“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada…”.
Este es el párrafo inicial de la obra de Dickens “Historia de dos ciudades”. Se desarrolla hacia fines del siglo XVIII, en la época de la Revolución Francesa. Una es Londres, donde reina la paz y el orden, mientras que la otra es París, signada por el caos y la agitación. Pues si Dickens viviera hoy en Argentina, escribiría “Historia de dos países”, porque eso es lo que está sucediendo. A 100 días de asumir, tener en cuenta una sola fotografía de la aprobación del gobierno de Milei es engañosa por varias razones. Primero, porque la sociedad está claramente dividida en dos polos con referencias geográficas concretas: el AMBA desaprueba y el resto del país aprueba. Por lo tanto, depende en qué lado del río tomamos la temperatura, los resultados serán bien distintos. La Argentina se ha metido en una nueva grieta, fenómeno que tiende a ser bastante normal en la política contemporánea.
En segundo lugar, es engañosa porque hay una serie de matices que aconsejan ser prudentes. Por ejemplo, si en vez de consultar por la tradicional opción de “aprueba – desaprueba”, se pide a los entrevistados que califiquen la gestión de muy buena / buena a mala / muy mala, pasando por el regular, casi uno de cada cuatro se ubica en esta última tesitura. Pero hay una tercera cuestión que vuelve a los números un poco más cercanos al espejismo: ¿De qué está compuesta la aprobación al gobierno? ¿Cualitativamente en qué consiste? La respuesta es: más expectativa que adhesión concreta y/o ideológica. Algo así como el mundialista “elijo creer”.
Esa suma de datos a 100 días de la asunción es lo que desemboca en que la mitad aprueba y la mitad de desaprueba, y así sucede con distintos indicadores de opinión pública. Es una sociedad partida, que no va establecer un fallo definitivo ni mayoritario hasta que pase por lo menos mitad de año y la tendencia de las variables económicas queden más claras. En este punto cada uno elegirá ver el vaso medio lleno o medio vacío. Los primeros dicen que, con el descomunal ajuste que está haciendo el gobierno, bastante bien está con la mitad que aprueba. Esto tiene una explicación lógica en los antecedentes de los estudios realizados durante 2023: la mayoría creía que la crisis que recibiría el nuevo mandatario sería muy grave, que los problemas vienen de largo, que eso iba a obligar a tomar medidas antipáticas y que los resultados tardarían mucho tiempo en verse. Lo dijimos en más de una oportunidad en esta columna: ese era el mejor combo para amortiguar el impacto negativo de un severo plan de ajuste y alargar el período de prueba.
Hay dos temas que venimos analizando sistemáticamente desde que “jamoncito” asumió, que se han convertido en tema de conversación de la ciudadanía, y ambos molestan a la mayoría, aún para aquellos que aprueban su gestión y tienen expectativas positivas. Uno es el nivel de confrontación, ya que los modos preocupan respecto a que las mejores intenciones queden atrapadas en el fango de la virulencia verbal. En este sentido, hasta los propios le piden más diálogo y consenso para sacar adelante las leyes que necesita. La segunda cuestión es la pasión del presidente por las redes sociales. Se advierte que no es adecuado para la responsabilidad que implica el mando presidencial: o sea, no estaría mostrando concentración en la tarea principal. No vamos a hacerle perder al lector/a su precioso tiempo comentando el posteo con la foto de Milei / Napoleón. Siempre señalamos que ambos aspectos pueden derretir el mejor capital político cuando el viento corra en contra. Remember: ya le pasó a Macri con el perro Balcarce sentado en el sillón presidencial.
La confrontación, la sobredosis de uso de las redes sociales, los múltiples conflictos internacionales sin justificativo político o las definiciones políticas innecesarias (los puntos de disidencia con el Papa) llevan a una pregunta que muchos observadores se hacen justificadamente: todo eso ¿le sirve o no lo sirve a “Sinley” para incrementar su capital simbólico? Tomemos solo un caso relevante y muy reciente: el video oficial sobre el 24 de marzo. Primero, la mayoría no lo vio o no se enteró de su existencia. Segundo, el tema no despertó mayor interés, ni espontáneo, ni inducido. Tercero, es un tema complejo y de difícil digestión, en donde aún el segmento más allegado cree que “una cosa no quita la otra”: por ejemplo, si no fueron 30.000, no por eso deja de ser un espanto lo que sucedió (según falló la justicia).
Aunque la industria automotriz esté en crisis, la recesión sienta con fuerza y se pudiese agravar vía despidos en el Estado, el mundo bursátil está de fiesta porque a) hay muy buenos negocios financieros para hacer (con los dólares planchados), b) miran el rumbo, c) admiran el coraje, y d) hacen proyecciones muy positivas sobre la economía real en el corto plazo. No les preocupa lo que pase en el Congreso y ven a la calle bastante tranquila. Con todo eso en la mano, el riesgo país se estableció por debajo de los 1500 puntos y la inflación de marzo podría no superar el 15 %, gracias a que la carne no subió mucho, y contando además con la ayuda del freno a incrementos tarifarios (a propósito). Lo más probable es que el gobierno festeje de nuevo un gol.
Frente al ajustazo del león, el FMI “corrió por izquierda” al Gobierno advirtiéndole sobre “la calidad del ajuste”. Dicho en criollo, le va corriendo el arco para bajarle las expectativas de fondos frescos que ilusionan al presidente para levantar el cepo (que para él sería como ganar una primera copa). El problema es que en Washington le temen a un nuevo “cuento del tío” versionado por algún funcionario argentino.