Cristina volvió a hacerlo: así como la semana anterior había generado la mayor atención a partir de su presentación en una “entrevista” -entiéndanse las comillas-,esta semana se habló de punta a punta sobre el acto que la tuvo como protagonista central. Mas sin embargo tanta centralidad no implica que el evento del 25 de Mayo haya cubierto las expectativas.
Más allá del contexto que rodeó el acto del jueves, de la gestualidad que se le pretendió otorgar, esta presentación pública de la vicepresidenta dejó gusto a poco. Sobre todo en su feligresía, que asistió confiada en que semejante manifestación merecería alguna señal favorable al operativo clamor que, dadas las circunstancias y más allá de la tozudez de los que no terminan de convencerse, ahora sí debería darse por concluido. La vicepresidenta no será candidata, aunque algunos y algunas se resistan a interpretarlo.
Ni la concurrencia fue tan masiva como se esperaba -complicó el mal tiempo-, ni estuvieron todos los que se hubiera imaginado para semejante cita. Peor: solo tres gobernadores asistieron y la conducción cegetista brilló por su ausencia.
Este discurso de la vicepresidenta no fue una de sus piezas oratorias más destacadas. Por el contrario, fue en general más de lo mismo y cuesta encontrar extractos destacables. No faltó el embate contra la Corte Suprema de Justicia, que por tan reiterado como esperado carece ya de mayor efecto. La novedad en esta oportunidad fue la comparación que la expresidenta hizo con la Corte de “la mayoría automática” de tiempos de Menem, considerando peor a la actual, al punto de denominarla “mamarracho indigno”. A nadie se le había ocurrido hasta ahora llegar a tanto.
Sugirió en ese sentido imposibles como una reforma constitucional tan improbable como llegar a los 2/3 en el juicio político que se desarrolla desde enero contra los miembros de esa Corte.
También -como de costumbre- habló del FMI. Volvió a defenestrar el acuerdo con el mismo: “Si no logramos que ese programa que el Fondo Monetario impone a todos los deudores sea dejado de lado y nos permita elaborar un programa propio de crecimiento, de industrialización, de innovación tecnológica, va a ser imposible pagarlo”, deslizó en momentos en que el ministro de Economía de su gobierno hace denodados esfuerzos para lograr dólares que le permitan a esta administración evitar el abismo. Sergio Massa la escuchaba a dos metros de distancia. En unos días tendrá que dar explicaciones ante ese organismo.
Esta vez -eso sí- sugirió una alternativa para pagar la deuda contraída. Si fue un préstamo político, la solución debe ser también política, dijo CFK, que propuso que el pago “lo aten a un porcentaje de exportaciones”. En ese sentido reclamó que desde el FMI “dejen de querer dirigir la política y clausurarnos la industrialización del país y convertirnos únicamente en proveedores de materia prima”. Ese fue precisamente otro de los ejes de su discurso: “No alcanza únicamente con la materia prima, tenemos que agregar valor, incorporarle tecnología para que haya trabajo de calidad y buenos salarios que es lo que el país necesita. Y se puede hacer porque nosotros lo hicimos durante 12 años y medio”.
Esa última observación corresponde a la visión idílica de los gobiernos kirchneristas entre los cuales no incluye Cristina al actual. Fueron 12 años y medio, reiteró, y nada tiene que ver con el gobierno de Alberto Fernández, salvo el hecho de haberlo elegido y haber tenido él que pasar todas sus decisiones por el tamiz del Instituto Patria. Y que las principales cajas políticas hayan estado todos estos años en manos del cristinismo puro y duro.
Aquella referencia a no ser solo proveedores de materia prima debe vincularse a la cuestión del litio, otro tema en el que Cristina y los suyos han puesto la lupa. Citó las legislaciones de Bolivia y Chile, que inquietan a los inversores y por lo tanto se estaría generando una situación favorable para la Argentina. “Patria sí, colonia no”, coreó la Plaza en esa instancia. No es el discurso que enarbolan los funcionarios actuales.
Ya un diputado del Frente de Todos, Juan Carlos Alderete, presentó un proyecto sobre el tema. El aclara que no está pidiendo la “nacionalización” del litio, sino declararlo “recurso natural estratégico”, pero entre otras cosas el proyecto señala que las concesiones ya otorgadas sobre el mineral litio, constituidas a favor de empresas privadas con anterioridad a la fecha de vigencia de esta ley “están plenamente alcanzadas por la presente y deberán acogerse a sus disposiciones y normas”. Además, “el Poder Ejecutivo podrá limitar o prohibir la importación o la exportación del litio y sus derivados cuando en casos de urgencia así lo aconsejen razones de interés público”.
El proyecto habla de “potencias hegemónicas” que se disputan ferozmente el litio y de “sus empresa monopólicas” que “saquean el litio en la Argentina y profundizan la dependencia de nuestro país”. La aprobación de una iniciativa de este tipo no necesita de 2/3; alcanza con mayoría simple.
