Quedan escasos días para el domingo 28, en que se decidirá quién nos gobernará por otros cuatro años, o a quien deberemos seguir soportando, según el caso. Por eso es muy probable que ésta sea hasta entonces la última nota dedicada a la política nacional, aspecto que retomaremos no bien la ciudadanía haya decidido con su voto.
El último tramo de este
camino hacia las urnas se ha visto embarrado, quizás como nunca en similares
ocasiones anteriores, por una suma de hechos que sumen en la confusión al
electorado, aunque esa confusión alcanza a rozar también a los propios
candidatos a ocupar los máximos cargos representativos.
Algunos de los que la crean
son los dichosos encuestadores. La gran mayoría de ellos -es vox pópuli-,
están pagados por el gobierno, y no sólo para dibujar índices favorables al
mismo en relación a las posibilidades electorales de su candidata, sino que lo
vienen haciendo prácticamente a poco de que la actual administración llegara al
poder en 2003.
De allí que el presidente
Kirchner contara, al menos en los dos primeros años de su gestión, con un 80% de
imagen positiva, guarismo nunca visto hasta allí en comparación con otros
gobernantes anteriores, y que hizo decir a un comentarista español que “ni
siquiera Dios alcanza tanto consenso”, como lo reflejáramos en una reciente
nota. Una obsecuencia que obviamente se da en proporción directa con los fondos
aportados a los consultores que elaboraron ese índice.
Pero estos encuestadores,
los mismos que tuvieron rotundos fracasos ante las elecciones llevadas a cabo en
la provincia de Misiones -donde pronosticaban un cómodo triunfo del gobernador
kirchnerista Carlos Rovira frente al obispo Joaquín Piña-, o en los comicios
para elegir jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde día a día
elevaban las chances del delfín presidencial Daniel Filmus frente a Mauricio
Macri, siguen apretando los dientes y, luchando denodadamente para defender su
jugoso sueldo gubernamental, insisten en mentir sus índices y tratar de influir
en los votantes. De todas maneras, ésta y no otra es la razón de la existencia
de las encuestas.
Así y todo, en estos últimos
tramos se les ha hecho muy difícil tratar de sostener su engaño, ya que los
altos índices que venían adjudicando a la candidata oficial fueron cayendo
aceleradamente por obra y gracia de la propia candidata, totalmente carente de
carisma entre la población, con una notable falta de argumentos en sus escasos
discursos vacíos de contenido y con otra carencia mucho más alarmante: la falta
de propuestas y de una siquiera esbozada plataforma de gobierno.
Deudas con el electorado que
la candidata misma se preocupó por acrecentar al mantener caprichosamente su
rechazo y desprecio por la prensa –vieja costumbre del kirchnerato en su
conjunto desde hace cuatro años-, lo cual colaboró para que hoy en día, a punto
de votar, la ciudadanía de hecho no la conozca, ya que además prefirió mostrarse
frecuentemente por el exterior y no en el país que pretende gobernar. Salvo,
claro está, por algunas rápidas presencias provinciales de última hora antes del
cierre de las campañas.
No otra cosa pudo esperarse
de quien, luego de haber luchado –siempre con el apoyo de su esposo y el
aparatchik gubernamental- por obtener la senaduría por la provincia de
BuenosAires en 2005, tras ello se olvidó olímpicamente de la existencia y los
problemas de esta provincia. Un distrito en el que, paradójicamente, ahora
descansan las mayores chances de que le sume la mayor cantidad de votos, ya que
sus posibilidades son mucho más inaccesibles en el resto de los estados del
país, en especial en algunos tan decisivos como Santa Fe y Córdoba. Ni hablar de
la Ciudad de Buenos Aires, tradicionalmente antiperonista y ahora anti-K.
