“Luche y vuelve”, reza un afiche ampliamente pegoteado en el centro porteño tratando de evocar el slogan de los montoneros en los 70: se trataba del grupo armado que decía poner bombas para que Juan Domingo Perón, proscripto políticamente desde 1955, pudiera volver.
Cuando finalmente volvió, le empezaron a poner bombas a Perón, pero esa es historia antigua.
“Haga Patria, rompa la proscripción”, proponía otro cartel diseñado en estilo de convocatoria a bailanta de Conurbano y ampliamente pegoteado esta semana por el Conurbano.
Otra pegatina con una Cristina Kirchner sonriente saludando con los dedos en posición de “viva Perón” -diseñado en estilo de campaña electoral- es más gráfico: “¡Proscripción, un carajo!
Proscripción, la apuesta del kirchnerismo
Por más que el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, hubiese asegurado dos veces ante los medios que la vicepresidenta “no está proscripta” y que podría ser candidata a lo que quisiera en las próximas elecciones, como sostienen todos los juristas serios, el kirchnerismo de paladar negro demostró esta semana que apuesta todas sus fichas al relato de la proscripción.
Pero relatos -relatos “verdaderos”- eran los de antes: una encuesta de FGA, la encuestadora del psicólogo y consultor político Federico González, desvela el poco alcance de esta curiosa narrativa sin asidero jurídico.
Preguntados por sí o por no, el 28 por ciento de los argentinos cree que realmente está proscripta la vicepresidenta, condenada por el Tribunal Oral Federal 2 a seis años de prisión por corrupción con inhabilitación a ejercer cargos públicos. El 65 por ciento cree que no está proscripta y que podría presentarse como candidata en las próximas elecciones, si tuviera ganas.
Hasta ahí podría suponerse que, de mínima, el relato de la proscripción logra impactar en el “núcleo duro” del electorado kirchnerista: algo es algo. Podría servir para aglutinar a lo que queda de votantes convencidos. Punto para Cristina Kirchner.
Pero Federico González en esa encuesta nacional cerrada el pasado jueves decidió ahondar un poco más y testear a los encuestados dándoles un poco más de información: “Cristina Kirchner fue condenada en primera instancia a inhabilitación perpetua a ejercer cargos públicos. Pero al no estar firme la sentencia, no tendría impedimento legal para presentarse como candidata a presidente. Conociendo está información, ¿Usted diría que…”, abunda el encuestador y obtiene un resultado todavía más magro para los guionistas del relato de la proscripción: solo el 9,5 por ciento termina afirmando que cree que Cristina Kirchner está “efectivamente proscripta”.
Conclusión: el día que la oposición deje de concentrarse en sus amargas peleas internas por el poder y empiece a explicar un poco, se termina la agonía del relato con una muerte súbita.
¿Le están pidiendo demasiado los líderes camporistas al “pueblo kirchnerista” en materia de relato?
“Quiero ganar la tercera”
La semana anterior, otro afiche diseñado en el marco del “operativo clamor” para derrotar a la presunta proscripción iba todavía más allá de los límites imaginables para alguien que no estuviera influenciado por algún narcótico: evocando la gráfica del Mundial de Fútbol de Qatar jugaba con las siglas “CFK” de tres letras buscando “la tercera estrella”. “Quiero ganar la tercera”, rezaba muy creativo apelando a la canción “Muchachos”, ese maravilloso himno informal de la “Scaloneta”, y aclaraba: 2007, 2011 y dejaba espacio en blanco para la tercera estrella: el 2023.
Pero en la creatividad quedaba perdido el 2019, año en que asumió la actual vicepresidenta, quien todavía no renunció a su cargo. Cristina Kirchner sigue jurando la presidencia cada vez que el Presidente se ausenta por viajes y se mueve por todo el país con los aviones presidenciales y, como toda vicepresidenta en ejercicio, sigue presidiendo el Senado de la Nación.
¿Se puede escapar Cristina Kirchner con la fantasía de que ella no tiene nada que ver con el gobierno de Alberto Fernández, en el que no solo es vicepresidenta, sino que controla todas las “cajas” relevantes y, excepto un puñado, maneja todos los ministerios y casi todos los resortes del poder?
