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Estúpido idiota

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LA ESPERADA RECUSACIÓN DEL JUEZ GALEANO
LA ESPERADA RECUSACIÓN DEL JUEZ GALEANO

Estúpido no es el hombre que no comprende algo, sino el que lo comprende bastante bien, y sin embargo procede como si no entendiera nada. (Charles Richet, El hombre estúpido)

 

“La estupidez es el arma más destructiva del hombre, su más devastadora epidemia, su lujo más costoso. Entre las dos guerras en Europa Central existió un insulto favorito, que adoptaba la forma de una pregunta. Solía preguntarse: “Dígame… ¿duele ser estúpido?” Desgraciadamente, no duele. Si la estupidez se pareciera al dolor de muelas, ya se habría buscado hace mucho la solución del problema. Aunque, a decir verdad, la estupidez duele.....sólo que rara vez le duele al estúpido.” (Paul Tabori, Historia de la estupidez humana). Sencillamente, brillante. Aunque, si se quiere ampliar el concepto, se podría analizar la actuación del juez federal Juan José Galeano con este prisma y los resultados serían hilarantes. Pues en el día de hoy, la Cámara Federal resolvió sacarle la tarjeta roja y reemplazarlo por Canicoba Corral.

 

El juez del sandwichito

El preso estaba hambriento. Aguardaba con el estómago ruidoso ser interrogado, y el juez Galeano se demoraba. En eso, su ávida mirada se posó en un suculento sándwich de jamón y queso. Se le hizo agua la boca, relamiéndose notó que el emparedado le guiñaba el ojo. Ni tonto ni perezoso, lo tomó en sus manos y en sendos mordiscos rápidamente dio cuenta de él. Pero, para colmo de sus males, el emparedado sabroso era el almuerzo de su señoría; quien se dio cuenta al toque de su ausencia. Realizando las pesquisas de rigor, Galeano comprobó que el audaz caco no era otro que el infortunado preso que habían olvidado. Circunspecto, su señoría mandó elevar un acta y que conste para la posteridad el delito de hurto del emparedado. Así el servilletero Galeano, ascendido por obra y gracia de los buenos oficios de Carlos Corach y sus amigos de la SIDE a juez federal, entraba en escena de forma tan rutilante y atípica.

 

Semiplena prueba y “supuesto” pago

Cuando la AMIA voló por los aires y se consumaba la masacre de la calle Pasteur el 18 de julio de 1994, a Galeano le tocó en suertes que investigara esto. Pocas horas después del atentado, mostraría la hilacha. A las 20 hrs de ese lunes funesto, todavía conmocionados por el pasmo, los policías de la Federal realizan los primeros allanamientos en la búsqueda de culpables.

Al llegar al sitio en cuestión, Lavalle 397, 4°, el oficial Gabriel Prado se encontró con la empresa Nordland Sa. Los federicos fueron recibidos por el apoderado de la firma, Julio Argentino Yahia. Sospechosamente, Oubed había dado como dirección legal la sede de Nordland, pero luego de investigaciones se pudo detectar que el mismo estaba relacionado con el hijo del dueño de la empresa y con Hassan Sabai.

Oubed resultó ser uno de los ciudadanos sirios a los que el embajador argentino en Arabia Saudita, Julio Uriburu French, entregó el  DNI a cambio de una generosa suma. Esto para Galeano no resultó ser digno de investigación, como tampoco la empresa fantasma de Yahia.

En la tarde el mismo 18,  otra comisión de federales allana la empresa Santa Rita, ubicada en la calle Anatole France 553, de Avellaneda. Allí es recibido por el encargado del lugar, quien afirmó que la empresa tenía una sede en la Dársena F del puerto de Buenos Aires, junto a la terminal número 6.

Raúl José Díaz, el encargado en cuestión, señaló que ese mismo día recibido una llamada pidiendo un volquete para la AMIA Entonces le pidió al chofer López que lo llevara al lugar del destino. Sin embargo, con el transcurso de la investigación, se descubrió, gracias a la hoja de ruta que López tenía en su poder, a pesar que primero figuraba la AMIA como lugar a donde depositar el volquete, partió hacia un supuesto baldío ubicado en la calle Constitución 2655-57. Enfrente del mismo, se encuentra la vivienda de Jacinto Kanoore Edul, quien ocho días antes había llamado a Telleldín por la compra de una Traffic que apareció publicada en los clasificados de Clarín. En el permiso de tenencia del supuesto baldío, había intervenido Alito Tfeli, el médico presidencial. Allí, según indicios más que claros, se cargó en el volquete el nitrato de amonio que derrumbaría la sede mutual. El predio en cuestión constaba de una vivienda de dos ambientes con electricidad, agua, teléfono y antenas de TV y para comunicaciones radiofónicas.

El círculo completo comenzaba a cerrarse, pero el miope de Galeano no quería percatarse de nada.

