Cerca de las 2 de la madrugada arrancó la segunda tanda de cuestiones de privilegio de la sesión de Diputados del martes pasado. La de Ingrid Jetter (PRO) era contra Gabriela Cerruti, por haberle sugerido a un periodista que lo estaban estafando cuando le comentó que en el supermercado al que va habían aumentado los precios un 20%. La diputada correntina había ido preparada y mostró un gráfico en el que ejemplificaba los aumentos en la carne durante esta gestión: “La paleta subió un 276%; la carne picada común un 273% y el asado un 273%”, detalló. Luego sacó otro cartel para insistir con lo que definió como la promesa más “paradójica y simbólica” de Alberto Fernández: el asado de los argentinos. Ahí se veían tres billetes de $100. “Esto es lo que salía cuando el ‘ah, pero Macri’; con estos tres billetes se compraba un kilo de asado”, dijo, para sacar a continuación un cartel más grande que desplegó apuntando: “Miren ahora lo que necesitamos; con 11 billetes y con suerte, algún argentino puede comprar un kilo de asado”.
Fue sobre el final de una sesión cuya primera parte estuvo dedicada a la crisis desatada con la renuncia del ministro de Economía. Al cabo de las críticas de la oposición, el jefe del bloque oficialista, Germán Martínez, denunció “un plan sistemático para que los argentinos y las argentinas bajen los brazos”.
“No se empujen entre ustedes porque la sociedad va a terminar en el abismo”, le acababa de advertir al Frente de Todos el radical Mario Negri. El oficialismo debió aceptar esa hora y media de catarsis para llevar adelante una sesión con temas consensuados, pero a la que Juntos por el Cambio condicionaba porque no los habían incluido en la elección del temario de una sesión anunciada en vísperas del sábado de la renuncia de Martín Guzmán, y que había sido puesta en duda el fin de semana, cuando se especuló sobre el destino del presidente de la Cámara baja. Durante buena parte de esos días, Sergio Massa era número puesto al frente de la Jefatura de Gabinete y con plenos poderes sobre áreas estratégicas, comenzando por el Palacio de Hacienda.
Sonaba raro que Alberto Fernández le concediera tanto a su socio político, teniendo en cuenta que eso representaría una pérdida de poder para quien ya de por sí mucho no tiene. Pero sobre todo para la vicepresidenta. Nada dejaron trascender sobre el diálogo telefónico que mantuvieron finalmente el presidente y su vice el domingo -cuando Alberto cedió y llamó a Cristina-, pero no es tan seguro como algunos dicen que ambos coincidieron en apartar a Massa de todos los cargos que pedía para reconfigurar el Gobierno. Sí que fue una imposición de la presidenta del Senado. Tampoco es que fuera ella quien propusiera a Silvina Batakis. Pero dio el visto bueno.
Gustoso de sentirse padrino de la nueva ministra, Daniel Scioli confió que él se encargó el domingo de ubicarla para que le ofrecieran el puesto. “Fue a eso de las 7 de la tarde”, contó el exgobernador bonaerense, confirmando así que durante unas 26 horas el Gobierno no tuvo idea de quién sucedería a Guzmán. Una extravagancia que un país en crisis no debería permitirse.
Sugieren algunos que el nombre de Batakis ya circulaba desde la noche del sábado, pero la realidad es que recién a las 22 del domingo se confirmó su designación, y no a través de una comunicación oficial, sino por un tuit mal escrito de la portavoz presidencial.
La manera como fue confirmada la exministra de Scioli no ayudó a su valoración. Considerando la danza de nombres y rechazos, nunca hubo dudas de que ella nunca fue la primera, ni la segunda, ni la tercera opción.
En su favor, vale decir que su llegada generó un atisbo de armonía en el seno del poder. Dos reuniones de Alberto y Cristina sucedieron esa llamada telefónica del domingo, la segunda con Sergio Massa incluido. El operativo “contención” del tigrense en marcha. Mascullando bronca, él se queda, esperando “la próxima crisis”.
Prueba de que la vicepresidenta bajó los decibeles es el discurso que dio el viernes, seis días después del acto en Ensenada. Desde “su lugar en el mundo”, los palos fueron para Guzmán, y hasta se dio el lujo de compadecerse del presidente, “por la ingratitud” de ese ministro. “Este presidente había bancado a ese ministro de Economía como a nadie, enfrentándose inclusive a las propias fuerzas de su coalición”, apuntó CFK, a la cabeza de quienes rechazaban a Guzmán.
