La historia
de Panamá es más ancha y ajena que sus
fronteras ístmicas y oceánicas. Un país de muy difícil costura, si alguien
me pidiera definirlo de alguna manera. Un puente tiene dos puntas si está en
tierra, pero si es una ruta entre
los dos más grandes océanos del mundo, su espacio es infinito y las orillas o
extremos corren por cuenta de la imaginación del lector.
Panamá cumplió el pasado 3 de noviembre cien años de
separación de Colombia, pero es un
país que tiene 75 mil años, separó
los océanos y unió los continentes. Para no ir tan lejos en su historia, desde
ciudad de Panamá,- ruta costera a orillas del Pacífico- se conquistó el Perú,
Chile, se enviaron expediciones a México, y durante
el siglo XX, la Escuela de Las Américas, con sede en el selvático Atlántico
istmeño, preparó y monitoreó los golpes de Estado militares en América
latina. Antes de los tiempos, las especies, flora y fauna, transitaron por el
Istmo como pedro por su casa, de Norte a Sur y viceversa. Panamá tiene más
especies que Estados Unidos, Canadá y México juntos, con un territorio que
cabe en el bolsillo de un pirata: algo más de 75 mil kilómetros cuadrados.
Una pequeña franja émbolo de las Américas, codiciada como
ruta canalera desde 1534 por el Emperador Carlos V, quien ordenó que se
exploraran vías de comunicación entre Cádiz y Cathay, España y China.
Trescientos ochenta años después de ese sueño, Estados Unidos construiría e
inauguraría el Canal de Panamá, una ruta transoceánica que le garantizaría
su imperio económico y militar en la centuria pasada.
Francia intentó vanamente construir una vìa interoceànica
en 1880. El Conde que construyò el
Canal de Suez, Fernando De Lesseps, no pudo unir los océanos por medio de un
canal de esclusas. Las enfermedades, el clima y una administración inadecuada,
dieron al traste con la obra transoceánica, en medio de un escándalo mundial
que arrastró al pueblo galo a la
desesperación, frustración, a la bancarrota de los pequeños accionistas de la
Compañía del Canal.
Toda la relación del istmo con Francia se traduciría en un
eslogan fatídico, pero real: El Escándalo
de Panamá, frase que recorrería la historia
gala durante décadas y perseguiría como un fantasma a los
inversionistas parisinos.
La
separación de Panamá de Colombia y el traspaso de los activos, pasivos, los
restos del canal francés a Estados Unidos, forman parte de una novela
rocambolesca, llena de intrigas, de silenciosos cañonazos con pólvora amistosa
y repletos de dólares, de muñecas torcidas, poderío inaudito de la potencia
naciente, historia también acicalada por la debilidad colombiana, de la visión
maquiavélica del ingeniero francés que suscribió un tratado a perpetuidad
(que ningún panameño firmó) a nombre de Panamá, sin su consentimiento
aparente. La historia comienza a revelarse contra quienes urdieron los misterios
y también las falsedades.
El artífice del pacto tras bastidores, fue el ingeniero
francés Bunau Varilla, quien trabajó intensamente a favor de la tesis de la
construcción del Canal por Panamá, derecho que disputaba Nicaragua. Bunau
Varilla fue un personaje de singular astucia, habilidad, con gran conocimiento,
muy involucrado en la construcción del Canal francés, con vínculos en Estados
Unidos, de una audacia digna de un filme de acción e intriga. De mirada
acerada, finos bigotes de época, el francés, que tenía intereses reales en la
Compañía del Canal, desplegó todas las artes del convencimiento, relaciones públicas
y del conocimiento geográfico y tecnológico de los países en disputa, con
banqueros, políticos y abogados norteamericanos, con el propósito de inclinar
la balanza en favor de Panamá y de los intereses desesperados por liquidar la
concesión francesa, el equipo, las chatarras y la aventura gala en el trópico
a favor de Washington. Bunau Varilla, una de las leyendas más negras en el
Istmo, para algunos, o el más audaz de los promotores de
la fundación de la república
de Panamá, según otros historiadores.
Los investigadores se dividen en sus juicios por enfocar la
historia, y más recientemente se
vincula a los gestores de la república como co-patrocinadores indirectamente de
las decisiones del francès, a quien enviaron en representación del istmo y no
supieron “controlar”. Mucha tela aún que cortar, aunque en los últimos años
el ex-canciller Juan Antonio Tack y recientemente Ovidio Díaz Espino, revelan
aspectos “desconocidos” de la historia panameña. En el país creado
por Wall Street, Dìaz nos relata “la historia no
contada en Panamá”.