El día 21, las cuadrillas de rescate que removían los escombros en la AMIA hicieron un par de interesantes descubrimientos. Encontraron un cráter de dos metros de diámetro y uno de profundidad, ubicado a escasos pasos de la puerta de entrada, en el que se encontraba el cadáver de un hombre. Más tarde, hallaron otro hueco de gran profundidad que se encontraba muy cerca de la vereda.

 En ese momento, la hipótesis que manejaba el menemismo era calcada del atentado a la embajada: el edificio fue volado por una camioneta accionada por un kamikaze fundamentalista islámico. “Si hay cráter, hay coche bomba”, insistían como si se tratara de una letanía.

Unos tres minutos antes de la explosión, un camión conducido por Alberto López, estacionó frente al edifico de la AMIA dejando un volquete de la empresa Santa Rita. López bajó del camión para asegurarse que el volquete estaba bien ubicado, luego se alejó rápidamente. Más tarde declararía lo contrario, alegando que entró al edificio para que el arquitecto Andrés Malamud le firmara el remito por el volquete.

El electricista Daniel Joffe fue testigo de la huida precipitada de López. Sobreviviente de milagro del atentado, Joffe aseguró que López empujó al volquete un poco más a la vereda y se marchó. Eso es lo que vio, y no la famosa Traffic blanca que Galeano tanto ama.

La famosa Traffic fue adquirida por Carlos Alberto Telleldín, alias "El Enano", un ex agente de inteligencia de la policía cordobesa que se dedicaba también al negocio de los automotores truchos, a Alejandro Monjo. A este se la afanó una banda de policías bonaerenses liderada Juan José "El Lobo" Ribelli, un cana con excelente llegada al jefazo Pedro Klodczick.

Edul y Tfeli conocían a Al Kassar. En los teléfonos del primero, se registraron varias llamadas a Siria y a España, así como a Telleldín. En su agenda, además del Patrón, figuraban varios funcionarios gubernamentales y Moshen Rabbani, encargado de negocios de la Embajada de Irán, y uno de los elegidos por el juez del sandwichito de estar inmiscuido en la autoría mediata del atentado.

Como peligrosamente, todos los indicios indicaban que los autores inmediatos del atentado pertenecían –o estaban vinculados- al elenco estable sirio del presidente Menem, siguiendo los auspicios de la CIA y el MOSSAD se buscó culpar a la república islámica de Irán de la autoría del mismo. Para dar mayor credibilidad a la farsa, se montó un guión triple Z en el que la supuesta Traffic-bomba era el personaje estrella, y el juez federal adhirió como un boy scout obediente. El investigador Juan Salinas, un especialista en este controvertido tema, dilucida el revés de esta trama: “Como se ha visto, durante la semana posterior al atentado, la de la camioneta-bomba fue, apenas, una hipótesis alternativa. Sin embargo, al volverse oficial, se persiguió a todos los que manifestaran dudas sobre ella. Por ejemplo, el juzgado puso en el index de sus adversarios a Carlos De Nápoli, un damnificado durante la dictadura por la banda del padre de Telleldín. De Nápoli, el primero en advertir los evidentes lazos existentes entre los terroristas que volaron la Amia y una banda de ex policías federales que secuestró a más de veinte empresarios y familiares de empresarios judíos hasta animarse a secuestrar a Mauricio Macri, descubrió, en contra de sus intereses particulares, que la camioneta reparada por el mecánico Ariel Nitzcaner por orden de Telleldín y su mujer no era no la misma, sino otra distinta que la que Telleldín había recibido quemada con el motor que después aparecería entre los escombros.

De Nápoli no sólo derrumbó la que era hasta entonces la historia oficial del juez Galeano, sino que poco después y en conjunto con Daniel Joffe, un electricista que estaba a escasos metros de la puerta de la AMIA (en cuyas obras de refacción participaba) y fue gravemente herido en la explosión, sostuvo que a todas luces lo que había explotado era el volquete depositado allí ante la vista de Joffe, no un supuesto coche-bomba que ni él ni otros sobrevivientes vieron jamás.

Como ellos, otros investigadores creen que la Trafic-bomba fue parte del plan terrorista y sirvió para desviar la investigación. Esto es lo que cree Levinas y lo que también creía el periodista Carlos Juvenal, el recordado autor de “Buenos muchachos”.

Una hipótesis alternativa a la oficial es que el motor bien pudo haber llegado hasta donde se lo encontró (en la pala de una máquina excavadora que cargaba de escombros un camión que los llevaría a la Ciudad Universitaria) a mano, en carretilla o en la misma pala. Y que quienes lo transportaron bien pudieron haber sido miembros de las fuerzas que colaboraban en la remoción de escombros. Incluido el propio Lopardo.

Al respecto, cabe recordar que el mismo día del atentado, un productor de Radio Mitre, Carlos Bianco vio como policías federales  manipulaban un pedazo de block de motor de Trafic cerca de la esquina de Pasteur con Viamonte. El hallazgo de este block de motor, sugestivamente, no figura en el expediente. A pesar de que Radio Mitre dio cuenta del mismo, Bianco jamás había fue citado a declarar por el distraído juez Galeano. La sospecha de muchos investigadores es que ese motor pudo ser el mismo que reaparecería una semana más tarde a pocos metros de allí.

