El diccionario define al absurdo como:
“Contrario a la razón. Disparate.” A su vez disparate significa: “Hecho o dicho
fuera de regla o razón. Atrocidad”. El error es “Un juicio falso. Acción
desafortunada". La falacia, en cambio es: “ Engaño, mentira con que se quiere
dañar a otro. Hábito de usar falsedades. Argumentación viciosa”. La zoncera, de
la que hablaba Arturo Jauretche es: “dicho o hecho tonto o insignificante, sin
importancia”. La realidad está surcada por el absurdo, el disparate, la falacia,
la zoncera, y en mejor de los casos por el error. Sería largo, interminable, un
inventario. Apenas algunos ejemplos, elegidos arbitrariamente de una lista
interminable.
La gestión sepultó a la ideología
Una falacia ampliamente "propagandizada", colocada al pie de
la muerte de las ideologías, es que la gestión es aséptica. El gobernante debe
gestionar. Y la gestión, se dice, es “hacer lo que debe hacerse”. Y lo que debe
hacerse, se sostiene, no es derecha ni de izquierda. Simplemente es. Lo que la
falacia oculta, lo que el absurdo intenta esconder es que la ideología es lo que
orienta la gestión. Nadie, o prácticamente nadie, sostendría que una pierna o un
brazo se mueven independientemente de las órdenes que reciben del cerebro. La
gestión son los brazos o las piernas pero la que conduce adonde van o para donde
se mueven es la ideología es decir el cerebro. Mauricio Macri basó su exitosa
campaña en la Capital Federal en el culto a la gestión. Desideologizadamente.
Haciendo énfasis en que el venía de afuera de la política y que es un hacedor.
Y eso le permitía justificar el haber sido un ausente permanente en el
Congreso, como diputado. Lo que se conoce popularmente como "ñoqui".
Entre sus primeras medidas estuvo la propuesta de que en los
hospitales de la Ciudad de Buenos Aires, para la determinación de turnos, tengan
preferencia los habitantes con domicilio en la Ciudad. Una medida “ de gestión”
con una notable carga ideológica. Determinando desde una perspectiva pequeña una
nueva fragmentación. Como si la General Paz fuera una frontera. Macri,
preocupado únicamente por “una gestión de mercado” ignora que la federalización
de la Ciudad de Buenos Aires y la nacionalización de los recursos de la aduana
consumieron seis décadas de guerras civiles.
Un país fragmentado en la devastación producida por la
aplicación de las políticas neoliberales que el actual jefe de gobierno apoyó
con un manifiesto entusiasmo, debe tener políticas de reconstrucción del tejido
social y no de acentuación de las diferenciaciones.
Igualmente “asépticas” resultaron sus decisiones de despejar
las calles de la protesta social, de despedir empleados al voleo, para
satisfacer las expectativas de sus votantes y colocar tropa propia. Y
aprovechando el fuerte desprestigio de los dirigentes sindicales municipales
intervenir la Obra Social, afectada en su funcionamiento por el deterioro social
y dirigencial de las últimas décadas. Pero suponer que el empresario Macri tiene
entre las preocupaciones propias de su “exquisita sensiblidad gestionaria” la
salud de los empleados municipales es más que una ingenuidad, un error. Una
zoncera. Derivada de la falacia de la gestión aséptica. Y del apoliticismo como
forma de hacer política.
Los no políticos como políticos
Una de las consecuencias negativas del 19 y 20 de diciembre
del 2001, sepultadas bajo las virtudes de esas históricas jornadas, fue el
fuerte sesgo antipolítico. El fracaso de los progresistas en la Capital Federal
abrió el cauce a los gestionarios con su impronta de venir de afuera de la
política, otro de los absurdos manejados como caballitos publicitarios. Pero la
cristalización de esa idea de la “pureza” que daba el no estar en política lo
representó Juan Carlos Blumberg.
