UN ENIGMATICO VALLE
El
Valle de los Reyes, en Egipto, es un lugar atrayente. No sólo por los enigmas
que aún permanecen en sus entrañas, sino porque aquí se produjo uno de los
hechos más significativos de la egiptología: el descubrimiento de la
tumba del faraón Tutankamón.
TUT-ANK-AMMON (IMAGEN VIVIENTE DE AMMON)
El gobierno de Egipto es una monarquía teocrática hereditaria.
Los reyes son llamados faraones y reciben honores cuasi divinos. Se los
considera hijos del sol.
Amenhotep IV (“Atón está satisfecho”; en su quinto año de reinado,
cambia su nombre original por Ajenatón (“el espíritu glorioso de Atón)”),
sucesor de Amenhotep III, decide romper con la tradición religiosa,
introduciendo una nueva religión monoteísta. Funda una nueva ciudad:
Ajetatón ( “el horizonte de Atón”), situada en el Egipto Medio (hoy,
Amarna oTell el Amarna). Esta sería la capital administrativa y religiosa de
Egipto, remplazando a las tradicionales Menfis y Tebas.
Al morir asume su yerno Tutankatón o Tut-anj-Atón (“Imagen viva de Atón”)
como faraón de la Dinastía XVIII.
Como su suegro, también cambia su nombre por Tutankamón (“Imagen viva de
Amón”).
Vuelve a trasladar la capital a Tebas. Reestablece la antigua religión.
A los 9 años se casa con la princesa Ankhes-en-pa-Amón.
Su reinado es breve pero próspero.
Muere a los 18 años.
Hoy, su momia se encuentra en su lugar original, en el Valle de los Reyes,
conocida como KV-62.
MUERTE EN EL VALLE DE LOS FARAONES
Aún
hoy, no se sabe con exactitud la causa de la muerte del mítico faraón:
Para Rosa Pujol, coordinadora de la sección del Rincón del Escriba del
excelente sitio web AMIGOS DE LA EGIPTOLOGÍA: “Tampoco se sabe a
ciencia cierta cómo murió el faraón. No existen pruebas de heridas violentas,
a pesar de las aventuradas teorías que a veces se han expuesto, y se siguen
exponiendo, y que, incluso, aseguran que fue asesinado. Hasta que aparezcan
pruebas concluyentes debemos pensar que el rey murió de forma inesperada, quizás
a causa de un accidente o enfermedad. El tamaño de su tumba, demasiado pequeña
y sin la estructura adecuada para el ritual necesario en las tumbas reales, nos
da pie a pensar que murió de modo prematuro, y que, por lo tanto, su auténtica
tumba no estaba terminada.”
Por su lado, en la revista digital de Favio Zerpa “EL QUINTO HOMBRE”,
Guillermo Daniel Giménez, en su artículo “HACE 80 AÑOS ATRÁS....
DESCUBRÍAN KV62 - LA TUMBA DEL FARAÓN TUTANKAMÓN”, dice sobre esta
muerte: “Estudios ‘post-mortem’ demostraron la existencia de un fuerte
golpe en la cabeza, pero -en 1996- estudios de la Universidad de Long
Island revelarían que el golpe producido se realizó estando en posición
horizontal sobre algún elemento duro, pero una vez muerto. El examen forense
reveló que podría haber muerto envenenado, como considera también quien esto
escribe (...) No hay dudas de que su muerte no fue en forma natural, y así
encontramos diversas inscripciones que lo confirman, como en una hallada en un
pedestal de una estatua del General Horemheb, su gran enemigo y próximo Faraón
egipcio, quizá haya sido él su asesino. La leyenda dice: ‘...hermanos
egipcios, nunca olviden que ... han matado a nuestro Rey Tutankamón ...’
(...) Contratados por Discovery Channel, dos investigadores de Estados
Unidos, Greg Cooper (Jefe de Policía) y Mike King (Fiscal) iniciaron la
reconstrucción e investigación del caso. Ellos determinaron que Tutankamón
sufrió una muerte violenta y fue por asesinato”.
