Sin lugar a dudas, el acontecimiento de la semana fue el debate entre Kamala Harris y Donald Trump, que concitó justificadamente la atención masiva en todos los países, toda vez que dentro de sólo 51 días se dirimirá quién gobernará la primera potencia global y, con ello, diseñará la geopolítica mundial de los próximos cuatro años. Estuvieron seguramente muy atentos los gobiernos de Taiwan y Filipinas, de Israel e Irán, de Ucrania y Rusia, de Venezuela y Cuba, de China y de Corea del Norte, la OTAN, la Comunidad Europea, la ONU y los hutíes que controlan la entrada al Mar Rojo, o sea, aquéllos inmersos en conflictos bélicos o políticos de alta o baja intensidad.
Seguramente por el desconcierto que causó en la campaña republicana el cambio de contendiente tras la renuncia de Joe Biden a buscar la reelección, en general la prensa norteamericana adjudicó a la actual Vicepresidente la victoria, pero señalando el alto nivel de desconocimiento que aún la afecta, y por ello puso en duda que el evento haya servido para marcar un quiebre en una carrera que está prácticamente empatada, con una sociedad que sufre una virulenta grieta, similar a la de tantos otros países, como Brasil, España y, por supuesto, nuestra Argentina.
En los Estados Unidos, donde el voto no es obligatorio y hay que anotarse previamente para ejercer ese derecho, los ciudadanos de cada Estado eligen representantes al Colegio Electoral. Hay sólo dos partidos políticos importantes (Republicano y Demócrata) y el que gana en un Estado, se lleva todos los delegados atribuidos al mismo; la cantidad que corresponde a cada uno de ellos no está vinculada a su población o a su PBI.
Ese Colegio está integrado por 435 representantes estaduales más 3 por la capital, Washington DC, y 100 senadores; o sea, suma 538 delegados y, para hacerse con la Presidencia del país, un candidato debe reunir un mínimo de 270 voluntades. En caso de empate, la Cámara de Representantes (Diputados) elegirá al Presidente y el Senado al Vicepresidente. Como ya dije, creo que se repetirá este 4 de noviembre el resultado de 2016, cuando Hillary Clinton obtuvo casi tres millones de votos más que Trump pero éste mayor cantidad de delegados electorales y ganó la Presidencia.
El otro episodio relevante fue el asilo político que concedió , a tono con el generalizado respaldo de la Comunidad Europea, el Congreso español –no el gobierno de Pedro Sánchez- a Edmundo González Urrutia, a quien reconoce como Presidente electo de Venezuela, a pesar del masivo fraude que perpetró el tirano Nicolás Maduro para perpetuarse, mientras continúa secuestrando, torturando y asesinando a la población civil, y más de ocho millones de ciudadanos han debido emigrar; hay ya un proceso en marcha, en la Corte Penal Internacional, contra él y muchos de sus cómplices, todos socios y aliados de Néstor y Cristina Kirchner, por la comisión masiva de delitos de lesa humanidad.
En su país, el fuerte liderazgo de María Corina Machado, una verdadera heroína, mantiene unida a la oposición y sus seguidores superan el miedo y siguen saliendo a la calle a manifestar su descontento, tanto contra ese fraude cuanto por la terrible situación económica que atraviesa Venezuela, otrora inmensamente rica, después de veinticinco años de chavismo saqueador en el poder. Nada que sorprenda a los argentinos, que vivimos un proceso similar durante dieciséis años de populismo ladrón.
Volviendo a nuestro cotidiano peregrinar, felicito a Javier Milei por haberse recibido de político. Su negociación tan positiva con algunos miembros de la oposición le permitió blindar su veto a la irresponsable modificación el régimen jubilatorio, una ley sancionada por el H° Aguantadero sin explicar de dónde surgirían los fondos necesarios para atenderla. Los mismos que aplaudieron hasta que les sangraron las manos los disparates previsionales de Cristina Fernández (la confiscación de las AFJP y la incorporación al sistema, ya quebrado por la informalidad del 50% de nuestra economía, de varios millones de jubilados que no habían efectuado los aportes necesarios) ahora se disfrazaron de generosos reyes magos sólo para hacer pagar al Gobierno un enorme costo político.
Las críticas a los diputados del radicalismo que, cambiando su postura, permitieron al Gobierno ese logro me parecen injustificadas. Las bancas legislativas no pertenecen a los partidos sino que quienes las ocupan son elegidos por aquéllos a quienes deben representar, aunque las famosas listas-sábana (a punto de extinguirse, para bien de la República) hayan degradado ese rol constitucional. Estas negociaciones, como las que ahora lleva adelante Milei, son absolutamente normales en los países civilizados, en especial en aquéllos que utilizan sistemas parlamentarios como los europeos.
La misma conducta falsamente progresista se repitió con el aumento, que será vetado por el Presidente, de la financiación de las universidades, esa enorme caja que beneficia a la UCR en la UBA y al kirchnerismo en las decenas inauguradas, sin razón alguna, en todo el país, sobre todo en el Conurbano bonaerense, la mayoría de las cuales carece de real nivel académico. El colmo de esa puerca política fue el absurdo reconocimiento, con la asignación de monumentales fondos públicos para solventarla, a la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo que, en tantos años de funcionamiento, no logró graduar ni siquiera a un centenar de alumnos.