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Cristina reina pero no gobierna

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UN PASEO POR LAS NUBES
UN PASEO POR LAS NUBES

A poco más de cuarenta días de haber heredado de su esposo la conducción de la República, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha dado una acabada muestra de cuánto está capacitada para ejercer ese liderazgo y lo que sabe hacer para regir los destinos del país: nada.

 

Su inacción es total. Su actividad no ha pasado de algunas reuniones protocolares, alternadas con audiencias a ciertas figuras de la farándula y el jet-set internacional y su aparición en algunos actos de inauguración de alguna obra pública. En medio de ello no pasaron sus primeros veinte días de gobierno para que se tomara vacaciones. En tanto, los verdaderos actos de gobierno, aquellos en los que un presidente debe mostrar su fibra y sus habilidades, siguen en la dulce espera. Con pronóstico reservado aún en cuanto a que lleguen a ver la luz.

Es que Cristina no hizo más que confirmar las expectativas de muchos observadores, locales e internacionales, acerca de sus reales capacidades de gestión. Demostró, hasta ahora, que no es lo mismo sentarse en una banca del Senado –cuando se decidía a ocuparla- y dar gritos defendiendo una ley oficialista que ocupar la Casa Rosada y dedicarse a gobernar.

Para colmo, comenzó el ejercicio de la presidencia con dificultades inmediatas, que no le dejaron tomar el suficiente aire como para ir acostumbrándose de a poco a asumir que ya estaba en la cumbre del poder. Se relajó demasiado, respaldándose, como todo el mundo sabía que iba a ocurrir, en Néstor Kirchner, quien, como también sabía todo el mundo, iba a estar desde el arranque detrás del trono.

Como se recordará, al día siguiente de asumir la presidencia le hicieron piquetes en sus narices recordándole que debía aumentar el monto de las dádivas sociales a los que viven de éstas y a los punteros que las administran, incluidos los respectivos aguinaldos. Trabajo, entonces, para su cuñada Alicia Kirchner, la ministra de Desarrollo Social que maneja una de las más grandes cajas oficiales.

Debió enfrentar también las embestidas del titular de la CGT, Hugo Moyano, quien le avisó que si no se acordaba de los trabajadores éstos se pasarían “a la vereda de enfrente”. Allí apareció Súper-Néstor para atajar la munición del camionero, palmearle a éste la espalda y recomponer un poco la situación.

Sólo dos días después de atrapar de manos de su esposo el bastón de mando, le estalló en la cara el arresto en Miami de los implicados en el caso de la maleta dolarizada que pretendieron silenciar a su eventual portador, Guido Alejandro Antonini Wilson, respecto de que ese dinero provenía de oscuras arcas venezolanas y su destino había sido la campaña electoral de la ahora presidenta. Un mal recuerdo, esa maleta, que volvía a aparecer desde las sombras donde los Kirchner y Hugo Chávez creían haberlo confinado y que amenaza ahora con mantener, por largo tiempo, negros nubarrones sobre los gobiernos argentino y venezolano. Con el agregado de que Cristina hizo la pésima jugada –probablemente muy mal asesorada- de pelearse con Estados Unidos llamando “operación basura” al accionar del sistema judicial más independiente e incorruptible del mundo. Claro, algo a lo que precisamente no están acostumbrados en este país.

Tras cartón, casi finalizando el año 2007, los Kirchner debieron afrontar el papelón que significó haber enviado entusiastamente a Néstor, con sus  mocasines y una camisa de campaña, a la selva colombiana a formar parte de la “troupe” de Chávez en el fallido rescate inicial de las rehenes de las FARC, cuyos entretelones y final todos conocemos.

Fueron demasiados cachetazos en continuado para iniciar una labor presidencial con algo de compostura. Y que, como no podía ser de otra manera, hicieron que la presidenta continuara en la tesitura habitual con la que ella y su esposo transitaron la anterior administración, ante su miedo visceral a las preguntas: no hay conferencias de prensa, no hay periodistas informando desde la casa de gobierno.

Directamente, no hay información.

 

Las deudas, los aviones y el tren bala

En lo poco que va de este nuevo año, el transitar de Cristina por la presidencia continúa dentro de los carriles de la incomodidad, mientras ella prosigue empecinadamente sin poner los pies sobre la tierra.

La crisis de Aerolíneas Argentinas no se detiene, y el país debe acostumbrarse a ver en las noticias la moneda corriente de los escándalos de vuelos suspendidos, de pasajeros acampando obligadamente en los aeropuertos, cada vez más hartos y haciéndose oír con creciente violencia, y con centenares de turistas extranjeros que juran no volver a poner un pie en estas tierras.