EL DESCUBRIDOR: HOWARD CARTER
Por varios siglos, el Valle de los Faraones es visitado por arqueólogos,
curiosos, saqueadores y maleantes. Sin
embargo, ni los primeros, ni los restantes logran descubrir la tumba del joven
faraón Tutankamon.
El arqueólogo Howard Carter trabaja para el gobierno de Egipto como Inspector
General del Departamento de Antigüedades. Su pasión es la exploración y
conservación de los tesoros ocultos en las tumbas reales.
Como no cuenta con capital propio, él mismo retoma las excavaciones practicadas
por aquellos arqueólogos que se retiran sin descubrir nada. Ocasionalmente es
ayudado por estudiantes, discípulos y algún que otro obrero.
EL QUE BUSCA ENCUENTRA
El 26 Noviembre de 1922, en el Valle de los Reyes, situado en las cercanías
de Luxor (Alto Egipto) el arqueólogo
Howard Carter y lord Carnavon, arqueólogo aficionado que dona
el dinero para operación de rescate, abren una compuerta y descubren que sólo dieciséis escalones los separan de la
antecámara de la tumba de Tutankamón (1.400 a 1.300 A.C)
Los
tesoros que reposan allí tienen un valor incalculable: piedras preciosas,
muebles de oro sólido, vasos bellísimos, mantos reales, un trono real de oro y
un gran número de objetos de enorme interés arqueológico (estatuillas
de granito, madera, cuarzo, cerámica y alabastros; instrumentos agrícolas,
brazaletes de oro, collares de oro).
El 3 de febrero de 1924, abren la puerta de la última cámara. Ven estupefactos
la tumba del Faraón: un ataúd granítico de casi diez pies de largo. Contiene
tres ataúdes más pequeños que se encastran unos con otros. Los dos exteriores
son de madera con incrustaciones de oro y piedras preciosas. El tercero, de oro,
encierra los restos momificados de Tutankamon. Una máscara de oro sólido,
decorada con el buitre y la cobra evocando el Alto y Bajo Egipto, cubre el
rostro imitando sus rasgos aniñados.
Escribe Howard Carter en su diario el 26 de noviembre de 1922: “Hice
un pequeño hueco en la esquina superior del muro, preguntándome qué me
esperaba más allá. ¿Una tumba?, ¿Una cámara real?. Pedí velas y alumbrando
a duras penas, miré a través del orificio. Lord Carnarvon, Lady Evelyn y
Callender esperaban ansiosos. Sentí como el aire caliente bañaba mi cara; mis
ojos tardaron en acostumbrarse a la penumbra. ¿Ves algo?, me preguntó Lord
Carnarvon. Yo, que me había quedado sin palabras al observar un desorden de
objetos tan extraordinarios como hermosos, le respondí: Sí , y es
maravilloso”.
Las riquezas encontradas hacen que Carter opte por mantener vigilado el lugar.
El tesoro es muy tentador.
El 23 de febrero de 1923, son veinte personas (hay quien dice que fueron
veintiséis) las que esperan ingresar a la cámara: lord Carnarvon y su hija;
Howard Carter; el ministro de Obras Públicas de Egipto; el Director General de
Administración de Antigüedades; Sir William Garstin; Sir Charles Trust; la señora
Lythgoe; el arqueólogo norteamericano Henry Breasted; el secretario de Carter;
monsieur Engelbach, inspector general de la Administración de Antigüedades;
tres inspectores egipcios de la misma Administración; un representante de la
prensa oficial y los obreros de excavación.
Los objetos, así como la momia del propio Tutankamón se trasladan al Museo
de El Cairo. La delicada labor dura diez años.
COMIENZA LA LEYENDA
Se comenta que entre los egipcios del lugar circula una leyenda: todo aquel que
viole la tumba del faraón Tutankamón encontrará la muerte por su osadía.
