“Queremos ser la puerta de entrada de Rusia en América Latina”. Esta oferta del presidente Alberto Fernández a Vladimir Putin en Moscú, al mismo tiempo en que hablaba mal de los Estados Unidos, es una lección fatal de mala comunicación de Gobierno que quedó en evidencia por el ataque ruso a Ucrania.
El Presidente lo decía frente a las cámaras de televisión y cuando las tropas rusas ya habían rodeado a Ucrania. En esos momentos las cámaras del mundo enfocaban cada uno de los pasos de Putin porque ya se olía que estaba a punto de provocar una nueva guerra en Europa.
De paso: el presidente desairaba a Washington al mismo tiempo que el ministro de Economía, Martín Guzmán, y el embajador en los Estados Unidos, Jorge Argüello, buscaban desesperados el apoyo del gobierno de Biden para lograr un preacuerdo con el Fondo antes de entrar en default.
Tres semanas después, el ejército ruso lanzó su ataque sangriento a Ucrania violando todas las reglas y acuerdos internacionales.
Seguramente el propio Putin se haya sorprendido de tanta condescendencia del presidente argentino de ofrecerse de “puerta de entrada” y se preguntaría: ¿Cuando ataque a Ucrania éste seguirá de mi lado?
En la noche del miércoles, Alberto Fernández debe haber pensado. ¿Y ahora?
La oferta del mandatario argentino al mandamás ruso que causó estupor en el mundo diplomático es una muestra más del deficiente manejo de la comunicación del gobierno de Alberto Fernández, que cree que el mundo no existe o es una construcción que se puede manejar de la misma manera con la que el kirchnerismo juega con el pasado: hoy te digo una cosa, mañana te digo todo lo contrario, y al tercer día te explico que el primer día nunca había dicho eso y que me malinterpretaron maliciosamente. YouTube está lleno de las contradicciones del presidente Fernández.
De paso: Putin también debe haber pensado muy divertido que ya tiene varias puertas de entrada a América latina, entre ellas Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero una más nunca viene mal. Seguramente el nuevo zar evaluaría que Rusia se estaba por poner al borde de que le corten el sistema SWIFT de intercambio financiero. Eso significa que tendría que buscar países muy amigos -dispuestos a violar el embargo- para llevar a cabo su comercio exterior con trueques o camiones de billetes en efectivo -a riesgo de quedar también fuera del mundo como represalia a su ayuda a Moscú.
En la comunicación política moderna, gestos y declaraciones no son charlas de cafetín. El mayor valor de los países es su credibilidad.
Lo que hizo en su momento el Presidente al ser tan efusivo con Putin fue trasladar a la Argentina la falta de credibilidad que tiene el propio mandatario, según todas las encuestas. El problema del Presidente no es solo que no tiene la conducción diplomática adecuada para este gravísimo momento de la historia: tiene además un serio problema de comunicación. No razona sus palabras ni sus gestos ni tiene a nadie que lo guíe.
Al día siguiente de su diatriba a los Estados Unidos y la propuesta casi “erótica” a Moscú de ofrecerse de “puerta de entrada”, cuando le preguntaron si en serio quería cortar sus relaciones con los Estados Unidos y justo en medio de la negociación por el acuerdo con el FMI, se justificó con que “no me di cuenta de que me estaban grabando”. Sin remate.
Es un clásico de la comunicación del gobierno de Alberto Fernández: creer que puede decir un día algo a alguien, al otro día todo lo contrario a otro es una concepción de la comunicación previa a la imprenta de Gutenberg. Hoy es imposible contradecirse en el aire sin graves consecuencias a la credibilidad.
El problema central del Presidente: está convencido que de comunicación y marketing político sabe, y nadie se anima a decirle en la cara que su comunicación es tan “pelotazo en contra” como el penal que le metieron en la playa de Mar de Ajó y que intentó atajar “para las cámaras”.
Mientras el Presidente se revolcaba en la arena, se incendiaba la provincia de Corrientes y se publicaba que la inflación de alimentos superaba el 5 por ciento mensual.
De paso: más allá de la frivolidad de la escena en un país en llamas, ¿entenderá el Presidente que el símbolo “atajar penales” se concreta parando la pelota antes de la red, no dejando que entre?
Cuando Alberto Fernández era una estrella ascendente, como flamante jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, lo dijo con todas las letras: “yo de esto de la comunicación política lo sé todo”. Fue durante un seminario sobre comunicación política, frente a unos 400 participantes de ese sector. Hoy el Presidente sostiene lo mismo.
Y es evidente que el canciller Santiago Cafiero no debe tener mucho conocimiento de que la política exterior moderna tiene una herramienta clave: la diplomacia pública. Se trata de gestionar la comunicación, que -fuera de los ejércitos- es el arma más poderosa de los países.
¿Habrá pensado el Presidente que la invasión a Ucrania podía salirle a Putin como el absurdo intento de “guerra fría de las vacunas” con la Sputnik? Esa apuesta, en la que el Gobierno en su momento se jugó a pleno, salió muy mal: Putin tuvo que admitir que no estaba en condiciones de fabricar el segundo componente.
Meses después, el Presidente tuvo que firmar un decreto para anular la propia “cláusula de negligencia” impuesta en el Congreso por su jefa política, Cristina Kirchner, a pedido de Putin para bloquear la llegada de vacunas norteamericanas.
¿Le saldrá a Putin la invasión a Ucrania mejor que la vacuna Sputnik que hoy no acepta prácticamente ningún país occidental?
Quizás la invasión de Rusia a Ucrania haya despertado la conciencia del gobierno de que el presidente, de comunicación, no sabe tanto como cree.