La versión de Cristina que se vio el jueves tuvo un sesgo religioso inédito. Arrancó atribuyéndole a Dios el “milagro” de haber parado la lluvia, y terminó hablando de los rosarios que le alcanzan e invocando a Dios y la Virgen. Desde su entorno le atribuyen ese misticismo al atentado del que salió ilesa.
Conforme a lo que hacía durante su gestión, no habló de las inquietudes que están al tope de las demandas sociales: inflación e inseguridad. Solo tangencialmente se refirió al mismo tema, pero cuidándose de mantenerse ajena a esta gestión. Dijo haber predicho que post pandemia se iba a crecer, pero que si no se cuidaban los precios de la economía, ese crecimiento se lo iban a llevar “cuatro vivos”.
Tampoco habló de candidaturas. Los principales analistas coincidían en que no lo haría, pero así y todo pareció defraudar al no hacerlo. Pasa que la cuenta regresiva hacia el cierre de listas está en marcha y falta menos de un mes para entonces. Esta vez no habló de la “generación diezmada”, pero situó a quien todos sindican como señalado por esa condición, Eduardo “Wado” de Pedro, a su izquierda, estratégicamente situado entre Máximo Kirchner y Sergio Massa. A su derecha, hizo parar a Axel Kicillof.
Está claro que en esa primera línea estaban los nombres que ocuparán los principales lugares de las listas de la próxima elección. En la dupla Wado de Pedro-Massa muchos creyeron ver a la fórmula presidencial del Frente de Todos, o como sea que vaya a llamarse esta vez la alianza oficialista. En ese orden o el inverso, pero lo cierto es que así como camino a 2019 Cristina Kirchner mandó a Kicillof a “caminar la Provincia” para ser candidato, la misma recomendación le hizo ahora al ministro del Interior, que ese mismo jueves publicó un spot de campaña en el que se presenta a sí mismo como parte de “la generación diezmada”.
Massa no se piensa a sí mismo como segundo de la fórmula presidencial, mas aceptaría llevar a Wado como compañero. Este último ya ha dicho que irá donde CFK le indique. La tiene complicada el ministro, con una inflación que no afloja y dólares que no aparecen. Para buscarlos emprende esta semana viaje a China, donde va con el guiño de Lula y espera la condescendencia de Putin, para que los BRICS nos den una mano -léase dólares frescos-. Después volverá a Estados Unidos en busca de ayuda, garantizando no haber dado concesiones a China, ni haberse acercado a Rusia. Contorsiones de un equilibrista.
Las gestiones económicas no le harán descuidar a Massa la interna del FdT. Para eso se lleva a Máximo Kirchner, que curiosamente aceptó la invitación de sumarse a la comitiva. El hijo de los Kirchner no usa el pasaporte desde que era chico y viajaba con su familia a DisneyWorld. El expresidente del bloque FdT en Diputados es para Massa un aliado clave, pues fue la llave que le permitió abrir las puertas para llegar a Cristina. El ministro de Economía se considera a sí mismo capaz de ofrecerle al oficialismo “la mejor alternativa” electoral, pues es quien puede evitar los extremos que ocupan otros candidatos más bancados por el kirchnerismo. Empero, hay muchas dudas respecto de que pueda contener el voto duro propio. Se notaba el jueves en la Plaza, con las encuestas informales que se hacían entre los concurrentes.
“Votaremos al que Cristina diga”, parece ser la síntesis imperante en la militancia fiel, pero la verdad es que la vicepresidenta no termina de decidirse. Queda poco tiempo y no se vislumbra que esta vez tenga un as en la manga. De hecho, si hubiera una candidatura seductora en ciernes, alguna señal hubiera dado la expresidenta en su discurso. Y ella no se decide.
De Pedro fue la novedad más concreta de la última semana, y ya oficia como candidato. Camina y mantiene reuniones difundidas con modo electoral. Le vino de perillas el poco feliz comentario del periodista Gabriel Levinas, respecto de que la sociedad no estaría tan madura como para aceptar la posibilidad de un presidente peronista tartamudo. La polémica generada por esas expresiones reposicionó al ministro del Interior y fue para él una suerte de lanzamiento de campaña.
También sirvió para potenciar un proyecto para crear un programa nacional de detección temprana y abordaje integral de la tartamudez. Lo presentó en enero de 2022 la diputada oficialista Rossana Chahla, exministra de Salud de Juan Manzur. En marzo del año pasado las diputadas Lucila Masín, Paula Penacca, Florencia Lampreabe y Alejandra Obeid presentaron un proyecto similar. Recién ahora y por toda esta polémica se habla de avanzar con ese tratamiento.
El año pasado la tucumana Chahla organizó en el Salón de Pasos Perdidos un acto para difundir su propuesta, al que fue invitado De Pedro. El propio ministro pidió ese día al Congreso avanzar con la sanción de una ley integral de tartamudez. “Me voy a encargar de que gobernadores y gobernadoras hagan lo suyo y los vamos a apoyar”, prometió, mas el proyecto ni siquiera fue comenzado a tratar en comisión. Tal vez ahora sea diferente, por el efecto electoral que pueda tener.