Supuestamente dicha “maldición” se basa en una creencia existente
entre los viejos habitantes de la tierra del Nilo sobre la venganza del dios Ka
(el espíritu de los muertos) que amenaza a todo mortal que ose profanar y
penetrar en las sagradas tumbas de los faraones.
Según algunas publicaciones amarillas, traspasaron la primera entrada de la
antecámara mortuoria y se encontraron con una segunda puerta con una inscripción
en la piedra que dice: “Transportada por sus ágiles alas, la muerte
sorprenderá a cualquiera que se acerque a la tumba del Faraón”.
LA MALDICIÓN LLAMA AL NEGOCIO
Ni los diccionarios
ahorran tinta a la hora de fijar posiciones sobre la supuesta maldición.
La ENCICLOPEDIA UNIVERSAL SOPENA (1968) dice: “Acerca de la tumba del faraón
se han forjado las más peregrinas leyendas, entre ellas la de que nadie podría
llegar a ella sin sentir la cólera del faraón y aun perecer por el
atrevimiento que tal profanación suponía. Sin embargo, aun cuando esto no sea
verdaderamente cierto, los trabajos de exploración hubieron de ser suspendidos
por haber enfermado y fallecido lord Carnarvon, según parece, a causa de la
picadura de una mosca, aunque también se atribuyó su muerte al hecho de haber
respirado las emanaciones acumuladas en la tumba después de tantos años de
enterrado allí el faraón”.
Algunos incidentes lamentables de quienes participan en el descubrimiento y
“profanación” de la tumba hacen que los diarios de la época saquen su
tajada. A esta campaña se suman el médico y espiritista
Sir Arthur Conan Doyle, creador de la famosa dupla detectivesca de ficción
Sherlock Holmes y el Dr. Watson , y el egiptólogo Arthur Wiegall, quien publica
algunos ensayos apoyando la teoría de la maldición.
COMIENZA LA MALDICIÓN
El pájaro canta hasta morir
Carter
posee un canario con el cual su equipo se encariña. Creen que el "pajarito
de oro" trae buena fortuna. Pero algunos días antes de la apertura de la
tumba, se acaba la suerte del plumífero: una cobra se desliza en su jaula y se
lo traga.
Comienza el mito de la venganza: la cobra, símbolo de la realeza, toma su
primera víctima.
George Edward Molyneus Herbert (Lord Carnavon)...y su perra
Se comenta que
Carnarvon, en el momento de salir de la antecámara mortuoria, gritó: “Creo
que algo me ha picado”.
Una semana después, al afeitarse se corta sobre la herida.
Dos días más tarde, comenzó a sentirse mal. Su salud se agrava tanto que es
trasladado a El Cairo. Una grave infección le ataca la garganta, el oído
interno y el pulmón derecho.
Es tratado con suero. Se detiene la patología. Sin embargo, el 27 de marzo la
infección se extiende por ambos pulmones. La enfermedad aumenta. A las 2 de la
madrugada del 5 de abril sufre un paro cardíaco y muere. Tiene 57 años.
Según una versión, inmediatamente, se corta la energía en El Cairo. Según
otra, la capital egipcia queda sin luz cuando la enfermera que lo cuidó durante
su convalecencia da la mala noticia de su muerte a la familia de Carnarvon, en
el hotel Continental Savoy.
En el momento del deceso , Suan o
Susie, su perra fox-terrier, comienza a aullar en Inglaterra y muere en brazos
del mayordomo.
Los terapeutas egipcios e ingleses que atendieron al aristócrata inglés
atribuyen su muerte a la picadura infectada de un insecto. Para los
profesionales, las altas temperaturas de Egipto y la falta de higiene del
campamento en el Valle de los Reyes se combinaron para provocar una septicemia.
La versión amarillista, sostiene que la muerte es causada por la
picadura de “un extraño mosquito, sumamente venenoso”, que le
produce fiebres mortales.