En diálogo público con Horacio Verbitsky en el programa “Magdalena bien temprano” -del que era productor- Bianco dijo hace dos años haber visto el día del atentado como “los policías se llevaban los restos de un motor, yo les pregunté qué llevaban y me dijeron que era el motor de un Renault o de una Trafic blanca”.

Efectivamente, a la 1.15 de aquel 18 de julio, los especialistas de la Brigada de Explosivos le informaron al juez que el atentado parecía haber sido cometido por un camioneta-bomba, y más aún, que el vehículo había sido una Trafic de carrocería blanca, a tenor de los restos encontrados en la calle Pasteur y entre los escombros.

Poco después, la noticia comenzó a ser emitida en flashes informativos de algunas radios. A pesar de ello, los expertos de Gendarmería y el propio Laborda siguieron opinando que el edificio había sido demolido al parecer por dos bombazos, y con toda seguridad que el epicentro de una de las explosiones se encontraba junto a la medianera que separaba al edificio de la Amia del lindero hacia la calle Tucumán.

La historia oficial sostiene que el hallazgo de motor permitió a los investigadores llegar hasta Carlos Alberto Telleldín. Pero el motor apareció entre los escombros de la AMIA pasadas las siete de la tarde. Y a las 10 de la mañana de ese mismo día, la secretaria del juez Galeano, Susana Spina, le firmó al DPOC la recepción del primer cuerpo, cosido, del expediente judicial.

En ese volumen se encuentra la foja 114 en la cual el juez, a instancias de la Policía Federal, ordenó la intervención de varias líneas telefónicas, entre ellas la de Carlos Alberto Telleldín. ¿Cómo habían llegado los pesquisas a poner la lupa sobre Telleldín si el motor aún no se había encontrado?

La crucial pregunta jamás tuvo respuesta. El juez Galeano apenas atinó a balbucear que la foja 114 se había traspapelado. Una excusa pueril, puesto que en el segundo cuerpo del expediente, abierto ese mismo lunes, aparecen más de cuarenta fojas fechadas el lunes 25.

Dicho de otro modo: no cabe ninguna duda de que primero fue la orden de Galeano de “pinchar” el teléfono de Telleldín y recién después cuando apareció el pedazo de block de motor entre los escombros de la AMIA.

La foja 114 no lleva fecha, pero está cosida entre dos fechadas el miércoles 20 de julio. Para Gabriel Levinas,  es evidente que “existía la intención predeterminada” de utilizar de chivo expiatorio a Telleldín. Según Lifschitz, autor del libro “Amia. Por qué se hizo fallar la investigación” cualquiera puede pensar “que el asunto estaba armado de antemano”.

Siguiendo el papel de Tartufo hasta el final, Galeano partió días después a Caracas en el Tango 01, para entrevistar al arrepentido trucho plantado por la CIA Moatamer. Antes de eso, su mandante Menem despotricaba a los cuatro vientos que se poseía de “semiplena prueba” de la participación de Irán en el atentado, mientras su mandado Galeano aseguraba al pie del avión que a su vuelta “se caerían de espaldas”.

Al final, nadie se cayó y las espaldas siguieron erguidas. Pero el espectáculo circense montado por el menemismo siguió usando los buenos ofrecidos por Galeano, y la causa entraba de esta forma en una nebulosa.

Como la investigación espuria no poseía ni pies ni cabeza, los personeros del poder elucubraron una idea genial. Para destrabar el mutismo de Telleldín, se resolvió pagarle una cometa de 400.000 verdes como se señaló oportunamente en este sitio.

Así las cosas, el espurio juez hoy arrojado al basurero de la historia se aferraba a su cargo aguantando viento y marea. Y como iceberg esperando al Titanic, Galeano confiaba en los apoyos aparentemente inamovibles de ciertos personeros de peso del poder político. Anzorreguy, Toma, y otros, juntamente con dilectas plumas de la corporación mediática nacional, fue ufanaban para que el juez del sandwichito no se hundiera en las borrascosas aguas del reclamo de justicia permanente.

Por fortuna, un grupo pequeño pero contundente de investigadores inquietos e incorruptibles siguieron dando mandobles, y el acorralado y cada vez más inoperante magistrado sentía como la espalda se apoyaba en la pared desnuda.

En el acto del 18 de julio se le pidió literalmente la cabeza, pero sus amigos del poder aún no resolvieron arrojarlo al precipicio. Se necesitaron unos meses más, en los que la embestida sorda y muda alcanzó ribetes de contienda enconada.

Pero al final, el juez trucho rodó por los suelos de Comodoro Py y cierta dosis de esperanza clareó sobre algunos corazones.

Es prematuro aún festejar, porque si bien la caída de tan estúpido y nefasto magistrado puede considerarse una buena noticia, las tornas deberán girar 180 ° para que se desentrañen de una vez por todas las aristas ocultas de tan ominosa masacre.

 

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