En cuanto a la provincia que
otrora se constituyó en su hogar, Santa Cruz, mejor que se olvide. Desde
comienzos de este año, a raíz de los acontecimientos conocidos –los reclamos
salariales de empleados docentes y estatales, marchas de protesta,
enfrentamientos, represión, etc.- y los que se fueron sucediendo posteriormente,
los Kirchner son ahora mala palabra. Tanto como para que no hayan podido volver
a poner un pie en su capital, Río Gallegos, y descansar en su cómoda casa como
solían hacer los fines de semana y feriados largos.
El único momento en que la
candidata se atrevió a hacerlo fue ante la obligación de realizar allí un acto
de campaña en el Club de Box, y que finalmente terminara manchado –para sumar
más furia aún a los santacruceños- con el acto patoteril de un miembro del riñón
kirchnerista, Daniel Varizat, autor de la hazaña de atropellar con su camioneta
a casi veinte personas que sólo lo increpaban.
De allí que no son todas
precisamente rosas las que alfombran el camino de la candidata oficial hacia las
elecciones del próximo 28. Las espinas que rodean a esas rosas las constituyen
la tremenda duda que está carcomiendo al gobierno, y ésta radica en la
posibilidad –hasta hace unos dos meses no tenida en cuenta- de que haya
ballotage. Esas dudas han dado paso a los lógicos nervios entre quienes hasta
aquel momento hacía gala de un acendrado triunfalismo.
Es la ocasión, entonces,
para que el gobierno despliegue, como lo está haciendo, todas sus baterías,
haciendo desfilar a “sus” encuestadores por cuanto programa periodístico
y medio de difusión los entreviste en vivo y en directo. Por supuesto que éstos
no son otros que los medios adictos, comprados, genuflexos o controlados por los
“comisarios políticos” del kirchnerismo. Entre todos ellos –encuestadores y
medios- están haciendo todo lo imaginable para instalar en la población que va a
emitir su voto la idea-fuerza de que “Cristina ya ganó”, y de que la
elección del 28 es una mera formalidad que hay que cumplir como ciudadano.
Es decir que las dudas que
carcomen al gobierno frente a la posibilidad de ballotage son trasladadas a la
ciudadanía, obligándola a que piense justamente lo contrario: que la candidata
oficial es “número puesto” y que sólo debe cumplir con esa formalidad de
concurrir al comicio, colocar en el sobre y la urna la boleta con su nombre y
luego volverse tranquilamente a su casa a disfrutar de los ravioles del domingo.
El oficialismo especula de
esa manera con arrear como borregos a los votantes aprovechando a la vez algo
que han observado y que es muy peligroso para la sociedad: la abulia, la falta
de interés, la indiferencia de la ciudadanía ante estas elecciones. Una
ciudadanía cansada, harta de ver tanto robo y corrupción oficial sin castigo,
tanta cháchara política a la que conocen sobradamente mentirosa, tanta inflación
desatada y tanta inseguridad diaria.
Claro que si bien por un
lado el oficialismo pretende aprovechar lo que quizás vean como una
“resignación” o un “agachar la cabeza” de la población ante tantas lacras que la
agobian, también se arriesga a que ese electorado, sacudiéndose su abulia e
indiferencia, utilice la única y poderosa arma con que cuenta: el
voto-castigo.
Por si faltaba algo...
En esta última semana previa
a los comicios, sucedió el aberrante hecho del asesinato de tres policías que
custodiaban una planta transmisora perteneciente al ministerio de Seguridad
bonaerense. Las características del crimen, por su brutalidad, hablan prima
facie de un mensaje mafioso.
De inmediato salieron desde
diversos sectores políticos a interpretar el hecho según su conveniencia. Desde
la derecha vieron, como siempre, la mano de “elementos de ultraizquierda”.
Los candidatos de la oposición, en especial Roberto Lavagna, aprovecharon para
arrojarle al gobierno el tema de la inseguridad, no sin razón es cierto, pero en
este caso imbuidos de confrontación electoral.
