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El esoterismo oculto de Milei: anticipo exclusivo del libro “El Loco”

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El libertario habla con los economistas muertos y dice haber recibido tres visitas de Cristo. Viaje al centro de la derecha mesiánica. Gentileza de revista Noticias.
El libertario habla con los economistas muertos y dice haber recibido tres visitas de Cristo. Viaje al centro de la derecha mesiánica. Gentileza de revista Noticias.

Javier Milei camina con delicadeza, casi en puntas de pie, como una bailarina dando sus primeros pasos en un escenario difícil. Está en su casa en el Abasto, que desde hace un tiempo se convirtió en una zona de riesgo hasta para su propio dueño. Un paso en falso o un descuido lo pueden mandar derecho al hospital. Es eso, de hecho, lo que está a punto de pasar esta noche.

 

Cuando los seis clones de su perro Conan llegaron desde Estados Unidos eran apenas cachorros simpaticones. Él les puso el nombre de sus economistas liberales preferidos: Murray (por Rothbard), Milton (por Friedman), Robert y Lucas (por Robert Lucas), además del reemplazo de Conan. También había un sexto, que falleció al poco tiempo. Los animales clonados son más susceptibles a las enfermedades y tienen menos expectativa de vida, y en el caso de Milei también pueden llegar a tener un desenlace inesperado: sería el cachorro muerto -“el angelito”, lo llama-, junto al Conan original, quienes le abrirían el “canal de luz” que le permitiría “recibir información del Uno”, como le dice él, así en mayúscula.

Los clones llegaron en mayo del 2018. Para el 31 de marzo del 2019, la noche del accidente, estaban cerca de cumplir un año. Lo cierto era que tenía a estos animales gigantescos metidos en un departamento de 100 metros cuadrados, en un edificio en el que vivía mucha más gente. El último manotazo del libertario fue separarlos. Milei temía que se salieran de control o se pelearan entre ellos, y por eso dividió el living en partes iguales para cada perro. Atornilló ganchos en el piso, como las estacas que se usan para las carpas, desde donde ataba a cada uno.
El Loco, Editorial Planeta

Así, los canes se empezaron a mover sólo por el largo que le permitía la correa, que iba atada hasta el gancho. En el medio había dejado un espacio libre, al que no podían llegar, para poder transitar y darles comida. Además del temor a un accidente, los mastines ingleses traían otro problema. La casa se había convertido en un inmenso chiquero, tomada por los animales que hacían sus necesidades, tan grandes como ellos, en su lugar designado en el living.

El 31 de marzo se cumplieron sus temores. Los detalles no son del todo claros. La versión oficial fue que dos de los perros se trenzaron en una furiosa pelea -algo debe haber fallado con su sistema de ganchos- y él, jugándose la vida, se metió en el medio de la trifulca para separar. Pero a sus conocidos les contó otra cosa: que esa noche él estaba yendo por el camino del living por el que podía moverse, pero tropezó y cayó sobre uno de los animales. De cualquier manera, el resultado de ambas historias es el mismo. Uno de los mastines lo atacó y lo mordió feo.

Milei terminó en el hospital. El brazo izquierdo tenía heridas serias y tuvieron que darle unos cuantos puntos de sutura. También ponerle un yeso. Fue una lesión que le demandó varias curaciones y regresos a la clínica para terminar de sanar. Y, dentro de todo, el economista la había sacado barata.

Él ya lo sabía desde antes, pero el incidente terminó de confirmárselo. No podía llevar a nadie a su departamento, entre el peligro de los animales y la suciedad que generaban. Su hogar se empezó a convertir en una fortaleza inexpugnable, a la que nadie podía entrar. Milei tenía que inventar excusas una y otra vez para justificar por qué no podía recibir personas en su hogar. “Es que esto es Kosovo”, decía, y lo presentaba como si fuera un chiste. Pero nadie podía imaginar lo real, lo cruda, que era esa frase. La casa de Milei era Kosovo, y su psiquis también. Se estaba cocinando una tormenta perfecta.

Telepatía animal

 Para el momento del accidente, Conan llevaba muerto casi dos años. El 2017 había sido para él un año tortuoso, imposible, probablemente el peor de su vida. A la par de que empezaba a hacer ruido en los medios y en la calle, lo que le demandaba un grado de exigencia profesional y de estrés novedoso, le había llegado la peor noticia que podrían haberle dado: su “hijito de cuatro patas” tenía una enfermedad degenerativa y había que prepararse para el final. Hay que entender que para Milei el perro no era sólo una mascota, sino que literalmente lo ponía a la par de un hijo, ese que nunca tuvo. Así de grave era esa muerte para él.