“No voy a revolear a ningún ministro, quédense todos muy tranquilos”, aclaró de entrada la vicepresidenta, admitiendo implícitamente que sabe muy bien y ha probado que puede hacerlo si lo desea, con gran precisión.
Con todo, Fernández vivió con alivio el discurso de la vicepresidenta en el Sur, pues esta vez no hizo referencias crudas sobre su gestión. El presidente reapareció recién este sábado en Tucumán. En la semana, el único acto del que tomó parte fue el de asunción de la nueva ministra; después limitó su agenda a reuniones puntuales. Demasiado poco para un gobierno en crisis, con versiones de todo tipo y gravedad circulando.
La ministra se tomó su tiempo: recién el viernes pudo completar a su equipo ministerial. No es su culpa; nunca sospechó que podría comandar ahora el Palacio de Hacienda.
La demora en las decisiones es un rasgo de esta gestión, sobre todo en el caso del presidente, que se enteró de la renuncia de su principal ministro el sábado por la tarde, cuando estaba en la quinta del empresario Fabián De Sousa. No le había atendido a Guzmán cuando éste pretendió anticiparle el tuit que publicaría. Insólito.
Y donde estaba se quedó, sin gestos de reacción. Alberto Fernández recién regresó a la quinta presidencial a las 21.
El presidente fue abogado de De Sousa y Cristóbal López, beneficiados por la moratoria aprobada en agosto de 2020, por la cual se incluía a las empresas en quiebra. La oposición cuestionó esa norma calificándola como “una ley de amnistía encubierta para Oil Combustibles”, la empresa de Cristóbal López, que pagó así su gruesa deuda en cuotas, liberándose de las causas que afectaban al grupo.
El tembladeral político se reflejó en los mercados. El dólar blue cerró el viernes a $273, acumulando en la semana un aumento de $31. La brecha entre el dólar informal y el oficial mayorista se ubica en el 112%.
Aun antes de la salida del ministro Guzmán, las expectativas inflacionarias se habían disparado al 76%. Según el Relevamiento de Expectativa de Mercado (REM) que elabora el Banco Central, la inflación de junio sería de 5,2%; pero las proyecciones venideras son de 4,8% en julio; 4,5% en agosto; 4,5% en septiembre; 4,2% en octubre; 4,2% noviembre y 4,2% en diciembre.
Estos datos son previos a la disparada del dólar de la última semana, consecuencia de la salida de Guzmán, que hace prever para julio ahora un mínimo de 7 puntos, mas no descartan los dos dígitos.
Como se ve, la llegada de la ministra -que hizo preguntarse a la propia Cristina en privado si ese cambio es suficiente- lejos estuvo de tranquilizar a los mercados. El elogio más encendido se lo hizo a Batakis el viernes en el programa La Rosca (TN) el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, con quien Guzmán venía pulseando en los últimos tiempos. Fue al compararla con el ministro saliente, al que calificó como “un hombre con pergaminos académicos, pero sin experiencia en la gestión pública. Y Batakis tiene experiencia y va a hacer un gran trabajo”.
Pesce fue el que sugirió el nombre de la exministra de Scioli, quien la hubiera ungido en el cargo que hoy ostenta de haber ganado él en 2015. Se verá su performance, pero sus antecedentes la presentan como una funcionaria obediente de sus mandantes, Scioli entre 2011 y 2015, y Wado De Pedro en los últimos años. Y adaptable en lo político, como puede interpretarse de quién eligió cuando le preguntaron sobre el mejor ministro de Economía de la historia argentina. Citó a José Ber Gelbard, últimoministro de Economía de Perón, al que Cristina Kirchner puso como ejemplo al presentar “Sinceramente” en la Feria del Libro el 9 de mayo de 2019. Aunque en rigor, Cristina no lo elogió como ministro de Economía, sino en su condición de “dirigente empresario”.
Gelbard fue ministro de Héctor J. Cámpora en 1973 y luego de Juan Domingo Perón. Hace casi 50 años, Gelbard impulsó aumentos salariales en un ambiente de fuerte inflación e impuso controles cambiarios para evitar una devaluación del tipo de cambio oficial. Logró bajar la inflación del 79,6% al 30,2, en base a una fuerte represión de los precios. Tras la muerte de Perón se desmoronaron los acuerdos, él se fue y después llegó el “Rodrigazo” y una inflación del 182,8% en 1975.