Aumenta el mito cuando al quitarse -muy posteriormente- las vendas a la momia,
se descubre que el faraón tiene una marca en el mismo sector de la herida de
Carnarvon.
Un egiptólogo
afirma haber “descifrado la inscripción que había sobre la entrada en la
tumba”. Esta supuestamente dice: “La muerte vendrá con alas ligeras
sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba”. Lo cierto es que la
famosa inscripción jamás pudo ser constatada ya que los trabajadores de Carter
destruyeron la pared que la poseía.
Carter se accidenta...pero no muere
Paralelamente a estos hechos, Carter sufre un gravísimo accidente mientras
trabajaba que le produce secuelas permanentes.
Arthur Mace
El más cercano ayudante de Carter, Arthur
Mace, sigue la misma suerte de los Carnarvon.
Es el acompañante que, con una barra de hierro, rompe los últimos restos del
sello que separan al mundo exterior de la Cámara Real.
Aunque no entra con la selecta comitiva, ingresa con mayor comodidad más tarde.
Comienza a quejarse de una sensación de fatiga y de un fuerte dolor en el
pecho: pierde el conocimiento y muere.
Se comenta que los médicos se encontraron imposibilitados de dar una explicación
científica a la muerte súbita.
Existe otra versión: Arthur C. Mace, arqueólogo del Metropolitan Museum
de New York y ayudante de Carter en el momento de abrir la cámara sepulcral,
“sabía” de la extraña tragedia que se estaba cerniendo sobre sus colegas y
quiso escapar del trágico destino de la maldición. Abandona su trabajo en
Egipto y se embarca rumbo a los Estados Unidos. La muerte lo atrapa, en plena
travesía, en medio del Atlántico.
Archibald Douglas Reíd
Sir Douglas Reíd, el radiologista que toma las radiografías de la momia en la
tumba, cae repentinamente enfermo de cansancio y agotamiento. Regresa a Suiza,
su país natal. Fallece en 1924 “sin causa conocida”.
La secretria o el secretario de Carter y su padre
La secretaria de Carter, Bethel, fallece de un ataque al corazón.
Cuando su padre se entera
(se dice que también había estado en la tumba) muere al
lanzarse de un séptimo piso.
Una versión similar -pero con sexo cambiado- sostiene que en noviembre
de 1929, Richar Bethell, secretario de Carter en la época del descubrimiento de
la tumba, pierde la vida en circunstancias extrañas en el Bath Club. Se habría
acostado sano y amaneció muerto. La prensa amarilla dirá: “sin
poderse diagnosticar la causa de su muerte”.
En esta versión su padre, lor Westbury, de 78 años, quien no estuvo nunca
en la tumba, pero poseía una pequeña colección de antigüedades egipcias, se
suicida el 21 de febrero de 1930. Como en la otra versión, es presa de un
ataque de locura y se arrojó por la ventana del séptimo piso de su
departamento de Londres: muere en el acto.
Un amigo de Carter
Muere en un hotel de El cairo un profesor canadiense, amigo de Carter. Se cuenta
que habría estado en la tumba.
Un ayudante
Un sujeto que ayudó al doctor Derry en la autopsia del faraón muere poco después,
de un ataque al corazón.
Sin embargo, Derry, principal ejecutor de la autopsia, sobrevive hasta pasados
los ochenta años.
George Jay Gould
Este magnate estadounidense de los ferrocarriles, mecenas y filántropo de las
investigaciones arqueológicas, quiso examinar personalmente la tumba. Según
los amarillistas, perece de una neumonía, dos días después de haber
visitado la tumba.
Joel Woolf
Es un industrial sudafricano
que intenta demostrar que no le teme a la “maldición” y entra a la tumba.
Regresa a Londres. Enferma en el barco y muere sin llegar a destino.
Alí Kemel Fhamy
El príncipe egipcio Alí Kemel Fhamy, visita
la tumba. Luego, es asesinado de un tiro por su mujer en el Hotel Savoy de
Londres.
