En un país simplemente normal, alguien como Sergio Massa no podría presentarse siquiera como candidato a portero de un prostíbulo. Sin embargo, por alguna de esas múltiples razones que convierten a la Argentina en un ejemplo nefasto para el mundo, no es tan descartable como debiera la probabilidad de que se transforme en el próximo presidente. Y ello habla muy mal de nosotros, ya que hubiéramos debido aprender, y mucho, de las experiencias generadas por el peronismo siempre mutante.
Sin embargo, sigue teniendo un núcleo duro de votantes, que padece del síndrome de Estocolmo, entre los más perjudicados por su fracasada gestión, en especial en el Conurbano bonaerense. Allí, por múltiples razones históricas, políticas y delictivas, el Estado ha abandonado a los ciudadanos: no hay luz, agua corriente, educación, seguridad, salud, vivienda, e impera el narcotráfico y la violencia. Que un tipo que ha llevado la inflación al 140% anual y el dólar a $ 525 aún tenga el apoyo de los gerentes de la pobreza, de la CGT y del trotskismo llama la atención del mundo entero. Hoy la Argentina, en manos de estos canallas desde hace más de veinte años, se encuentra 6° entre los países más miserables del globo.
Es innegable que las salvajes peleas a cielo abierto de la oposición coadyuvan a sostener las esperanzas de Unión por la Patria. Por ello, me permitiré formular una propuesta a los dos contendientes dentro de Juntos por el Cambio que anuncien que, de triunfar en las PASO, ofrecerán al perdedor un cargo importante en su futuro gobierno: ¿la Jefatura de Gabinete a Horacio Rodríguez Larreta?, ¿el Ministerio de Seguridad y Defensa a Patricia Bullrich? Con eso, las dudas sobre el comportamiento de los votantes de cada uno en las generales de octubre se disiparían rápidamente y la imagen de verdadera unidad se vería solidificada.
Más allá de las permanentes contradicciones y contorsiones que exhibe el Aceitoso sin pudor, cabe recordar tres recientes hitos de su tradición de inveterado mentiroso: 1) dijo que China había enviado una carta al Directorio del FMI para apurarlo a cerrar el acuerdo con la Argentina, y fue desmentido hasta por la Directora General, Kristalina Georgieva; 2) dijo que el gasoducto Kirchner se había construido pese a la oposición del FMI, pero rápidamente se conocieron los documentos que demuestran que el organismo recomendó priorizar esa obra para mejorar la situación de las reservas monetarias; y 3) dijo que economistas de Juntos por el Cambio habían reclamado al FMI no ayudar a nuestro país hasta después de las elecciones; no sólo fue una flagrante falsedad, probada por su negativa a dar nombres, sino que permitió recordar (https://tinyurl.com/bdhrv4cw) que el peronismo, oficialmente, intentó perjudicar al gobierno de Mauricio Macri.
Los empresarios “expertos en operar en mercados regulados”, con la permanente vocación por cazar en el zoológico y pescar en la bañadera, siguen apoyándolo, sobre todo con mucho dinero pero también operando en la prensa en su favor. Están convencidos de la prosperidad que lloverá sobre ellos si consigue ganar las elecciones, al continuar el saqueo de la mano de licitaciones amañadas, de permisos de importación digitados y vendidos, de protecciones inicuas y de corrupción generalizada.
Nuestros padres y nosotros mismos, que ya somos mayores, en general abdicamos de nuestro rol político de clase dirigente, al cual estábamos destinados por educación y por herencia, ese papel que sí asumió responsablemente la generación del 80 haciendo grande al país, y entregamos la administración de nuestro bien más preciado (la Patria) a cafres de todos los colores; obviamente, a nadie podemos echar la culpa de lo sucedido y la historia nos imputará por haber permitido, sin reaccionar, la fatal y terminal decadencia de la Argentina.
El país dejó de soñar, entonces, con ser una Nación y se conformó con ser un mero consorcio, en el que no obedecemos el reglamento de copropiedad ni sus reglas de convivencia (la Constitución), que establecen cuándo debemos sacar la basura, por dónde pueden circular las mascotas o los horarios prohibidos para los ruidos molestos y, por supuesto, no respetamos los derechos de los otros copropietarios (los ciudadanos), entre otros, a circular libremente. El día en que se generalizó el lema “sálvese quien pueda” y se internalizó la pregunta “¿dónde está la mía?”, nos condenamos a la insignificancia y, en último término, a la inviabilidad.
Hoy el mundo, que en razón de la prepotencia asesina de Vladimir Putin (prohibió la circulación de buques graneleros en el Mar Negro) se encuentra nuevamente al borde de una monumental hambruna, no puede permitirse por mucho tiempo más que los incompetentes y egoístas argentinos terminemos de arruinar un territorio tan despoblado, con capacidad para alimentar a 500 millones de personas, feraz en recursos naturales de todo tipo, en agua dulce y en energías renovables. En la medida en que nuestro país no se hundirá en el mar, resulta imaginable que su superficie actual sea desmembrada y repartida entre los países vecinos y entre las potencias globales que, aún con las dificultades derivadas de la presencia de 47 millones de incorregibles argentinos (¿por qué no pagarnos para que nos vayamos?), administren eficientemente sus enormes potencialidades.