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LOS DIOSES YA SE LLEVAN A GONZALO ROJAS AL OLIMPO

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    Gonzalo Rojas, poeta del sur de Chile al alba, es un incansable depredador de la muerte, y la pone en su sitio: en la sala de espera de la poesía. La parca le sonríe, inefable amigo, le dice, cargada en su máscara el glamour de su despedida, y Gonzalo Rojas, discípulo totalitario de la vida, espera, espera, que no es olvido, sino militancia con la poesía, la vida en una palabra. Y así ha seguido jugando estos últimos cinco años con la inmortalidad Gonzalo Rojas, irreverente soldado de una palabra que crece en la eroticidad del verbo, y él, pequeño monarca cavado en lo hondo de las minas de Lebu, le rinde pleitesía sólo a la poesía.
    Qué los dioses, que ya se llevan a Gonzalo Rojas al Olimpo, me perdonen esta feliz coincidencia de consonancias y resonancias, que es su propia poesía, la que vuela a ras de suelo, cruza los océanos y se hace raíz en el horizonte de la palabra, como si la ausencia creciera a sus espaldas, se esfumara en el paladar del mineral de sus días.
    Hoy,  el poeta está en su mediodía, sol abierto en la noche de Chile, a sus  86 años cumplidos ha dejado atrás la historia, vas en pleno vuelo, como si los años cayeran en saco roto, este joven huidobriano, sartriano, vallejiano, nerudiano, rokhiano, mistraliano, quevediano, heraclitiano, clitoriano, chilenísimo en la tradición, en la esencia y decencia, y amante a tiempo completo de la palabra y la carne, del oficio de la impureza de la pregunta, minero del ombligo, audaz buzo de la palabra en una definición, que lo retrata en la plenitud de sus miserias y grandeza.
    Rojas, con una obra profunda en el cauce de los mejores ríos chilenos, le ha dado un nuevo aire, impulso a la poesía chilena en la tradición poética del siglo XX, de la ya reconocida lírica nuestra, pero definitivamente se ha montado en el caballete de la gran poesía universal, con su callado silencio sureño, al ser laureado con el Cervantes  hace unos días. Un premio, sin duda, que no debiera ser para mancos, le viene bien a su poética Contra la muerte, y que por mucho tiempo fue contravía en el destino del gran silencio.
    Rojas fue el poeta y Nicanor Parra el antipoeta que cosechó la fama por su gran poesía también. Entre los dos surgieron odiosas, purulentas rencillas, con poemas dedicados con sangre y el filoso filo de la ironía en tiempos de guerra. Polémica en la tradición de Chile. Les sobraba tinta en el verbo a ambos poetas. El tiempo sabio de los años los reconcilió. Parra estuvo al borde de obtener el Cervantes este año, viejo candidato a ese lauro y también al Nobel. Ironizó algo, me parece, Rojas, sobre Nicanor, “que merece todos los premios”. Son dos cuerdas diferentes, pero de un mismo árbol de la soga, que no va a la casa del ahorcado de la poesía chilena, sino que permiten el alpinismo poético de la larga y angosta faja loca de tierra.
    Ha vuelto la mirada al Sur de la poesía, al confín de la palabra, origen, vida y muerte, en el renacer absoluto del verbo, con este vuelo de Cóndor de Gonzalo Rojas, que planea en España.
    Casi todos los acuciosos críticos de la obra de Rojas tienen a bien calificarla de poco prolífica, como si la poesía se pesara y midiera como una larga tira de  salchichas. Gonzalo rojas lo que ha hecho a través de esta larga maratón poética de su vida, es acumular puntos, verso a verso, e ir montándose en la rueda de la poesía a sus ritmos, dueño de sus silencios, afonías, de su oficio y de sus vicios. Porque en Rojas hay un exceso de ambos,  bajo el paraguas de una palabra a veces asfixiante, ligera,  atropellada, marcada  por su insaciable apetito de encontrar la única, a la verdadera. Se inició en 1948 con Miseria del Hombre, y ha mantenido un ejercicio de alpinista, contra un reloj que ha manejado a sus tiempos.
   Los resultados están a la vista:  ha recibido numerosos premios internacionales entre los que se cuentan, el Premio Sociedad de Escritores de Chile por "Poesía Inédita" 1946, Reina Sofía de poesía de España (1992), Octavio Paz de México y José Hernández de Argentina, además del Premio Nacional de Literatura de Chile en 1992. Además su obra ha sido traducida al francés, inglés, alemán e italiano, entre otros idiomas. Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo 1998, el Premio Nacional de Literatura de Chile 1992 y el Premio Reina Sofía de Poesía
Ha editado diversos libros a lo largo de su vida, como Contra la muerte (1964), Oscuro (1977), Transtierro (1979), Del relámpago (1981), 50 poemas (1982), El alumbrado (1986), Materia de testamento (1988), Desocupado lector (1990), Río turbio (1996) y dos recopilaciones: Antología de aire (1991) y Poesía selecta (1997).
    Una obra lo suficientemente compacta, en nuestra opinión, no ripiosa, esencial, trabajada en la lucidez del silencio, en el exilio, siempre en la búsqueda del verbo, en la alquimia final de la palabra, muy cerca del vientre materno del abecedario personal.
    Lo cierto es con el Cervantes,  (a)  Gonzalo Rojas, sube un peldaño más la poética chilena en el habla castellana, lo que no es poco decir.

Rolando Gabrielli

 

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