El general Perón dijo alguna vez que quizá todos los argentinos seamos peronistas de algún modo sin advertirlo, e hizo su carrera política interpretando un sentimiento existente como tal antes de su advenimiento, concediéndole su padrinazgo patronímico.
El rancio nacionalismo que se ha observado durante años en la conducta de la mayoría de la sociedad propició la plataforma de lanzamiento de un líder carismático y sin pudores, que utilizó cualquier herramienta a su alcance para hacer desde el poder lo que le viniera en ganas.
Hoy, cuando un peronista habla de la voluntad de transformar al estado para ponerlo a disposición del pueblo “recuperando la identidad nacional” (sic), significa en realidad que se trata de someter al mismo, con el argumento -jamás cumplido-, de que dicho estado es el único instrumento útil para concurrir en auxilio de los desposeídos, refrendando la uniformidad de lo idéntico y demonizando lo diverso.
El paso siguiente consiste en avanzar hacia un totalitarismo que termina reemplazando la cohesión social para integrar la unión de quienes se sienten bien detestando a los demás, para lo cual distribuye prebendas de todo tipo entre los “leales” al régimen de turno.
Las noticias de estos días previos a las PASO y las elecciones generales dan cuenta de la hondura de un sentimiento que pone en evidencia la lucha celebrada entre candidatos que buscan quebrar a sus adversarios, sin mencionar propuestas políticas claras de ninguna clase.
Todo ello lleva a preguntarnos qué ideas auténticamente renovadoras podrán torcer los ímpetus nacionalistas subyacentes en el espíritu de un pueblo que suele recitar, hasta en las tertulias privadas, ciertos apotegmas guerreros de una batalla permanente.
El fracaso del peronismo, que se vendió siempre a sí mismo como una suerte de “espíritu del pueblo”, solo puso en evidencia a través de la historia, que el nacionalismo xenófobo latente en el seno de grandes mayorías sociales, jamás pudo ejecutar medidas gubernamentales acertadas, ni consiguió erradicar de nuestro país la miseria, el hambre y la ignorancia.
A pesar de ello, muchos políticos que se auto titulan opositores, siguen dilucidando, con ridícula circunspección, cuánto peronismo implícito será necesario tener en cuenta dentro de los frentes programáticos, para que la crisis existencial en la que nos hemos hundido pueda mejorar su “curriculum”.
Al mismo tiempo, contribuyen a este estado de cosas las corporaciones de tercer grado -sin vigencia constitucional-, como los sindicatos y las asociaciones empresarias, donde siguen aferrados a su sitial quienes mantienen el poder desde hace años, despreciando - ¡oh ironía!-, cualquier regla que permita contribuir al sostenimiento de una democracia auténticamente republicana.
¿Los nombres? No interesan. Se llamen Juan o Pedro, todos participan del mismo sentimiento: “al enemigo, ni justicia” (Perón dixit). De lo que se trata es de “vestirse” con el mejor ropaje de un país nacionalista por excelencia que se identifica con el peronismo –pre y post Perón-, como su mejor intérprete.
Virus muy arraigado en la cultura popular, para el que no ha aparecido hasta ahora un medicamento eficaz que logre erradicarlo.
A buen entendedor, pocas palabras.