Después de que el Presidente de la Nación viajara a Rusia en medio de la fuerte tensión entre Moscú y Washington por una eventual invasión rusa a Ucrania y que le dijera al presidente Vladimir Putin que quiere que la Argentina no tenga una “dependencia tan grande con los Estados Unidos y el FMI” y sea “la puerta de entrada” de su país a América Latina, el vínculo con la primera potencia mundial se deterioró, por más que el Gobierno intentó negarlo.
El jefe de Gabinete, Juan Manzur; el canciller Santiago Cafiero; el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa; el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, y el embajador en los Estados Unidos, Jorge Argüello, debieron desplegar una serie de contactos con funcionarios de Washington para acotar los daños. El gesto más evidente fue la visita que le efectuó Manzur al nuevo embajador de EE.UU. en el país, Marc Stanley.
Los dichos del presidente resultaron especialmente incomprensibles tras el respaldo de EE.UU. al principio de entendimiento del Gobierno con el FMI por la deuda, según calificadas fuentes, que posibilitaron condiciones poco exigentes del organismo financiero que no podía haber impuesto su titular, Krislatina Georgieva, debilitada tras la acusación de haber beneficiado a China cuando se desempeñaba en el Banco Mundial.
Sin embargo, hubo otro actor que desde el vamos contribuyó al principio de acuerdo y que también resultó desairado. Se trata del mismísimo Papa Francisco, a quien Alberto Fernández le fue a pedir ayuda a los pocos días de haber asumido la presidencia. Fernández sabía de la gran sintonía de Georgieva -una fervorosa cristiana ortodoxa- con el pontífice y su enfoque de una economía con una visión más humanista.
Francisco no tardó en blandir en un seminario sobre finanzas y solidaridad organizado por la Pontifica Academia de Ciencias Sociales el argumento de Juan Pablo II de que no es moralmente lícito exigir a los países pobres el pago de sus deudas a costa de sacrificios insoportables de sus pueblos. La Argentina no es un país pobre, pero sí con casi la mitad de su población por debajo de la línea de la pobreza.
Además, Francisco propició encuentros entre Georgieva y el ministro de Economía, Martín Guzmán, a quien recibió una vez en la Biblioteca Vaticana donde recibe a reyes y presidentes. El año pasado lo nombró miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales como una forma de darle un mayor soporte político ante los embates del kirchnerismo más duro y la propia Cristina Kirchner.
Al año del pedido de ayuda de Fernández al Papa ocurrió un hecho que terminaría siendo auspicioso para el entendimiento por la deuda: otro gran admirador del Papa, con quien había construido una relación personal, llegaba a la presidencia de los Estados Unidos: Joe Biden, ubicado en muchos temas en las antípodas de su antecesor, Donald Trump, enfrentado a Francisco.
La relación reconoce una serie de antecedentes anteriores a que Biden se convirtiera en el segundo presidente católico de los Estados Unidos. Acaso el principal, la visita que el Papa le hizo cuando era vicepresidente de Barak Obama -y su familia- durante su viaje a los Estados Unidos, en 2016, a raíz de que hacía poco había fallecido uno de sus hijos y rezaron juntos.
No existen hasta ahora evidencias concretas de que Francisco le haya pedido a Biden que contribuyera al acuerdo con el FMI. Pero en las cercanías del pontífice, quienes lo conocen muy bien, consideran “muy verosímil” que Jorge Bergoglio haya intercedido, aunque no pensando en beneficiar al Gobierno, sino a la sociedad ayudando a evitar el default.
La relación entre el Papa y Alberto Fernández hace rato que está deteriorada. No solo porque el Presidente impulsó con gran empeño la legalización del aborto en el peor momento de la pandemia, sino porque tras una actitud acuerdista con la oposición en sus primeros meses de mandato, optó por un estilo confrontativo como quiere Cristina.
Así como Fernández lo dejó mal parado al Papa hacia el interior de la Iglesia cuando salió a impulsar la legalización del aborto luego de pedirle ayuda por la deuda, ahora tampoco lo deja en una posición cómoda ante Biden.
No es que el Papa esté de acuerdo con ajustes que terminen recayendo en los que menos tienen. Pero tampoco quiere que la Argentina se caiga del mundo porque los que la terminan pasando peor son los pobres.