Georges Benedite
El egiptólogo francés Georges Benedite sufre una caída mortal después de
visitar la tumba.
Arthur Weigall
El egiptólogo Arthur Weigall
es otra las pretendidas víctimas.
Lady Elizabeth Carnavon
En febrero de 1929, expira lady Elizabeth Carnarvon, la mujer del descubridor.
Al igual que su marido “muere a consecuencia de un insecto desconocido”.
Louis K. Siggnis
En 1934, al dramaturgo Louis K. Siggnis se le ocurre escribir la primera obra
teatral sobre los misteriosos hechos ocurridos en torno al descubrimiento de
Tutankamón. Lanza la hipótesis de la “maldición”.
Escribió la obra y acto seguido “se convirtió en otra víctima más”.
Profesor Breasted
En 1935, el profesor Breasted,
fundador del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago y uno de los que
hicieron pericias en la tumba, “también murió de forma totalmente
inexplicable, como los demás.”
Ezze-din Taha
El doctor Ezze-din Taha, de la Universidad de El Cairo, descubre que algunos
arqueólogos y personas que trabajan con restos antiguos suelen tener
infecciones en la vías respiratorias causadas por diversos hongos.
En 1962, en una conferencia, advierte que la maldición podría tener su
génesis en estos peligrosos hongos.
Al salir, toma su coche. En la carretera de El Cairo a Suez choca frontalmente
contra otro automóvil.
La autopsia muestra que su deceso se debe a un fallo cardiaco que ocurre algunos
segundos antes de la colisión.
Mohammed Ibrahim
En la década de 1960, ciertos acontecimientos perpetúan la maldición de
Tutankamón que vuelve a ser titular en los periódicos.
El egipcio Mohammed
Ibrahim, director del Museo de El Cairo, intenta impedir que varias
reliquias halladas en la tumba viajen a París.
Sufre una serie de pesadillas que anuncian su muerte si deja salir las valiosas
piezas de su país. El gobierno le obliga a aprobar el traslado. Firma el
documento. Sale de su oficina y al cruzar la calle es atropellado por un
camión. Fenece en el acto.
Gamal ed-Din Mehrez
En 1972, el nuevo director del Departamento de Antigüedades, Gamal ed-Din
Mehrez, sucesor de Ibrahim, afirma no creer en la maldición: “Fíjese en mí,
toda la vida he estado trabajando con tumbas y momias. Seguramente soy la mejor
prueba de que todo son coincidencias”
Muere la noche posterior al control del embalaje de los objetos destinados a la
exposición que se iba a celebrar en Londres.
Richard Adamson
Richard Adamson, único
sobreviviente de la expedición de Carter y Carnarvon, declara durante un
reportaje que "la maldición de la momia" no era sino "superchería
barata".
Su esposa muere al día siguiente, dando pie a toda clase de especulaciones.
Posteriormente, vuelve a negar la existencia de una maldición. Su hijo padece
un grave accidente y sufre fractura de columna.
El arqueólogo no volverá a tocar el tema.
Los pilotos
Los miembros de la tripulación del avión que efectúa el traslado de las
piezas, autorizado por Mohammed Ibrahim, a la capital británica son
alcanzados por la maldición.
En 1976, el teniente Rick Laurie muere de un infarto. Su esposa se vuelve loca.
Atribuye el deceso a la maldición.
Dos años después, el ingeniero de vuelo, Ken Parkinson, sufre seis infartos.
El oficial Ian Lansdown se burla de la maldición dando una patada al cofre que
contiene la máscara. Luego, se fractura esa
pierna al romperse una escalera de hierro. Su curación se complica.
Vuelve a caminar a los seis meses.
Brian Rounsfall se burla junto con Lansdown de la maldición. Juega a las cartas
sobre la caja que contenía el sarcófago. Sufre dos infartos al año siguiente.
Finalmente, la vivienda del teniente Jim Webb se incendia mientras piloteaba el
avión hacia Londres.