El relato kirchnerista le está pidiendo mucho a su propia feligresía
Todo empezó el 6 de diciembre con un malentendido: ese día se conoció la sentencia del tribunal oral contra la vicepresidenta, y, muy enojada, Cristina Kirchner grabó un video de furia y apretó “send” a las redes sociales. Visiblemente alterada y gesticulando su estado de exaltación, anunció que “no voy a ser candidata a nada” para que nadie pueda “decirme condenada”, arrastrando en tono de burla infantil la primera “a”. Recalcó: “mi nombre no va a estar en ninguna boleta”.
Fue una tormenta política: Cristina Kirchner ratificaba lo que ya se sospechaba y es que no quería ser candidata presidencial, pero se daba por sentado que buscaría fueros y control del Senado como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires, como mínimo.
Listo, el peronismo debía empezar a buscar un sucesor, porque el año electoral estaba por arrancar y la “jefa” no quería ser “candidata a nada”.
Una semana más tarde, en un acto en Avellaneda, Cristina Kirchner volvió a sorprender desdiciéndose de su promesa de no competir en las próximas elecciones “aclarando” que no es que ella no quisiera, sino que, en realidad, estaba “proscripta”.
¿Qué pasó en el medio entre la Cristina furiosa del “no voy a ser candidata a nada” y el “en realidad estoy proscripta”? La “mujer fuerte” del peronismo rápidamente notó que sus punteros y socios políticos empezaban a hablarse entre ellos sin consultarla: a ese paso no iba a poder “colar” en las listas electorales a ninguno de sus fieles camporistas como para armarse para soñar con volver al poder después de un nuevo período en la oposición.
Es más: Cristina Kirchner se empezó a preguntar si los jueces de alzada que ahora deberán analizar la apelación a su fallo condenatorio la seguirían considerando como la “temible” dueña del poder del peronismo.
Así la propia Cristina Kirchner guionó su propio relato de la proscripción intentando evocar a Juan Perón, quien verdaderamente fue proscripto en la “Revolución Libertadora” de 1955, hasta que el general Alejandro Agustín Lanusse, presidente de facto, le levantó la proscripción 17 años más tarde.
Pero los motivos reales de Cristina Kirchner los conocen bien los encuestadores. La semana pasada se publicó una encuesta muy reveladora que deja en claro por qué la vice no quiere ser candidata: según la consultora CB, del joven asesor político cordobés Cristian Buttie, hoy solo en La Matanza, Moreno y Florencio Varela Cristina Kirchner goza de más imagen positiva que negativa. En todo el resto del conurbano bonaerense, su gran bastión electoral, impera el rechazo mayoritario a su figura.
La estrategia de la “mujer fuerte” del peronismo es clara: mejor no presentarse para no perder por amplio margen y tener que seguir su carrera política -y sus batallas judiciales- con el estigma de “perdedora”. Mejor, dejar la duda.
Si la estrategia sirve o no, que lo diga Carlos Menem
Aún habiendo ganado la primera vuelta de las presidenciales de 2003 sobre Néstor Kirchner, Carlos Menem terminó renunciando antes del balotaje. El riojano temía que, si perdía por más de 20 puntos -como perfilaban las encuestas- se acabaría su carrera política.
Menem intentó apelar a la “magia” de un relato de “si se presentaba, no perdía por mucho”.
La narrativa no sirvió: Menem perdió su poder y su influencia y terminó sus días como senador, parapetado detrás de sus fueros y sin el más mínimo prestigio. Triste, solitario y final.
¿Le resultará distinto a Cristina? ¿Podrá ahora desdecirse de su promesa de no ser candidata a nada y también negar el relato de que está proscripta ante un tibio “operativo clamor” del camporismo y salir con algo así como: “bueno, si el pueblo me lo pide tanto, me levanto yo misma mi propia proscripción y me presento”?
El general Lanusse invitó a Perón a volver a la Argentina a presentarse en las elecciones de 1973. Perón eligió que se presentara en su lugar el odontólogo Héctor J Cámpora, a quien luego le pidió la renuncia para postularse él y así instalar una suerte de nuevo relato de proscripción para volver semanas después del triunfo de Cámpora como el gran ídolo. El relato funcionó y arrasó en las elecciones que convocó el brevísimo Cámpora: Perón ganó con casi dos tercios de los votos.
Pero Lanusse, ante la negativa de Perón a aceptar la invitación del militar para que volviera y compitiera de entrada sin vueltas ni delegados, lo desafió en una célebre conferencia de prensa: “Perón no vuelve porque no le da el cuero”.
Las encuestas de hoy están demostrando que a Cristina Kirchner, parafraseando al general Lanusse, realmente no le da el cuero.