“Reconstrucción Argentina” es el eslogan de remate para todas las campañas de la publicidad oficial nacional. Todos los comerciales cierran con ese lema que dice implícitamente algo así como “perdón por las molestias, estamos reconstruyendo la destrucción que nos dejó Mauricio Macri”.
A esa altura, después de la inapelable derrota del gobierno en las elecciones del 14 de noviembre se podría suponer que ese eslogan ya no estaría funcionando del todo bien.
Desde la oposición llaman jocosamente “Ah, pero Macri...” a esta intrépida apuesta comunicacional de dejar bien instalado que la herencia del gobierno de Cambiemos es culpable de todas las miserias: la deuda, el FMI, la pobreza, la inflación y todo lo que se nos ocurra es culpa de Macri, y un poquito también de la pandemia de coronavirus.
Algo de ayuda para intentar esta instalación tuvo la comunicación del gobierno de Alberto Fernández desde la parte menos pensada: la propia oposición de Juntos por el Cambio.
La herencia, siempre la herencia
Así como el expresidente Mauricio Macri no supo explicar bien cuando asumió de qué se trataba la herencia que recibió de 12 años de gobiernos kirchneristas, tampoco explicó muy bien cuando se fue si había entendido en qué se había equivocado y qué debería hacer para que un próximo período de la oposición mejore las vidas y las expectativas de los argentinos.
La consigna que le transmitía al expresidente el “gurú” ecuatoriano Jaime Durán Barba era “no meterse con el pasado. No hace falta escarbar en la basura durante años”. Ya avanzado el gobierno, y ante las presiones crecientes de allegados y periodistas, el entonces presidente mandó a escribir un libro, El Estado del Estado, que hacía una detallada descripción de “la herencia recibida” área por área.
Ese libro era un minucioso recuento de los árboles que había encontrado, pero en ningún momento se detenía en mostrar el bosque. El libro, que ni siquiera llegó a imprenta y terminó “colgado” de una página web perdida del gobierno, evitó explicar que Macri había heredado un país inviable y que iba a ser muy improbable llegar a buen puerto después de cuatro años si no se emprendían enormes reformas estructurales.
La Argentina que heredó Macri -y que no es otra cosa que la misma de hoy- tiene un Estado absolutamente infinanciable que se fue convirtiendo en una verdadera máquina de generar pobres y expulsar inversiones: ese era el bosque. Los árboles, bien descriptos y enumerados, impedían ver el bosque.
En su momento, el gobierno de Macri no apostó por una suerte de “Ah, pero Cristina”, según explicó luego de dejar el gobierno el propio expresidente en su libro Primer Tiempo, para no estropear el entusiasmo en la opinión pública que había generado su llegada al poder.
Durán Barba no entendió que la única apuesta que podía acertar era aprovechar ese entusiasmo para convencer a la opinión pública, primero, y a la política después, que esas reformas no solo eran imprescindibles, sino que iban a traer prosperidad o, por lo menos, algo de normalidad a una economía moribunda.
Fue a todas luces un error que todavía no se enmendó del todo. A la oposición de Juntos o Juntos por el Cambio, le falta explicar bien qué aprendió de los errores que cometió, y eso implicaría explicar mejor ese “bosque”: un país en el que los privados son desalentados a contratar; los desocupados, alentados a vivir de planes, y el único “mercado” laboral que subsiste es el Estado.
Ese Estado que se llenó de empleados públicos y planes es lo que genera los impuestos impagables y la inflación crónica que impide al país encontrarle un piso a la crisis.
El otro “Ah, pero Macri...”
La oposición tendría que contestarle al gobierno el “ah, pero Macri” con un toque de realismo sarcástico: “ah, pero Macri... no supo arreglar el desastre que le dejó Cristina”.
Parte del crecimiento de los liberales y “libertarios” en las últimas elecciones sobre votantes tradicionales de Juntos por el Cambio se puede explicar por esa falta de expectativas en buena parte del electorado de que el principal partido de la oposición tenga una idea superadora de su anterior experiencia en el gobierno. Al fin y al cabo, Macri fue solo una transición entre dos períodos kirchneristas.
Pero el último episodio desopilante fue cuando la nueva “portavoz” del gobierno, la experiodista Gabriela Cerruti, en conferencia de prensa dijo sobre los gravísimos resultados de las últimas pruebas de la UNESCO a estudiantes primarios en la Argentina que la culpa era del gobierno de Macri y su desprecio por la educación pública.
El estilo visual de las conferencias que armó la “portavoza”, como la llama irónicamente el periodista Jorge Lanata, se parece un poco al de los voceros de la Casa Blanca en Washington. Pero ahí se acaba todo el parecido, porque la vocera presidencial nunca entendió que no debía dar discursos chicaneros, sino informar a colegas periodistas. La chicana se usa para los paneles en los programas de TV o en los debates entre políticos. Cualquier analista de comunicación no gestual nota inmediatamente que la portavoz no le estaba creyendo ni a su propia voz.
La educación primaria y secundaria no dependen del gobierno nacional, sino de las provincias. Pero, en todo caso, la máquina de impedir que se evalúe y que se les exija mejor rendimiento a los docentes en la Argentina es, más que nadie, el sindicalismo docente kirchnerista.
En el distrito original de Macri, la ciudad de Buenos Aires, los niveles educativos son los más altos del país. Por lo tanto, si la Argentina que alguna vez -en educación- hizo gigante Sarmiento, hoy está al mismo nivel de El Salvador, que es uno de los países más atrasados de la región, precisamente no es por culpa de Macri: el gobierno del presidente Alberto Fernández está empecinado en facilitarle la tarea a la oposición, y de tanto insistir con el “ah, pero Macri”, va a terminar evitándole el trago amargo a la propia oposición de tener que admitir sus errores.