Ian McShane
El protagonista, Ian McShane, cae con su automóvil por un acantilado el primer
día de grabación fracturándose la pierna en varias partes.
El equipo de la BBC
En 1992, un equipo de la BBC de Londres filma un documental en la tumba. La
grabación es interrumpida varias veces porque las luces se quemaban y los
fusibles saltaban una y otra vez.
De regreso al hotel dos de los integrantes casi mueren cuando el ascensor en el
que viajaban cae desde el piso 21.
Otros componentes del equipo sufren lesiones oculares debido a una tormenta de
arena.
PUNTO DE VISTA MÁGICO
En la revista digital de Favio Zerpa, “EL QUINTO HOMBRE”, el doctor Cándido
del Prado, en su artículo “LA MALDICIÓN DE TUTANKAMON” expresa: “En
este punto de la discusión queremos
introducir nuestra propia reflexión. El hecho de que muchas personas (como
fue alegado) que directamente intervinieron en la profanación, aparentemente
resultaran indemnes a la maldición, no prueba nada, porque puede suceder lo que
en una epidemia infecciosa, en las cuales caen enfermas aquellas personas que
por su constitución física son víctimas propicias. Negar la maldición,
porque no todos los que estaban fueron afectados, sería lo mismo que desconocer
la efectividad contagiosa de un virus, porque no todos lo contraen en un mismo
epidémico. Por ejemplo, y para analizar a fondo la cuestión, limitémonos a
los dos más activos protagonistas, lord Carnarvon y Carter. El primero
muere cuatro meses después, y Carter vive durante diecisiete años más (aunque
su final fue triste y doloroso). Creemos que la causa reside en diferencias
culturales entre ambos, que determinan el grado de receptividad a cierto tipo de
influencias mágicas. Carter fue un hombre formado en el trabajo. Aunque
entusiasmado con la egiptología, poseía, sin escuela académica, una formación
científica práctica, sin concesiones idealistas e imaginativas. Toda su vida
había hecho lo mismo y sabía lo que hacía y lo hacía a conciencia,
sin planteamientos ideológicos o morales. Para él la tumba de un faraón no
contenía otras cosas que una momia, inapreciables tesoros artísticos e históricos
y eventualmente mucho oro. Jamás se detuvo a pensar que todo aquello material y
tangible que contiene una tumba, podía estar envuelto por el manto invisible de
una fuerza espiritual que se podía agredir en la profanación. Carnarvon no.
Mucho antes de dedicarse a la arqueología como afición y para dar motivación
a su ocio de hombre rico, había incursionado por muchos años en el
espiritismo y por lo tanto sabía muy bien sobre la real existencia de las antagónicas
fuerzas espirituales. Carnarvon tenía una responsabilidad derivada de su
conocimiento que determinaba una receptividad, para bien o para mal, hacia lo mágico.
Esto es cierto y está probado que Carnarvon era miembro de la Alianza
Espiritista de Londres, recibía la revista
“OCCULT REVIEW”, de la cual era suscriptor, y organizaba sesiones
mediúmnicas en su casa”.
EL “SECRETO DEL ARQUEÓLOGO”
El único superviviente del grupo es Carter.
Según manifestó el propio arqueólogo, “jugando” con la prensa amarilla: “en las cámaras sepulcrales de los
faraones se hallan pequeñas figuritas mágicas que representan a Osiris y
tienen por finalidad ahuyentar al dios Ka en cualquier forma que se presente”.
Los medios de difusión aceptaron la chanza. Era necesario dar carne
fresca a los lectores ávidos de sensacionalismo.
Por entonces podían leerse textos de este tenor: “Eso lo sabía Carter, y
al parecer el arqueólogo se apoderó de una de esas estatuillas representativas
de las deidades con fines protectores personales, gracias a ello pudo salvar su
vida”.