Hay mucha tela que cortar en el tema de la separación, las
relaciones norteamericano-panameñas, las futuras negociaciones canaleras, los
largos 13 años que van desde la gesta de 1964 a la firma en Washington de los
nuevos pactos en 1977, y con el correr de los años de alguna manera, algunos críticos
de ese pasado intentan levantar el pesado y oscuro velo de la historia
separatista y de sus implicaciones en el futuro del desarrollo de la nación.
Tack y Díaz desempolvan desde su perspectiva, los viejos
archivos de las bibliotecas norteamericanas, expedientes, cartas, memorandums,
buscan entre el olvido de una historia siempre contada a medias desde un sólo
ángulo, una visión más próxima a la realidad de cómo se separó Panamá de
Colombia, sus causas, los entretelones del la firma del Tratado de 1903 que
marcan la historia panameña durante el siglo XX y trazan un claro camino al
naciente imperio colonial norteamericano.
El general Omar Torrijos, cuyo gobierno negoció los tratados
Torrijos-Carter, que culminaron con la recuperación de la franja
territorial en 1977, y toda su infraestructura construida en 1.432.2 kilómetros
cuadrados, en el corazón geográfico del Istmo, dijo que perpetuidad
significaba la eternidad más uno.
El Istmo es como una mujer de cintura chiquita que todos la
codician y la desean poseer, sostuvo en medio de las
arduas negociaciones del canal, el General Torrijos, quien fuera jefe de
Gobierno de Panamá, e hijo de maestros colombianos. No es un secreto el origen
panameño, la influencia de las corrientes migratorias que por estos días
adquieren una dimensión bíblica en medio de la guerra que confronta Colombia
hace más de 50 años y que ha expulsado a unos 5 millones de habitantes de su
territorio por el mundo. Sucursal de Colombia, le llaman algunos actualmente a
Panamá.
Los pactos canaleros que pusieron fin a la ocupación militar
de Estados Unidos en Panamá, fueron producto de la internacionalización del
conflicto, que contó con el apoyo de América latina, del mundo, y sus
resultados son también no sólo de del rechazo de
un sistema colonial, sino producto de la Guerra Fría. Las negociaciones
tuvieron éxito, por lo que llamó Torrijos, alpinismo generacional, porque partía
de un hecho doloroso, trágico, la masacre
estudiantil del 9 de enero de 1964 por tropas norteamericanas, y porque
el zorro general transformó la causa del
canal en una religión de todos los panameños.
La historia latinoamericana
está plagada de mentiras, de verdades a medias, de cantos de sirenas de
los victoriosos, de mucha paja, donde encontrar la aguja es una tarea que ni los
más avezados historiadores a veces pueden escarbar para hallar algún atisbo de
realidad. Es una tarea de urgencia y de nuestro tiempo historiar la verdadera
historia, reunirnos con los hechos, recuperar, fortalecer, la
identidad perdida.
Más allá de las especulaciones, tratados, y de la propia
historia, queda en claro en la noche de los tiempos ístmicos, la importancia
estratégica de esta ruta, espacio
geográfico, del país enclavado en el corazón de las América, para españoles,
ingleses, franceses, norteamericanos, imperios coloniales, cuya filosofía práctica
y apetitos, se resumen con la frase digna de un personaje de Shakespeare, del
presidente de ese entonces de Estados Unidos, Theodore Roosvelt: “Yo tomé
Panamá”, Y Took Panamá.
Ahí la historia se hace añicos, retrocede, se
avergüenza, esconde, salta por un balcón, se asila, pide permiso para no ser
citada, se avergüenza hasta recuperar el habla y la realidad, es un escombro en
el desierto donde nadie la necesita. Por decir lo menos, la historia superó a
los historiadores, y prefirió ausentarse en medio del poder tronante de la gran
potencia norteña, hasta que las aguas retornen a su nivel.