Sorprendentemente, uno de los periodistas de mayor rango en
la estructura del diario La Nación, Jorge Fernández Díaz escribió un
certero artículo sobre el tema el 27-12-2007: “Un gerente piensa que el arte
y la política pueden gerenciarse. Así como un editor piensa que hasta cierto
punto la vida puede editarse como un diario o un noticiero de televisión. Un
viejo editor me dijo alguna vez: “El matrimonio es una larga crisis que se
administra. Por más que estemos en el peor momento, un beso antes de dormirse,
un beso al despertar y un ramo de flores los domingos. Si usted sabe editar la
realidad, puede también editar su matrimonio”. Se refería a la posibilidad de
manejar los tiempos y las cosas, desechando lo inconveniente y resaltando lo
necesario.
Ojalá fuera cierto, pero la verdad es que nadie puede editar
la vida, y que es infinitamente difícil gerenciar una pasión. Se la puede
administrar, no voy a negarlo. Se pueden hacer negocios editoriales y
pictóricos, pero esas operaciones del mercado nada tienen que ver con gerenciar
el arte, que está hecho de la materia de los sueños y que es, por lo tanto,
ingobernable. No digo que la política sea asimilable a la literatura o a la
pintura, pero les aseguro que también es un arte mayor y que su praxis necesita
una vocación tan profunda y absorbente como la que se autoimpone cualquier
artista verdadero.
En veinticinco años de periodismo no he conocido a un solo
dirigente de primer nivel que no fuera un animal político. Un hombre sin tiempos
libres, un enfermo de la materia que domina. Como esos "cracks" futbolísticos
que al evocar su infancia solamente se recuerdan jugando a la pelota, día y
noche, con una de cuero, con un bollo de papel o con una chapita, obsesionados
gozosamente por desarrollar su vocación profunda. O como esos adolescentes que,
abstraídos, se olvidaban de comer, de estudiar y hasta de dormir tocando como
posesos la guitarra o el piano, o dibujando o escribiendo en cuadernos o en
reveses de facturas contables. Las vocaciones volcánicas borran al hombre del
mundo, ponen en suspenso a sus familias y a las necesidades mundanas, y, como
todo acto de amor torrencial, son un acto de obsesión. Nadie llega a la primera
fila de las butacas sin ese fuego sagrado.
Comparar la política real con la política corporativa de las empresas es, por lo
tanto, un malentendido amargo. La política, por más gurúes y politicólogos que
valgan, resiste las reglas del management ortodoxo y de la ciencia pura.
En el mundo de los negocios, uno más uno es dos. En política, como todo el mundo
sabe, no necesariamente dos más dos son cuatro. Toda esta introducción viene a
cuento de un hecho indiscutible: la actual oposición tiene entre sus filas a
muchos hombres de empresa. Muchachos por lo general bienintencionados que se han
pasado, no hace mucho, a la política creyendo que ésta sólo necesita buenos
gestores.
Los no políticos son hombres de ideología pasteurizada, que
igualmente merodean las posiciones de “centro” y el libre mercado, y que han
comenzado a meterse en el barro de la historia. Algunos de estos gerentes de la
nueva política duermen con la valija cerrada al lado de la cama. Están siempre
listos para volver al sector privado rumiando una queja: “Soy demasiado bueno y
honesto para la política”.
Olvidan que los verdaderos militantes políticos no tienen
dónde volver, porque pertenecen, en cuerpo y alma, a la lucha política. Porque
no podrían hacer otra cosa, porque nacieron para eso, porque quemaron las naves.
Un gerente es demasiado cerebral y tiene demasiado “sentido común” para
quemarlas.
Un militante se mide no por cómo reacciona ante una victoria,
sino por cómo se recupera de las derrotas. ¿Se recuperarán estos muchachos o
tomarán la valija y volverán, sanos y salvos, a casita?
Necesitan un examen profundo para entender lo que les ocurre.
Son amateurs jugando a ser profesionales. No dominan del todo la materia y, en
el fondo, la desprecian un poco. Toda la nueva oposición está llena de estos
personajes tiernitos y bienintencionados: aves de paso queriendo comerse crudas
a las fieras. No se le puede enseñar política a un negado, así como no se le
puede enseñar música a quien no tiene oído. Entender la política, entenderla de
verdad, es un don: se tiene o no se tiene. Es un saber que no se adquiere en los
libros ni en los claustros. Se adquiere en la calle y con las entrañas.”.