La inminente desaparición del can lo enfrentaba, además, con su propia soledad. No tenía novia, su único amigo real era el economista Diego Giacomini, y en ese momento tampoco mantenía relación con sus “progenitores”, como los llamaba. Su hermana Karina y Conan eran casi toda su vida. O toda, como daba a entender en las entrevistas que daba. Si a esta realidad se le suman los años de tormentos y golpes que sufrió en su infancia de parte de sus padres (ver recuadro), lo que le costó siempre conectar con las personas que lo rodeaban, y la importancia total que tenía el perro en su psiquis, el resultado devastador de la muerte de Conan se puede empezar a entender mejor.

Es que fue en este punto donde la estabilidad emocional de Milei, que siempre había estado contra las cuerdas, sufrió un duro golpe. Afrontar la muerte de Conan era, para él, sencillamente imposible.

Es que ante la inminente muerte de Conan, Milei empezó a buscar soluciones fuera de los parámetros tradicionales de la ciencia. Uno fue Gustavo, un brujo al que había conocido por Twitter, que compartía la ideología anarcocapitalista aunque no era un estudioso como él. Acá hay, además, otra prueba de las consecuencias que tuvo para el economista la desaparición del perro. Es que, al principio, en los domingos a la tarde en los que el brujo iba al departamento del Abasto, Milei no terminaba de confiar en el método que traía Gustavo. Este se ofrecía a ser el “intérprete” entre Conan y su dueño, y en oficiar como “protector” del animal, que ya daba signos de una avanzada enfermedad.

Pero en algún momento Milei, por convicción o resignación, dejó de resistirse y abrazó las ideas del brujo. Ahí entró en escena otra persona que cambiaría profundamente las ideas del economista. Era la licenciada Celia Liliana Melamed, muy reconocida en lo suyo, que luego sería también la mentora de Karina. Su ámbito de especialidad es la “comunicación interespecies” o, como a veces acepta traducir a regañadientes, la “telepatía con animales”, aunque ella prefiere presentarse de otra forma: médica veterinaria, maestra de Reiki Usui, practicante de chamanismo, técnica en ciencias psicofísicas y de sanación y coaching con caballos, thetahealig y teoría del “programa de vida”, y con la capacidad de hacer constelaciones familiares, constelaciones familiares con caballos, terapias florales y focusing.

La licenciada de 63 años fue la que terminó de introducir a Milei en el campo de la telepatía animal. Con un poco de esfuerzo hasta se puede imaginar la escena. La licenciada, con sus rulos grises y los ojos cerrados, frente al avejentado Conan en el departamento del Abasto. El hogar, antes de la llegada de los clones, mantenía todavía su formato original. Desde el living sucedía la “comunicación”. Ella se “conectaba” con el mastín inglés y lo “procesaba en palabras” para que su dueño -su padre, en sus términos- pudiera hablar con el perro.

Fue un antes y un después en la vida del libertario. A partir de entonces empezaría a “hablar” con Conan, y Karina, su hermana, terminaría entrenándose con Melamed hasta desarrollar la misma habilidad y ser otra más de sus “alumnas comunicadoras”. A Milei el asunto le fascinó y empezó a recomendárselo a amigos y a conocidos cuando estos tenían algún tema con sus mascotas.

“Te prohíbo contarlo”. Hay algo que no deja de ser impresionante y que revela mucho de lo que sucede por la cabeza del economista. Es que a los que les pasaba el contacto de la licenciada y les decía que se presentasen de parte suya -a algunos hasta les pagaba la primera sesión, a modo de cortesía-, les dejaba también una advertencia tajante. “Te prohíbo contarlo, van a decir que estamos locos”, le ordenó a un amigo famoso con el que sigue en contacto, luego de hablarle maravillas de la telepatía con animales. Es curioso porque es esta la misma lógica por la que nunca reveló en público las tres visitas de Cristo que dice haber recibido. “Yo lo vi, pero sé que si lo cuento van a decir que estoy loco”.