Como pretendida solución a estos conflictos, la presidenta no ha tenido mejor idea –y siempre, creemos, mal asesorada- que convocar a “consultas” a los propietarios del Grupo Marsans –y por lo tanto de Aerolíneas Argentinas-, los españoles Gonzalo Pascual y Gerardo Díaz Ferrán, para que negocien con los gremios aeronáuticos tratando de darle una solución al acuciante problema. Ambos empresarios acudieron rápidamente al llamado presidencial y se entrevistaron con el jefe de Gabinete, el “todo terreno” Alberto Fernández.

Sin embargo, los españoles prometieron negociar con los gremios pero no prometieron más aviones, una de las graves fallas que inciden en el déficit de los vuelos y de la paciencia de los usuarios. Concretamente, faltan aviones y Pascual y Díaz Ferrán no quieren cumplir con sus compromisos de inversión. Ello pese a que el Estado español le había entregado oportunamente al Grupo Marsans 758 millones de dólares para pagar deudas, renovar la flota y reactivar a la compañía, dólares que por su parte habrían tomado un rumbo incierto.

Es que ambos son en realidad unos sinvergüenzas que en España están afrontando un juicio por desvío de fondos públicos, estafa procesal y delito fiscal, entre otras causas, y cuyo único y urgente fin es desembarazarse de Aerolíneas, vendiéndola en cuanto puedan –pese a que lo vienen desmintiendo- y salir huyendo. Probablemente el “brillante negocio” lo encararía el gobierno argentino, tomando Aerolíneas en la desesperante situación en que se encuentra y luego hacer la consabida alharaca de que la compañía de bandera nacional fue “recuperada para el país”. Sin aclarar o tergiversando los datos reales, obviamente, sobre cuánto le significaría al país el gasto por semejante mercadería en mal estado.

Para continuar con las tribulaciones de Cristina Fernández de Kirchner, se acerca el momento en que hay que tomar, definitivamente, una decisión acerca de la deuda con el Club de París. Una deuda ya vencida que rondaba los 6.700 millones de dólares pero que con los intereses y los recargos punitorios se acerca a los 10.000 millones de esa moneda. El gobierno argentino no cuenta con esos montos, pero podría volver a recurrir, como lo hizo cuando saldó la deuda con el FMI, a las reservas del Banco Central, actualmente estimadas en 46.000 millones de dólares. De todas maneras, en el ministerio de Economía se viene analizando la conveniencia o no de esa medida y, por lo tanto, en si “pagamos o no pagamos”, al menos por un tiempo más.

Mientras, desafiando a los tenedores de bonos en default -que en su mayoría son italianos, alemanes, japoneses y en menor medida españoles y norteamericanos, y por lo tanto ciudadanos de países que integran el Club de París y que presionan a sus gobiernos para que aprovechen la publicitada recuperación económica de la Argentina y le reclamen a ésta el saldo de sus deudas- Cristina acaba de anunciar, con bombos y platillos, el fastuoso proyecto del “tren bala”.

Sin embargo ocurre que la empresa francesa Alstom, con cuyos directivos la presidenta firmó hace horas dicho proyecto, necesitan a su vez –como consignó en una reciente edición el sitio “La Política On Line”- solicitarle fondos a la Societé Genérale. Y ésta es una entidad financiera oficial de Francia, país integrante del Club de París. Por lo cual se deduce, por carácter transitivo, que si la Argentina no cumple primero con las deudas de tenedores de bonos de default, dejando en una incómoda posición a los correspondientes países frente a sus ciudadanos perjudicados, difícilmente esos países vuelvan a prestarle dinero a la Argentina o a cualquier empresa vinculada con un proyecto argentino.

En definitiva, Cristina sigue con su paseo por las nubes mientras sólo parece ver pasar de costado la serie de problemas que la entornan, quizás confiando ciegamente en Súper-Néstor –siempre firme tras las bambalinas del poder- y sus consejos salvadores.

Problemas que en su mayor parte no serán pasajeros.

La situación con los gremios no está del todo clarificada; el caso Antonini Wilson se vuelve cada vez más amenazador en la medida en que los fiscales de Miami ya han presentado las pruebas –filmaciones y grabaciones a los imputados- y que aseguran que hay más, mientras el juicio definitivo se llevaría a cabo en dos meses; el empecinamiento en que Argentina siga “pegada” a un Hugo Chávez cada vez más devaluado y comprometido con las actividades terroristas y de narcotráfico de las FARC aleja incesantemente al país de un mundo en constante progreso al que debió enganchar su vagón; la situación de crisis de Aerolíneas Argentinas ha alcanzado aristas muy ríspidas; y las idas y vueltas sin resolver el tema de la deuda con el Club de París puede hacer que, de rebote, el tan publicitado proyecto del “tren bala” quede reducido a un inofensivo balín de aire comprimido.

No son pocas dificultades para una presidenta de la que se espera que se decida a poner los pies sobre la tierra.

 

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