La historia relatada durante el pasado siglo, es la
culminación de una serie de cuentos, justificaciones, abusos de interpretación,
olvidos, mentiras gruesas, absurdos todos que culminan en una anécdota
hilarante, donde se acuña la célebre
anécdota que en la separación sólo
murieron un chino y un burrro. Una historia para ser trasladada a la pantalla de
Hollywood, sin duda, cuya “infamia” se consumó en una suite del hotel
Waldorf Astoria, donde Phillipe
Buneau Varilla y John Hay, Secretario de Estado de Estados Unidos, suscribieron
el tratado canalero de 1903 a perpetuidad, en inglés, bajo el sello de goma de
la Casa Blanca: Y took Panamá.
Tan importante ha
sido históricamente la ruta panameña, centro de acopio ferial de especias y
oro, mercancías de la corona española en Portobelo, punto estratégico de
saqueo para Morgan y Drake, piratas de leyenda, que se iban con el santo y la
limosna del acopio hispano de la corona en Panamá.
Emperadores,
Reyes, gobernantes, pensadores, científicos, ingenieros, médicos, abogados,
comerciantes, gente de todo el mundo siempre estuvieron pendiente de esta pequeña
nación que en pleno siglo XXI no
alcanza los 3 millones de personas, y que arriba a su primer centenario, como
las más joven república de Latinoamérica, la menos poblada, en medio de la
incertidumbre, de serias dificultades económicas, con una deuda externa de
alrededor de los siete mil millones de dólares, con un desempleo que supera el
20 por ciento, una creciente pobreza que
sobrepasa el 50 por ciento, un país de grandes contrastes con edificaciones
modernas y la peor distribución de la riqueza junto a Brasil, Guatemala, países
del África y Chile, entre otros.
Alexander von
Humboldt, de
origen prusiano, alemán,
fue uno
de los grandes estudiosos y promotores de las bondades de la ruta
canalera por Panamá. Por cuatro décadas
se ocupó de los medios de comunicación ubicados entre los mares, y fue él
quien aconsejó al Libertador Simón Bolívar acerca de las bondades de la ruta
ístmica. El general venezolano, cuenta Humboldt, hizo medir
los niveles del Istmo entre Panamá y la desembocadura del río Chagres.
Inclusive trazó algunos bocetos sobre un posible Canal por Panamá. La ruta
inquietaba a los poderosos que
buscaban el dominio del comercio internacional marítimo, desde el país
bendecido por la naturaleza y para algunos, marcado por la historia como país
de tránsito obligado, paso, centro de acopio, terreno fértil para el dominio
extranjero.
La ruta sería discutida largamente, previa la compra de los
activos franceses, los derechos colombianos, por los financistas norteamericanos
de la futura obra y del gobierno de Estados Unidos.
Como un imán, el Istmo atrajo a poderosos, previa la
construcción de la vía acuática, y a trabajadores
de distintas razas, durante la puesta en marcha de una de las maravillas de la
tecnología del siglo XX, que aún funciona a base de mantenimiento y reposición
de piezas, como del ensanchamiento de la ruta marítima.
El siglo XX fue la centuria de ocupación del Istmo por
Estados Unidos. Washington llegó a tener una fuerza
militar de 68 mil hombres,
27 sitios de defensas (bases militares, puestos, diversas instalaciones) en un
territorio más grande que la ciudad de Panamá, que partía en dos el país,
llamado Zona del Canal. Un Estado dentro de un Estado, con un gobernador
estadounidense, policías, leyes, colegios, correo, cárceles, extranjeras. Un
paraíso en el trópico, pagado por el Canal, el Estado norteamericano, a cuenta
de la posición estratégica del Istmo. Allí residían unos 50 mil zonians,
hijos de la franja canalera, ni panameños ni norteamericanos, zonians
simplemente, con su cultura, y rodeados de todos los privilegios de un verdadero
Estado socialista rico, próspero, con el más grande jardín del mundo: la
selva panameña. Agua cristalina del río Chagres, electricidad, casas gratuitas
y un salario acorde con los sueños de un paraíso perdido.
Fue la arrogancia de los zonians, la que encendió la mecha
de la historia en Panamá, el 9 de enero de 1964, cuando impidieron que
estudiantes del Instituto Nacional izaran la bandera panameña en el High School
de Balboa, y al llegar al colegio
norteamericano, fuera pisado el pabellón patrio. Ese día cambió la historia
para el canal. La tropa norteamericana abrió fuego. Murieron 21 panameños, jóvenes
estudiantes algunos, y otros 500 quedaron heridos. Panamá rompió relaciones
con Washington. A partir de ese conflicto sangriento, se intensificarían las
reclamaciones panameñas por un nuevo
tratado canalero. Los mártires del 9 de enero, estarían presente en las
futuras negociaciones, transformados en el emblemàtico verso nerudiano: una sòla
bandera en el canal.