Es difícil entender a fondo cómo se lleva Milei con ese adjetivo. Lo cierto es que lo acompañó a lo largo de toda su vida. En forma del apodo -“el loco”- que le pusieron los compañeros del colegio Cardenal Copello, que no lo podían terminar de entender; en boca de su padre, cuando se quejaba con sus amigos de los comportamientos de su hijo y justificaba con ellos las tremendas palizas que le daba; en boca de su jefe, Eduardo Eurnekian, que decía que era un “loco” cuando lo hacía reír con sus excentricidades; y, finalmente, en sus propios labios, que temblaban ante lo que la sociedad podía llegar a pensar si descubría la verdad.

Quizás sea todo parte de un mismo proceso, el corazón del temor más profundo de Milei: que, como le pasó en su hogar y en la escuela, lo vuelvan a considerar un paria, un raro, una presencia que estorba, alguien a quien no hay que tomar en serio. Que al “loco”, que tuvo que curtirse en años de soledad y falta de amor, lo vuelvan a dejar solo.

Si esto último es cierto es lo que explica el porqué del impacto que tuvo la muerte de Conan. Si el perro y la hermana eran lo que lo separaba a él de la soledad, de ese agujero negro contra el que luchó la vida entera, es perfectamente lógico que hiciera todo lo que estaba a su alcance para impedirlo. Aún si eso suponía contratar a una médium que le hiciera de telepata. Aún si eso suponía mandar al animal a ser clonado a Estados Unidos. Aún si eso suponía mentir en cada charla, en cada entrevista, en cada comentario en las redes sociales, en cada posteo que hacía la cuenta que le creó en Twitter (@conan_milei).

Aún si eso suponía estirar la mentira desde entonces hasta hoy.

El Loco, Editorial Planeta

Reencarnación

El 19 de agosto de 2018 Milei llevó a los clones por primera y última vez a la televisión. Le había prometido a la producción de América ir también con Conan, algo que no sucedió por obvias razones. Para ese momento el mastín ya era una especie de estrella mediática, igual que su dueño. En junio, casi un año después de su muerte, Milei había creado el usuario de Twitter (“el primer libertario en cuatro patas”) que se hacía pasar por el can. El perro causaba sensación en las redes.

En aquel momento el libertario había empezado a salir con la cantante Daniela, la única pareja que se le conoce, un romance que duró poco más de seis meses. La conductora del programa, Pía Shaw, quiso saber si ya le había presentado a Conan. Milei fue esquivo en la respuesta, dijo que todavía no era el momento, y cambió rápido de tema. Es esa una constante del libertario sobre este asunto, una gambeta que a esta altura tiene bien practicada y que le permitió esconder siempre la verdad.

Es que cada vez que le preguntan un dato puntual sobre Conan, sobre su edad, sobre si lo puede llevar tal día a un estudio de televisión, o sobre si se lo puede presentar, Milei intenta ser lo menos preciso posible e intenta desviar la conversación hacia otro lado. Si no lo logra, siempre tiene un arsenal de excusas a mano. Laura di Marco, por ejemplo, fue la única periodista en entrar a su nueva casa, en un country en Benavídez. A ella, en una entrevista para La Nación, le dijo que la ausencia del perro era porque se lo habían llevado a una guardería.

Sin embargo, pensar que Milei miente acerca de la muerte de Conan es ver sólo una parte del asunto. La realidad es aún más compleja. Es que el economista aceptó, después de un proceso largo y tortuoso que lo tuvo sumido en una profunda depresión, que la mascota había fallecido. Incluso hizo un viaje, muy sentido, a una playa famosa de Buenos Aires en la que tiró sus cenizas.

Fue en esta época donde el libertario empezó a explorar nuevos rincones de su cerebro. Sea por el brujo, por Melamed y la telepatía con animales, por el tiempo y la importancia cada vez mayor que le dedicaba Karina al tema -que hoy habla con animales vivos y muertos con la misma facilidad que su mentora-, Milei se fue convenciendo de una realidad alternativa. Es la que dice que Conan no murió, sino que esa fue su desaparición física, y que “reencarnó” en uno de los clones.

Presencias

Todo lo que tiene que ver con Milei y su misticismo sobrenatural es un tema tabú para su entorno, una trama delicada de la que algunos no quieren hablar por pudor, por miedo o por conveniencia política. Pero, llamativamente, no es para nada un secreto.