Dijo el propio Carter sobre la maldición: “Toda persona sana de espíritu
no puede sino negar y despreciar esta clase de inconvenientes”.
HACIA LA RACIONALIDAD
Los racionalistas sostienen que el contexto en que ocurrieron las muertes es
bien diferente del que se cuenta.
Según algunas versiones el origen de dicha leyenda no ocurrió en la tumba faraónica
sino en la mente paranoica del novelista Marie Corelli, quien 15 días antes de
la muerte de lord Carnarvon manifestó: “Toda intrusión imprudente en la tumba
sellada será seguida por las más terrible de los encantamientos”.
Esas palabras estuvieron en boca de todos. Cuando murió lord Carnarvon el público
prefirió ignorar que el caballero inglés no gozaba de una constitución
robusta, y que sus peregrinaciones anuales a Egipto las había emprendido por
razones de distracción y para mejorar su salud.
Al lector medio le resultaba más emocionante suponer que la muerte fue
consecuencia de la maldición.
Las estadísticas realizadas en 1934, por el egiptólogo estadounidense Herbert
E. Winlock, ofrecen una visión diferente. De las 26 personas presentes en el
momento de la apertura de la tumba, observa
que seis murieron en el curso de los 10 años siguientes. En cuanto a las 22 que
asistieron a la apertura de la cámara funeraria, sólo 2 murieron. De las 10
personas presentes al quitar el vendaje de la momia ninguna fue víctima de la
maldición en esos 10 años que siguieron.
El mismo Carter murió en 1939, a los 64 años.
Harry Burton, el fotógrafo de la expedición, murió en 1940, a los 60 años.
Lady Evelyn Herbert, nacida en 1901 y una de las primeras personas que
penetraron en la tumba, vivió hasta 1980.
Algunos de los que participaron muy de cerca en el descubrimiento sobrevivieron
a la maldición y murieron a una edad avanzada:
Percy E. Newbwrry, amigo y mentor de Carter; Arthur H. Gardiner, quien
estudió las inscripciones de la tumba; el doctor D.E. Derry, quien llevó a
cabo la autopsia de la momia del faraón.
Recientemente, Zahi Hawass, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades
de Egipto, anunció que, en corto tiempo, arqueólogos
y otros investigadores comenzarán a examinar tumbas aún no excavadas en busca
de sustancias nocivas, como gases o gérmenes que se hayan desarrollado a través
de los siglos entre los restos humanos momificados.
Expresó: "Queremos demostrar científicamente que cuando los
egipcios inscribían una maldición en la tumba de un faraón, en realidad no
estaban insinuando que dañarían a alguien que hoy la abriera". Confirmó
que él mismo participó en excavaciones y en una de ellas encontró una
sentencia que decía: “Si alguien toca mi tumba, será devorado por un
cocodrilo, un hipopótamo y un león”. Agregó
que una vez se golpeó y cayó inconsciente en una antigua tumba egipcia. Al
despertar dijo “a la gente que si algo me hubiese ocurrido pensaría que fue
la maldición de los faraones. Pero fue sólo un accidente”.
Investigadores de la universidad australiana de Monach publicaron en la revista
BRITISH MEDICAL JOURNAL un estudio retrospectivo donde analizaron a 44 personas
ligadas a la apertura de la tumba de Tutankamón. De ellas, 25 estuvieron
potencialmente expuestas a la maldición entre febrero de 1923 y noviembre de
1926. Observaron que la edad promedio de sus muertes era de 70 años. Esto
permitió concluir científicamente que no existía ninguna relación entre
el maleficio y la sobrevida de los visitantes.
