La docente pronunció mal un apellido y levanté la cabeza. ¿Cuántas veces no había escuchado ese apellido dicho con mil variantes? El nombre de un colega, excompañero de la facultad de periodismo, aparecía en la pantalla, delante de más de doscientos alumnos, como ejemplo de error. También, como al pasar, vinculado al prejuicio sobre los periodistas que no se toman en serio la capacitación o la vida profesional. Nada más lejos de la realidad de mi colega.
“«Estábamos en el cine, se interrumpió la película y personal del shopping nos pidió que abandonemos el lugar. No hubo demasiada información (…)», relató [x], periodista de [x] que estaba en el Dot”.
La clase era sobre correlación verbal y verbos de influencia. Las propiedades léxicas del verbo principal imponen ciertas restricciones en la correlación verbal. En el caso antes citado, el verbo exige que el tiempo de la oración subordinada (“que abandonemos el lugar”*) sea posterior al tiempo de la oración principal. Así, mi colega debería haber dicho esto: “nos pidió que abandonáramos el lugar”.
“¿Me usaron como ejemplo de redactar mal? ¿Posta? Qué ortiva. Insensible. A ver cómo habla la profesora si tiene que evacuar el shopping mientras está mirando una peli. Además una nota RE random. Que andá a saber si dije eso, porque salí al aire en TN y los de Clarín desgrabaron el audio. Ni sé qué dije”, me escribía indignado esa noche cuando le conté la anécdota.
Los límites entre la oralidad y la escritura, su frontera y, sobre todo, su subordinación han sido tema de largos y acalorados debates. A nivel cotidiano aceptamos que un escritor o periodista pueda tener una redacción impecable y, sin embargo, expresarse con mayor o menor grado de errores en la oralidad. Claro que, de todas formas, esperamos que un redactor o periodista se maneje con una cierta oralidad culta, sobre todo al hacer declaraciones a la prensa.
Si bien (muy probablemente) pocos le hayan prestado verdadera atención al error
—un ejemplo más entre muchos en una clase—, el error estuvo ahí. Una frase inocente puede terminar inmortalizada en un meme, en el olvido o en el material académico de una universidad. El mayor valor que puede generar un escritor, redactor o periodista no es más que el prestigio que construye sobre la calidad de su trabajo. Tanto por su contenido (lo que escribe) como por su forma (cómo lo escribe). El ejemplo del error quedó como una anécdota entre colegas y también como un recordatorio al que volvemos cada tanto: delante de una multitud de lectores, no somos más que palabras y muchas, tristemente, mal escritas.
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Muy buena.
Es harto difícil que haga un comentario bueno en este sitio. Esta vez bien merecido esta. Lamentablemente hoy se escribe como se habla (mal). Felicitaciones!!