La zona era un lugar prohibido para los panameños. Años
de cárcel por recoger un mango de los jardines de la franja zoneita. Un área
pegada a la ciudad capital dividida por una larga cerca. Fue sin duda, motivo de
permanentes disputas, confrontaciones, malos entendidos, enfrentamientos
verbales, físicas, quejas, y los panameños veían esas mallas de ciclón como
una afrenta a su orgullo de nación y a su herida dignidad. Toda la historia no
está escrita en ese largo capítulo de relaciones Estados Unidos-Panamá, una
experiencia única e irrepetible. Me tocó ser testigo y escribir tres años
sobre las negociaciones canaleras, los más intensos y definitivos que
culminaron con los actuales pactos, que revirtieron a Panamá todas sus tierras,
el Canal, al tiempo que las tropas acantonadas en las riberas del Canal debieron
abandonar el país, como lo disponían los acuerdos. Así culminaban, 13 largos
años de afanosas, accidentadas, complejas negociaciones. Washington había
puesto su mejor hombre al frente de una de las más delicadas negociaciones en
la historia de ese país: Ellsworth Bunker, llamado “la congeladora”, quien
tenía la experiencia de haber negociado puente
por puente, centímetro por centímetro, en Viet nam. Bunker se había enamorado
de Isla Contadora, un paraíso a sólo 15 minutos en avioneta, donde se
realizaban las negociaciones, y el anciano disfrutaba sus últimos años en la
calidez del trópico.
En medio de
las negociaciones, Torrijos amenazó con hacer
volar el Canal. Panamà nunca fue tan noticioso ni visitado por
personajes importantes como en ese entonces. Todos los días escribí una crónica
de sesenta líneas sobre las espinosas negociaciones, la que circulaba por el
teletipo a nivel mundial, en una época en que no se soñaba con Internet. Panamá
era un hervidero. Casa Blanca de Bogard. La visitaba Gabriel García Márquez,
Graham Greene, Ernesto Cardenal,
Tito, presidentes de América latina, guerrilleros, Comandantes, personalidades
de distintos lugares del planeta, nubes de periodistas, agentes encubiertos,
Casa Blanca, Casa Blanca, la de Bogart y la otra.
Un diminuto ombligo entre dos océanos, el Istmo estaba
agitado, hervía, como una pequeña Caldera del Diablo. La cresta de su ola se
divisaba nítida en el mapa latinoamericano y mundial. En las costas del viejo
Mar del Sur, los antiguos, enmohecidos esqueletos y cascarones de Morgan y
Drake, asomados con el tinte risueño de las nuevas conquistas, en medio de las
intimidatorias calaveras, avanzan aùn por manglares, estrechos, rutas que ya
conocen como la palma de sus manos piratas .Cementerios de embarcaciones
bucaneras y españolas, el mar que conoce secretos y guarda tesoros, la ruta de
todos los sueños imperiales, Panamà, abundancia de peces y mariposas.
Sitio de encuentros el istmo, vocación centenaria, de
anfictionías, el Libertador citó aquí a las Américas, con la exclusión de
Estados Unidos, que terminó colándose. Ahí está el salón Bolívar en el
histórico Casco Viejo de la segunda ciudad construida después que Morgan
asoló Panamá La Vieja y se incendió la hispánica ciudadela en medio
del fragor de la lucha. Moría a orillas del Pacífico, la primera ciudad de la
corona en tierra firme. Hoy sus ruinas son un descuidado símbolo de una época
de conquistas y leyendas, cuyo rescate se hace a medias por la cooperación
internacional española.
Ni Morgan ni Drake imaginarían que el camino iniciado,
primero por la corona española con la conquista, y que ellos secundarían con
sucesivos ataques al Istmo, coronarían todos esos esfuerzos, con más de 320
invasiones por parte de Washington, que ocuparía Panamá durante el siglo XX,
por las mismas viejas y actuales razones: la posición geográfica, estratégica,
vital, el paso, el camino de cruces, la ruta, la vía codiciada, por moros y
cristianos a lo largo de los tiempos y la historia.
Es una historia del amanecerá y veremos. To
be continued.
Rolando
Gabrielli