Atomizado desde los tiempos de Alberto Fernández, en una estado de desorientación que se profundizó tras morder el polvo de la derrota electoral, el peronismo busca resurgir de sus propias cenizas, salir del aturdimiento y reconstruir un liderazgo que ordene en una estructura vertical a las distintas tribus del peronismo.
Además de buscar un liderazgo único que convoque transversalmente a las distintas comarcas en que se fragmenta el mapa del PJ, el peronismo necesita una estrategia que le permita sacar la cabeza ante una sociedad que empezó a sufrir los embates del ajuste liberal.
Frente a esta encrucijada, hay dos caminos que se bifurcan. Uno es esperar que el tiempo pase y que sea la sociedad la que, al sentir sobre su lomo el rigor del sacrificio que propone el Gobierno, salga a la calle a exigir respuestas. De acuerdo a esta primera perspectiva, la política no debe anteponerse a los tiempos de la sociedad, ni ofrecerse como vanguardia iluminada que marque el camino.
La desilusión que produjo el Gobierno de Alberto Fernández es muy reciente y la gente sigue mirando con desconfianza a la dirigencia peronista. Por el contrario, la imagen de Javier Milei sigue gozando de buena salud, según marcan la mayoría de las encuestas. Eso es lo que están mirando, por ejemplo, el cristinismo y el massismo, proclives a un manejo de los tiempos más cauteloso y calculador.
El líder del Frente Patria Grande y del Movimiento de Trabajadores Excluidos, Juan Grabois, enmarcó este comportamiento especulador desde una suerte de teoría del “periscopio”.
En una entrevista reciente, el líder piquetero amigo del Papa habló despectivamente de quienes analizan la política como si estuvieran en un submarino “en el fondo del mar” y cada tanto se asoman a la superficie por la mirilla de un “periscopio” para ver cómo está la realidad, especulando con el momento para salir de debajo del agua para actuar.
La mirada que sostiene Grabois, referente de un sector del peronismo de izquierda, es que no se puede esperar a que el tejido social se desintegre para ponerse en la línea de combate, porque para ese momento ya no va a quedar país al cual defender.
Efectivamente, el establishment del peronismo se encuentra replegado y adormilado, dejándole la calle a la izquierda y a los movimientos sociales, algunos de los cuales efectivamente tienen tradición peronista pero no son orgánicos al PJ.
Este partido, que suele nombrarse como la columna vertebral del movimiento nacional y popular (el cual desborda ampliamente la estructura de los partidos), se encuentra encerrado en discusiones internistas. Le preocupa, por ejemplo, que Alberto Fernández deje de ser prontamente el presidente partidario y en su lugar asuma una conducción de transición.
Mientras ese debate se desarrolla y promete dilatarse durante meses, la política de la “motosierra” y la “licuadora” arrasa con las condiciones de vida de la gente, al menos en el corto plazo, sin todavía poder recortarse en el horizonte los “brotes verdes” del modelo de libre mercado.
El otro tema a resolver tiene que ver con la repatriación o no de actores que hace tiempo rompieron lanzas con el PJ. Algunos de ellos participaron de experiencias políticas diametralmente opuestas a la esencia peronista como es el caso de Miguel Pichetto, ex candidato a vicepresidente de Mauricio Macri y dador voluntario de gobernabilidad a Javier Milei desde la Cámara de Diputados.
En esta bolsa aparecen otros nombres como el cordobés Martín Llaryora y el salteño Juan Manuel Urtubey.
La dispersión y el inédito horizontalismo en el que está sumergido el peronismo, con pases de factura que se multiplican semana a semana, no puede ocultar el hecho de que hay algunas figuras que destacan por sobre el resto.
La más nítida es la del gobernador bonaerense, Axel Kicillof, quien por ahora en el plano discursivo se muestra como el rival más aguerrido a Milei. Al presidente también le sirve confrontar con el ex ministro de Economía y lo sube al ring.
Un grupo de gobernadores y de dirigentes de la provincia de Buenos Aires ven en Kicillof la esperanza para la reconstrucción del peronismo y del movimiento nacional. Lo promueven para dirigir el PJ nacional. Pero al gobernador no le interesa la vida partidaria y ni siquiera siendo gobernador quiso entrometerse en el PJ bonaerense, donde por ahora manda Máximo Kirchner.
En La Cámpora conviven varias líneas, pero en general predomina la desconfianza hacia Kicillof. En el fondo se juega una suerte de competencia de egos y Máximo Kirchner siempre receló al mandatario por el hecho de ser el predilecto de su madre, Cristina Kirchner.
Las rencillas siempre quedaron encapsuladas mientras la vicepresidenta conservaba el liderazgo en el kirchnerismo. Pero la abdicación de la vicepresidenta a seguir ejerciendo cargos adelantó la guerra por la sucesión.
En esta pulseada, uno que saltó de un barco a otro al oler que el poder se desplazaba hacia otro polo interno dentro del dispositivo K fue Andrés “Cuervo” Larroque, ex secretario general de La Cámpora. De fiel ladero de Máximo Kirchner a ministro de Kicillof y coordinador nacional del espacio “La Patria es el Otro”.
Otro que se despegó de La Cámpora abiertamente es Jorge Ferraresi. El intendente de Avellaneda no solamente puso en palabras su alejamiento de la agrupación ultrakirchnerista sino que lo refrendó en hechos al renunciar a la vicepresidencia del Instituto Patria, el think tank de Cristina Kirchner.
“Esa construcción que va por otro lado (por La Cámpora) seguramente en el año 25 nos va a encontrar en lugares distintos, no nos va a encontrar en los mismos lugares, entonces para qué vamos a perder tiempo. Ya tenemos que empezar a construir”, lanzó días atrás.
“Axel no tiene un solo diputado ni un senador provincial. Es gobernador. Es imposible”, se quejó quien se ofrece como armador del kicillofismo en la provincia de Buenos Aires para el 2025.