El 20 de diciembre de 2002, en el
sitio web “BBC MUNDO. COM” se
publica el artículo “ACABÓ
LA MALDICIÓN DE TUTANKAMÓN”:
“La
leyenda sobre la maldición de Tuntakamón no tiene ninguna base científica. Al
menos eso es lo que asegura el arqueólogo australiano Mark Nelson, quien se
dedicó a estudiar minuciosamente los hechos que originaron este mito sobre el
faraón egipcio. Según cuenta la leyenda, la maldición recayó sobre todos los
que estuvieron presentes en la apertura de la tumba del faraón egipcio en el
Valle de los Reyes, cerca de Luxor, Egipto, en febrero
de 1923. Se cree que el mito se originó cuando el patrocinador de la
expedición, Lord Carnarvon, murió ese mismo año por la picadura de un
mosquito. Como consecuencia de ese incidente, Carnarvon desarrolló una
enfermedad conocida como erysipelas, que le produjo neumonía y septicemia. Además,
para reforzar el carácter sobrenatural de la leyenda, su perro -al que le
quedaban tres patas- emitió un largo aullido en el instante en que su maestro
pasó a mejor vida, para luego caer muerto él también (...) Nelson,
investigador de la Universidad de Monash, Australia, se dedicó a estudiar la
historia personal de todos los que estuvieron presentes al abrirse la tumba. El
evento fue presenciado por 25 personas, mientras que otras 19 del mismo equipo
se encontraban en Egipto, aunque no en la zona donde se ubica la tumba, en el
preciso momento en que ésta fue abierta.
Nelson encontró que los las personas sujetas a la maldición vivieron menos años
que el otro grupo, pero que, de todos modos, alcanzaron en su mayoría los 70 años.
’Había muchos personajes interesantes en la excavación de 1920 y creo que
esto sumado a las circunstancias particulares de la expedición, contribuyó a
mantener el mito vivo. Pero no encontré ninguna prueba científica que lo
justifique’, concluyó el investigador”.
Expresa Rosa Pujol :” De
forma deliberada evitó dar demasiada importancia al asunto de la maldición,
puesto que personalmente creo que no hay nada de cierto en ello. Sólo unas
cuantas casualidades, y las ansias de misterio y romanticismo de la época del
descubrimiento dieron pie a esta leyenda. La mayoría de los componentes de la
expedición murieron muchos años después. El mismo Carter murió 17 años
después del descubrimiento, con 65 años. La muerte fulminante de Lord
Carnarvon está más que explicada. En aquel entonces, cuando aún no había
antibióticos, la picadura de un mosquito que se infectara podía acabar con la
vida de una persona. Al igual que la gente moría de apendicitis, y no se
buscaba ninguna maldición para dar explicación a este hecho. Sí es cierto que
en las tumbas existen textos avisando a los posibles saqueadores de los
tremendos castigos divinos que caerán sobre ellos si violan la paz de los
sepulcros, al igual que hay fórmulas para animar a las gentes futuras a hacer
ofrendas por el ka del difunto. Pero de ahí a que cualquiera de ellas funcione,
va un trecho muy largo. Hablando científicamente, no podemos dar credibilidad a
la teoría de la maldición. Y la paradoja final. Hemos hablado de un faraón
ignorado, que ni siquiera aparecía en algunas listas reales, cuyo reinado duró
apenas nueve años, que murió de manera prematura y que, según parece, fue
enterrado con demasiado apresuramiento en una tumba que no reunía los
requisitos para albergar a un rey. Pues bien, la paradoja es que, si bien se le
enterró con prisa, su exhumación se realizó con toda la paciencia y cuidado
que el más importante de los reyes hubiera merecido. Diez años de minucioso
trabajo hicieron que los tesoros contenidos en la tumba de Tutankhamon lucieran
en todo su esplendor, asombrando al mundo entero. Y por ello, le cabe el honor
de seguir reposando en su tumba nº 62 del Valle de los Reyes, en el mismo lugar
donde lo depositaron los sacerdotes para aguardar la inmortalidad. Ahora, ya la
ha conseguido”.
CONCLUSIÓN
Si a pesar de lo expuesto sigue el lector con reservas y tiene ganas de visitar
la tumba de Tutankamón se le recomienda tener mucho cuidado...y llevar un buen
repelente de insectos.
Nestor Genta