El año próximo se cumplen veinte años de economía K. El saldo es catastrófico pero los kirchneristas insisten en que la culpa es de los cuatro años de Mauricio Macri y hacen falta mayores dosis de sus medicinas. El paralelo con la economía del primer peronismo resulta aleccionador.
Al asumir, Silvina Batakis dio una señal muy sugerente sobre el drama que estamos viviendo: entrevistada por la web de TN reivindicó como el mejor ministro de economía de nuestra historia a José Ber Gelbard; el hombre que entre 1973 y 1974 intentó salvar, pero terminó enterrando, el modelo económico que había creado Juan Domingo Perón treinta años antes, con una estrafalaria combinación de congelamientos, cepos y controles que llevaron a nuestro primer fogonazo hiperinflacionario.
¿Será que Batakis se ve emulando el papel de Gelbard: hará un último intento por mantener a flote, pero se adivina ya cavando la fosa del no muy distinto régimen montado por los Kirchner veinte años atrás?
En la aceleración del declive económico y los dislates políticos, las comparaciones históricas están a la orden del día. Y muchos se preguntan: ¿vamos a terminar tan mal como en diciembre de 2001? ¿Alberto Fernández será el “De la Rúa peronista”?
En verdad hace tiempo que estamos bastante peor que entonces, y la crisis es mucho más complicada, por lo que será más difícil dejarla atrás.
El ocaso de la convertibilidad estuvo signado por un problema cambiario y financiero. Un entuerto difícil de arreglar, potencialmente explosivo, pero acotado a esos terrenos: no éramos rentables con el uno a uno y ya nadie nos prestaba, porque la devaluación era difícil de procesar. Así fue que, una vez que se derrumbó el cambio fijo, se vio que lo demás podía funcionar bastante bien: la economía volvió a crecer a los pocos meses, y lo hizo por varios años, con baja inflación (la de 2003 sería de apenas el 3%) y sin necesidad de que los gobernantes hicieran gran cosa.
De allí que Néstor Kirchner pudiera sentarse en el sillón de Rivadavia y recoger los laureles de un régimen económico que no había ayudado en nada a poner en marcha. Que él, en verdad, detestaba. Y por eso se dedicó, poco a poco, a destruirlo.
Un par de datos que vistos desde hoy resultan sorprendentes ayudan a entender la paradoja: esos primeros años del “modelo kirchnerista” fueron, en verdad, los más exitosos, y de vigencia más prolongada, de una economía que los kirchneristas llamarían, en cualquier otra circunstancia, “neoliberal”: relativamente abierta, con equilibrio fiscal y comercial facilitados por un tipo de cambio competitivo, en un mercado cambiario libre y único, sin restricciones al movimiento de capitales de ningún tipo, todo eso facilitado por un sector público que gastaba globalmente poco más del 20% del PBI, y ocupaba alrededor del 15% de los empleados formales del país.
En esa economía no hacían falta cepos de ningún tipo: los dólares entraban solos, no se fugaban. Y hacían falta cada vez menos planes sociales para atender a la masa de desempleados: el empleo privado productivo crecía aceleradamente. De no ser porque Kirchner convirtió a los piqueteros en funcionarios y a sus bases en instrumento de control social y político del conurbano, el problema de los planes se hubiera resuelto solo, en muy poco tiempo.
De hecho, la desocupación se derrumbó, antes de que los Kirchner pusieran a andar a toda máquina las contrataciones en el sector público, crearan más planes sociales y repartieran a diestra y siniestra pensiones y jubilaciones sin aportes: del máximo de mayo de 2002, 21,5%, cayó a 7,9% en 2008.
Hoy Alberto se vanagloria de que sea aún menor que entonces: 7%. Pero lo que está realmente en un mínimo histórico es el porcentaje de empleo productivo formal (48,6%) en relación al total de la población económicamente activa, unos 20 millones de personas. Y eso que la PEA es hoy 46,5%, una de las más bajas de las últimas décadas, y entre las más bajas de la región, por el desaliento a trabajar de un régimen que funciona repartiendo lo que no hay y cercenando la iniciativa individual.
El empleo informal y demás variantes del subempleo están en cambio en niveles récord: 35,9%. Y si contabilizamos el empleo estatal improductivo (creció 31% en los últimos diez años, hasta el 27% del total), los planes sociales y las pensiones, el desempleo disfrazado también bate récords. Así que lo del 7% es un mal chiste.
No sorprende entonces que el nivel de ingresos de los argentinos, medido por cualquiera de los tipos de cambio que se quiera considerar, sea hoy de los más bajos de la región. Y eso que la crisis recién está empezando: tenemos todavía un largo tiempo por delante para que la estanflación despliegue los costos ocultos de veinte años de kirchnerismo económico.
Es cierto que el “modelo” tuvo sus años buenos. Que se explican, como dijimos, por todo lo que el kirchnerismo siempre detestó, y se dedicó a combatir desde el primer momento. Pero fueron apenas los primeros tres o cuatro: les siguió ya más de una década de pérdidas crecientes, contenidas apenas por una cada vez más densa madeja de artificios creados para postergar lo inevitable.
En eso, hay que decir, los Kirchner lograron su sueño y emularon a Perón. No solo por lo mucho que su criatura se terminó pareciendo a la del peronismo original, que también tuvo unos pocos años “buenos” en su haber. Sino más todavía por la gran capacidad que demostró luego para sobrevivir a sus fracasos, estirando interminablemente la agonía. ¿Habrá que esperar otra vez tres décadas para que se reconozca su definitivo colapso, y luego otras dos para que sea posible una salida mínimamente legítima y razonable?
Confiemos en que la democracia, que entonces faltó, hoy nos haga más simples las cosas. Finalmente, es lo que ya haciendo, a costa de los principales responsables de esta tragedia: Cristina logró descomponer del todo el gobierno de Alberto, no hacía falta mucho esfuerzo para lograrlo, pero ahora se ve en la inescapable responsabilidad de construir otro en su reemplazo, que haga mínimamente el trabajo de administrar el ajuste, hasta que termine el mandato, un tiempo que para ella será insoportablemente largo.
El resultado es penoso, y los será aún más, pero tiene indudables ventajas respecto a la suerte que tuvieron Gelbard, Cámpora, Isabel y el propio Perón: las internas, los militares y la enfermedad los salvaron respectivamente de sus responsabilidades, y así pudieron volverse modélicos medio siglo después. Esa parte de la historia no hay forma que se repita.