Sólo se cambia la historia con ese apetito insaciable, con
esa pasión que un frío gerente no puede gerenciar. Tal vez ni siquiera pueda
comprender. La nueva política no puede madurar en manos de los no políticos.”
Civilización y barbarie. Política y antipolítica
La disyuntiva "civilización y barbarie" atraviesa la historia
argentina. La política, más allá de los denuestos y desprestigio que sobrelleva
en el escenario del fin de las ideologías, es el instrumento imprescindible para
convertir en posible lo necesario.
Mauricio Macri, representante de los sectores de mayores
ingresos, con el respaldo mayoritario de la clase media y franjas importantes de
sectores populares, representa en esta falsa disyuntiva a la civilización.
Obtuvo el titulo secundario de bachiller en el Colegio Cardenal Newman Es un
ingeniero egresado de la Universidad Católica. Su popularidad se debe en buena
parte por haber sido Presidente de Boca durante 12 años. Despreció hasta no hace
mucho al Estado al cual usó como contratista, hizo política empresarial, apoyó a
Alsogaray y Menem, elogió al intendente de la dictadura criminal Brigadier
Cacciatore, se entusiasmó con el neoliberalismo, participó de las
privatizaciones, tiene una visión distante con la política a la que reemplaza
por la gestión, desprecia a los cartoneros, discrimina entre porteños y
provincianos, quiere limpiar las calles de las protestas y mejorar la estética,
ocultando las exteriorizaciones de pobreza aunque no lo diga explícitamente.
Germán Abdala fue un notable dirigente sindical. En la
versión maniquea de la historia mitrista-sarmientina representa a la "barbarie".
Murió cuando apenas tenía 38 años de un cáncer que lo llevó en múltiples
ocasiones al quirófano. Dejó la escuela secundaria y empezó a trabajar mientras
militaba en la Villa 21. Luego de ser ordenanza de un service de computadoras,
pintor albañil y vidriero, su amigo del alma, “el tano” Víctor De Gennaro le
consiguió trabajo como pintor en los Talleres de Minería del Estado. Juntos
recuperaron ATE, la asociación de trabajadores del estado en 1984. Previamente,
los dos mosqueteros, habían creado la Agrupación Nacional de Unidad y
Solidaridad, militaron en la Juventud Peronista, en la Agrupación Amado Olmos y
en Patria Grande. Participo de La Renovación Peronista dirigida por Antonio
Cafiero que perdió la interna con Carlos Menem. En mayo de 1990, Germán
analizaba aquel período: “Para nosotros la renovación era un punto de comienzo,
era donde nosotros empezábamos a reconstituir la discusión dentro del peronismo,
sin ilegalidad, que al tipo que se paraba en un lugar y quería discutir algo no
iba a ser acusado de zurdo, o no lo iban a delatar por subversivo, o no le iban
a decir “cállate la boca sos un facho”, sino que se iba a generar un ámbito de
discusión. Lo que pasa que muchos compañeros, los de la renovación, lo tomaron
como un punto de llegada, entonces dijeron: modificamos un cachito el bombo,
arreglemos la imagen, le decimos a los sociólogos que hagan discursos, y queda
ahí esto”. Lector de Fanon, Cook, Peron, Lenín y Jauretche, Abdala disfrutaba
con la música de Paco Ibañez, Paco de Lucía, Serrat y los Quilapayun, las
milanesas y el asado hecho por el mismo. Dirigente del Movimiento Renovador
Peronista, apoyó críticamente a Menem hasta los indultos. Integró el grupo de
los ocho, y accedió a una banca de diputado. Decía por entonces: “...Estamos
asistiendo al vaciamiento del contenido transformador del peronismo, porque el
peronismo nunca pudo haber dicho como discurso oficial que los males del país
son los cuarenta años de dirigismo. Nunca se puede hablar con la lógica y con el
pensamiento de quienes lo dominan, porque cuando se empieza hablar con ese
argumento se deja de ser peronista” Como dirigente sindical decía “Si en el
laburo me felicita el jefe, yo digo 'cagué a mis compañeros'. Con dolor
sostenía”. "Nos acusaron de muchas cosas, pero nunca pensé que en un gobierno
peronista me iban a acusar de peronista". Opositor tenaz a la privatización de
Aerolíneas, sostenía con claridad, a principios de los noventa: "Acá la
disyuntiva no es estatizar o privatizar, acá es encontrar un proyecto
político y económico para que este Estado sirva, que es lo que los sectores
liberales no quieren. Un Estado en un país dependiente, que sirve, que cumple su
rol, que planifica, que fiscaliza, que dirige, que da asistencia, ubica al
liberalismo fuera de contexto porque entonces el liberalismo no puede
desarrollar su viejo proceso de acumulación en base a la competencia despiadada,
a la política monopólica”.