Para los que están en su espacio es un asunto no sólo del comentario de radiopasillo sino también una parte importante de la estrategia a largo plazo. Hay quienes realmente están convencidos de que el equilibro emocional del libertario no puede aguantar mucho más, y traducen eso en una incógnita electoral: ¿puede haber mileisismo sin Milei? La mayoría de las respuestas son afirmativas. El grueso de los popes de la nueva derecha local, al tanto del fenómeno que sucede en el mundo entero, creen que a Argentina llegó para quedarse esta corriente política y que, con su actual líder o sin él, va a durar al menos una o dos elecciones más. Por eso la gran pregunta es otra. ¿Quién será ese próximo Milei? Algunos la formulan con codicia política en sus ojos.

Para todos los que conocían al libertario de antes de la política y estaban al tanto de sus conversaciones místicas, las dudas son mucho más terrenales. Son personas sin ningún cargo público ni mucho menos, ciudadanos de a pie totalmente desconocidos a los que Milei llamaba amigos hasta hace no tanto. Ellos son, mucho antes que Larreta, Alberto Fernández o cualquiera de sus pares, los que más tiemblan ante el crecimiento del libertario en las encuestas. “Si gana, me tengo que ir del país. Me van a venir a buscar, están todos locos”, dicen en este grupo, un miedo genuino y real por lo que saben y lo que vieron.

Los que también están al tanto de esta realidad son todos los que pisaron la coqueta casa de Benavídez a la que se mudó Milei a fines del 2021, mucho más exclusiva que su departamento en el Abasto. Ahí tiene cuatro mastines, divididos en dos grupos. A cada uno le toca un ambiente de la casa de dos plantas, habitaciones en las que los deja con el equipo de aire acondicionado frío-calor prendido, según la época.

El tema es que la matemática no cierra. En esa casa siempre hay cuatro perros y no cinco, como sumarían entre el Conan clonado y los otros cuatro “nietos”. Más de una vez alguien le preguntó al dueño por esta aritmética extraña y se sorprendió con la respuesta. “Pero si acá están los cinco, no entiendo de qué hablas”, dice Milei. Es una frase que hace juego con una anécdota famosa dentro de La Libertad Avanza. En un acto, de los primeros que hicieron, el economista pidió que le reservasen cinco sillas en la primera fila. Cuando nadie llegaba a ese lugar y el evento estaba por arrancar, el candidato a diputado avisó que era para “los chicos”, que “ya estaban” acomodados en los asientos vacíos.

Es que el diputado cree que los perros lo acompañan a donde va. Y no sólo eso, sino que cada uno lo ayuda en una tarea particular. El nuevo Conan es quien le da ideas sobre la “estrategia general”, Robert es el que le hace “ver el futuro” y aprender “de los errores”, Milton se encarga del “análisis político” y Murray de la economía. No son las únicas presencias que percibe el libertario.

Muertos que hablan

También mantiene diálogos con todos los economistas que inspiraron los nombres de sus perros, y con la filósofa Ayn Rand. Amigos de otra época, colegas profesores y compañeros de ruta en la política tanto en la campaña de Espert como en la actual fueron testigos de cómo Milei “habla” con estos muertos. El economista, incluso en el transcurso de una conversación con una persona, puede quedarse callado o hasta pedir silencio y rematar el incómodo momento con un “sí, hablé recién con Rothbard y me dijo que eso está bien”. Rand y Rotbhard fueron quienes lo encomendaron a meterse en la política, según él mismo contó, en algún momento de ese 2020 tan especial.

Pero era Conan, siempre Conan, el que se lo iba a confirmar. Él se convirtió en el “canal de luz” que, sentado al lado de Dios, le permitió “recibir información del Uno”. Acá fue donde el perro “empujó los límites de lo posible” y lo aventuró “a lo imposible y más allá también”, como escribió en la introducción de uno de sus artículos económicos.

El detalle de la comunicación es poco claro, pero lo que es seguro es que de ese ida y vuelta el economista sacó la idea de “la misión”. Eso fue algo que empezó a comentarle a sus allegados con cada vez mayor insistencia. Según creía, este trabajo divino incluía a varios de ellos. “Vos sos parte de ‘la misión’. El Uno me dijo que tenés que venir conmigo”, les decía a los que quería sumar a su aventura política.

Esa “misión” no era otra cosa que el plan que Dios le había encomendado. Que, como en un texto bíblico, tenía que luchar contra las fuerzas “del Maligno”, como el socialismo. Y que para eso tenía un desafío clave. Tenía que llegar a ser Presidente. Dios y Conan así se lo demandaban.

 
 

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