El actual gobierno de La Libertad Avanza es de signo anarcocapitalista, la expresión más extrema del liberalismo. Su tendencia ideológica promueve un orden económico de corte capitalista y un Estado mínimo, presumiblemente antiburocrático, es afecto a la desregularización impositiva y a la eliminación de toda protección estatal al sector privado. Combate el déficit fiscal con uñas y dientes y persigue el superávit gemelo como una panacea.
Su costado más fundamentalista rechaza con tesón la Justicia Social, y persigue a los “guerreros” que la sustentan hasta en los Estados Unidos en los campus universitarios. El objetivo principal va contra las izquierdas, el progresismo y las expresiones populistas, enemigos públicos de la extrema derecha.
El anarcocapitalismo constituye una secta que se dispersa lentamente sobre unas pocas naciones, razonablemente hartas de los ensayos del comunismo y su amplia gama de izquierdas en el mundo. Se trata de los nuevos liberales, mucho más prepotentes, irrespetuosos y desafiantes que los tradicionales, que siguen las estrafalarias ideas de su mentor Steve Bannon, un estratega político y ejecutivo de medios que manejó la primera campaña electoral de Donald Trump y luego se engolosinó con la posibilidad de crear “nuevas” derechas.
Bannon es un nacionalista irlandés que vive en los Estados Unidos donde se enriqueció y olvidó sus orígenes de clase baja trabajadora de sus padres. Piensa así: “si quieres hacer cambios profundos en la sociedad, primero tienes que dividirla”. Nada nuevo para los argentinos, después de 20 años de kirchnerismo embotado en la grieta más perversa promovida por los izquierdistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
En la pandilla anarcocapitalista destacan el lenguaje soez, el desparpajo, el maltrato y la ordinariez de sus dirigentes para revestir el perfil derechista, idéntico en Trump, Jair Bolsonaro (Brasil), Viktor Orbán (Hungría) y Javier Milei (Argentina). El agravio a sus opositores siempre suena desmedido y sin duda despreciativo, en especial cuando necesitan resaltar que son los únicos capaces de salvar a su país y, si es posible, al mundo. Rimbombantes, vociferan su capacidad “única” para resolver los problemas con las medidas “más grandes de la humanidad”, porque cuando ellos llegan comienza lo más espectacular.
Condenar las formas, en estos casos, es oportuno porque hacen al fondo cuando terminan degollando a la política. En el cuerpo de ideas de los “outsiders” flamea la libertad, con o sin carajo, como si fuera de su exclusividad. Un vil robo político que se destartala apenas se les cae el velo y rezongan en contra de la libertad de expresión y de los medios de comunicación. También cuando cruje la inequidad entre propietarios y usuarios en la prestación de servicios (prepagas), contratos de alquiler, salarios y precios en general. Los acuerdos entre ambas partes siguen siendo desiguales: más favorables para los dueños y menos para los inquilinos, los trabajadores y los consumidores.
El vapuleo a la Justicia Social comenzó en la campaña presidencial del 2023 por parte del anarcopitalismo, dispuesto a provocar de entrada. El kirchnerismo ya había pisoteado esa bandera durante 20 años, dejando como saldo más de un 50% de pobreza, y un tendal de robos al Estado. Ni felicidad ni riqueza para “el pueblo argentino”, sino puras carencias en salarios, trabajo registrado, vivienda y nada de futuro.
Atrás quedó aquella Justicia Social, madre de la igualdad social y de las oportunidades para todos los habitantes. Lejos quedó el Estado de Bienestar y la posibilidad de crecer personalmente con estudio y trabajo, se perdieron los sueños de felicidad y una vida justa. En el camino quedaron las sanas costumbres de la solidaridad, el sentido de comunidad, la costumbre de producir y crecer en conjunto, como una nación pujante.
Sobre ese lecho de cenizas pisoteó “un outsider”, para vilipendiar un concepto sagrado para la humanidad. Javier Milei, el 13 de agosto de 2023, calificó en un discurso como una “atrocidad, el enunciado de que donde hay una necesidad hay un derecho, cuya máxima expresión es la aberración (sic) de la justicia social, que es injusta, porque encierra un trato desigual frente a la ley”. Nunca aclaró a qué se refería y hoy mismo no se sabe por qué es injusta ni cómo es que encierra un trato desigual frente a la ley.
Los argentinos se caracterizaron por luchar a favor de la libertad, la igualdad y la justicia social durante más de 80 años. El argumento de Milei vino de otro liberal, Thomas Sowell, quien a su vez citó al liberal Milton Friedman. «Una sociedad que antepone la igualdad –en el sentido de la igualdad de resultados– a la libertad, acabará sin igualdad ni libertad».
Hay otras miradas menos forzadas que las libertarias por el afán individualista que las anima. La Justicia Social es tan necesaria ahora como lo fue cuando nació, aún cuando un anarcocapitalista trate de bajarle el precio. Ese concepto no es solamente peronista, como varios creen, está extendido en el mundo y en otros signos políticos.
La Justicia Social no es la causa del “robo de los impuestos que todos pagamos”, tampoco la causa de la existencia de un Estado elefantiásico, y no reclama que los ricos le den a los pobres para alcanzar la justa distribución de la riqueza. La Justicia Social bien concebida y aplicada solo quiere respeto a la igualdad frente a los derechos sociales y legales, igualdad de oportunidades para quienes nacieron con “desventajas inmerecidas” y en ámbitos desfavorables, igualdad de posibilidades para educarse a conciencia de forma gratuita, y gozar de la atención pública gratuita de la salud porque ése es el sello fundamental de la Argentina. La Justicia Social siempre quiso que todos los argentinos disfrutaran del trabajo registrado, de las vacaciones anuales, el aguinaldo dos veces al año como resarcimiento por su aporte a la producción y a los servicios, y de la jubilación honrosa que haga más fácil los últimos años de vida de los que trabajaron toda su vida.
En suma, de lo que se trata es de que los argentinos tengan “igualdad en los resultados” de su gestión vital para que la justicia social tenga sentido. La justicia social en sí misma no es injusta, como dicen los libertarios, la desvirtúan los intereses personales de los políticos y las visiones egoístas de los ideólogos.
Es verdad que los seres humanos no son iguales en cuanto a las características personales, pero deben serlo frente a los derechos dentro de una sociedad solidaria y equitativa que vela por todos sus integrantes. Cualquier desviación debe leerse como exclusión social.
En ese marco, la Justicia Social reclama que el Estado cumpla con una función rectora de las normas de convivencia y acepte la libertad de los ciudadanos, pero que al mismo tiempo tenga presencia en los conflictos y abusos más relevantes para restablecer el equilibrio en la sociedad. Ese Estado debe adquirir la dimensión que la sociedad argentina necesita, su tamaño no puede ser el de las ideas libertarias o del populismo. Ni muy muy, ni tan tan.
Es sabido que los libertarios deploran esta visión pues no les gusta eliminar las “desigualdades”, particularmente en materia de precios, salarios, y aunque suene extraño, de diversidad. En esto último son prácticamente anacrónicos.
La discusión al respecto es larga, aunque básicamente se asienta en ciertos ejes ante los que la sociedad argentina está madura: gozar de la libertad personal, luchar por la igualdad en todas sus formas, reconocer el poder devastador de las desigualdades, profesar el respeto a la diversidad de pensamiento y a los derechos adquiridos. Todo está incluido en el concepto de Justicia Social.