalmente, a través de un diario, la idea de convocar a la oposición para llegar a un acuerdo luego de las elecciones.
Y anoche, menos de 72 horas después, con un mero tuit, Alberto Fernández ya dio por caída esa posibilidad. “Estamos los que decimos que sí a un diálogo y están los que no quieren encontrar soluciones y ponen palos en la rueda”, dijo. ¿De qué diálogo habla el presidente? Si ni siquiera hubo una convocatoria formal, una lista de temas, una reunión opositora para evaluar si dialogan o no.
La situación es muy delicada como para andar victimizándose así en forma tan precoz.
¿Por qué es delicado? Primero, porque llegó la hora de la verdad. El régimen de déficit y clientelismo constantes inaugurado por los K hacia 2007 no da para más. Hay que reordenar 15 años de delirios. Eso implica un ajuste. Por las buenas, conducido por los políticos, o por las malas, conducido por nadie, que es lo que está en riesgo de iniciarse.
El gobierno se demoró en admitirlo. Y ahora, cuando las papas queman, quiere que la oposición comparta los costos políticos de ese ajuste. La oposición, obvio, especula: ¿le conviene ayudar a un gobierno que la culpa de todos los males o le conviene dejar que el kirchnerismo se cocine en su propia salsa?
Pero la dificultad mayor del gobierno no está en la oposición. Porque ni siquiera sus propias facciones están de acuerdo. El fin de semana fue alucinante. Por una efemérides, el Frente de Todos hizo dos actos masivos, en dos días distintos, en el mismo lugar, al que no fueron ni Cristina a su acto ni Alberto al suyo.
Lo que los divide es justamente el sapo del ajuste. El gobierno sabe que no queda otra que masticarlo. El cristinismo se niega de palabra al menos, aunque no ofrece otra alternativa que correr al precipicio. O sea: Cristina bombardea desde adentro el propio acuerdo que el gobierno le suplica a la oposición.
En una foto así, la sensación es que no hay una hoja de ruta ni nadie conduciendo el tren. Es el vacío político. Y suele ser ese tipo de vacío el que facilita que la inflación se convierta en algo mucho peor.