El presidente, por su parte,
también influenciado por la urgencia eleccionaria, no vaciló en vencer su
aversión a las fuerzas de seguridad e hizo el esfuerzo de mostrarse “dolorido”,
aprovechado obviamente para instalar su remanida teoría de un “complot” contra
el gobierno y la candidata oficial.
De hecho, es posible que
todos o ninguno tengan la razón. Para dilucidar este hecho seguramente habrá que
esperar a que pasen las elecciones, y según su resultado se verá si será
investigado, como corresponde, hasta sus últimas consecuencias, o terminará como
tantos otros en el olvido. No hace falta aclarar sobre quién triunfe en cada
caso.
Lo cierto es que, por un
lado, podría pensarse en un mensaje a León Arslanián, el más inepto ministro de
Seguridad que tuvo la provincia de Buenos Aires –incluso habiendo accedido por
dos veces a ese cargo-, quien más que combatir el delito se dedicó prolijamente
a descabezar cúpulas policiales y a echar a la calle a numerosos miembros de la
fuerza.
Sin embargo, algunos
dirigentes políticos consideran que es muy difícil que “policías maten a
policías”.
De todas maneras, este
luctuoso hecho cierra, al borde de los comicios presidenciales de este 28 de
octubre, una larga serie de casos de inseguridad en los que la peor parte la
llevó siempre el ciudadano que emite su voto. Las dos autoridades encargadas de
combatir ese flagelo –Arslanián a nivel provincial y Aníbal Fernández a nivel
nacional- sólo demostraron que nunca debieron haber ocupado sus cargos por tanto
tiempo. Un tiempo en el que se esmeraron, más que por enfrentar el delito y
reconocer sus errores, en mostrar al electorado su profunda vocación de
inútiles. Vocación, dicho sea de paso, acompañada por el caradurismo de insistir
en que la inseguridad sólo era una “sensación” inflada por el periodismo,
habitual destinatario y descarga de los fracasos de los dirigentes políticos.
En importancia, en cuanto a
sucesos que manchan las manos del gobierno, al caso de los tres policías
asesinados sigue el de la desaparición del albañil y testigo contra represores
Julio López. Otra vergonzosa puesta en escena del oficialismo de la que dio
suficiente cuenta este medio –con presentación judicial incluida- y que terminó
por escapársele de las manos al presidente y los funcionarios involucrados.
Conclusión
En suma, este domingo 28 de
octubre la ciudadanía, pese a su indiferencia política y al desánimo que la
abate ante un período de gobierno que concluye plagado de mentiras y actos
faltos de toda ética, deberá emitir su voto.
Es probable que, como marcan
los indicios visibles pese a la afanosa tarea distractiva de los encuestadores,
el primer lugar en las preferencias electorales sea disputado, por primera vez
en la historia argentina, por dos mujeres: Cristina Fernández de Kirchner y
Elisa Carrió.
Lo esencial es que el
ciudadano concurra a emitir su voto, y que no lo impugne o vote en blanco,
regalando de esa forma su voto igualmente a alguno de los candidatos
principales. Que vote como lo dicte su conciencia.
Si prefiere a Cristina, que
lo haga por ella. Si prefiere a Elisa Carrió, que así sea. Como también si se
inclina por cualquier otro de los candidatos que se presentan.
Pero que vote por alguno.
Eso sí, que de ninguna
manera vote siguiendo el dictado de las encuestas. Absolutamente no debe dejarse
influenciar por lo que publiquen o digan ante cámaras y micrófonos señores de
apariencia seria que vierten un galimatías de presuntos conocimientos sobre
estadísticas, o señoras de voz impostada que parecen poseer la verdad revelada.
Que ignore “olímpicamente” a
los encuestadores y a los espejos de colores de sus productos.
Solamente así esta elección
estará de la manera más próxima posible a ser verdaderamente democrática.
Porque la única, final y
verdadera palabra para decidir la tiene el ciudadano.
Nadie más.
Carlos Machado