Cuando la Argentina en forma mayoritaria en décadas pasadas
fue atrapada por el discurso neoliberal , Germán Abdala a principios de los
noventa sostenía: “Hoy estamos empezando a verbalizar lo que significó el
proceso militar en nuestro país, que aparte de todo lo que fue la persecución y
la ilegalidad, nos rompió las actitudes solidarias. Nos hizo a vos y a mi dudar
de que juntos podíamos hacer algo bueno. En eso tuvieron éxito. Nosotros dudamos
y a veces decimos: “Pará si me puedo salvar yo, espera, espera, está la mano
dura, está difícil esto ¿Para que comprometerme? Mirá que nos fue tan mal antes
como ahora ¿no? Entonces, rompieron las actitudes solidarias en una sociedad.
Ese es el valor más alto que puede generar la humanidad en su evolución. Esto
nos va a costar mucho recomponer. Yo creo que vamos cada día a ir viendo una
sociedad nueva que se va a expresar comunitariamente, que los políticos van a
tener que entender que hay muchas cosas de la politiquería barata que no sirve,
que por eso los chiflan cada vez que van a un lugar o son repudiados. Hay que
volver a hacer creer que la política sirve porque este es tal vez el triunfo más
alto de ellos, o sea de los poderosos, de los que no necesitan de la política
para manejar el poder porque tienen el dinero y tienen las armas. El pueblo
necesita la política para poder ponerle reglas de juego a ellos. Ahora como
lograron desvalorizar la política, entonces hoy la gente está sin herramientas.
Esto es lo que hay que volver a reconstituir en la Argentina.”
El esquema de la historia oficial es falso. Pero siguiendo
sus pautas¿ Quién es el civilizado y quién el bárbaro?
La no política como política
Mauricio Macri y Daniel Scioli son un ejemplo de la notable
evolución de la biología en nuestro país: son gemelos de diferentes padres.
Están gobernando los dos distritos más importantes como escala previa, si les va
bien o no mal, para aspirar en el 2011 a la presidencia. Resultó un ejemplo de
la desvalorización de la política que uno intentara discriminar en la atención
hospitalaria en función del domicilio y el otro le respondiera con el cobro del
destino de la basura capitalina. Si tuvieran una grandeza de la que carecen, se
reunirán ambos con la Ministra de Salud y propondrían una tarea conjunta y
recursos para mejorar la situación hospitalaria de ambos distritos y el destino
y procesamiento de la basura. Sería una de las formas políticas inmejorables
para posicionarse para el 2011. Prefieren en cambio, gestionar sus miserias.
Absurdos (I)
Absurdo era entonces aquello: “Contrario a la razón.
Disparate.” El problema es cuando el disparate pasa a integrar el sentido común
de sectores mayoritarios de la población. Partiendo de una falacia, el absurdo
transita por el disparate y cuando constituye un conjunto de ellos se acerca a
la atrocidad. Los noventa fueron un claro ejemplo y las consecuencias las
padeceremos por décadas.
Mauricio Macri, salvo en el aumento del ABL, tiene el clamor
de la hinchada a su favor.
Que por el momento gritará entusiasmada hasta los goles en
contra. Es más que una zoncera. Es un absurdo. Tal vez Arturo Jauretche
denominaría hoy su Manual de Zonceras, Manual del Absurdo. Un libro de extensión
ilimitada. Que se escribe diariamente.
Hugo Presman