Las malas lenguas dicen que Javier Milei es loco, pero de vez en cuando la afirmación es matizada con la variante, “se hace el loco”, aunque, como es bien sabido, los que ceden a la tentación de hacerse los locos son un poco locos.
Nada para escandalizarse. Guillermo Brown y Lucio Mansilla se habían ganado la fama de locos, para no mencionar a Sarmiento a quien directamente su condición de loco era el apodo preferido de sus enemigos y en más de una ocasión de sus amigos. Sarmiento claro está era medio loco, pero era algo más que un “loco”. Ese “algo más”, Milei, usted aún no lo ha demostrado.
De Winston Churchill más de una vez se dijo que no tenía todas las tuercas bien ajustadas y algo parecido en la actualidad se dice de Donald Trump, aunque como se podrá apreciar, sus desequilibrios emocionales no le han impedido ejercer el poder con relativa eficacia de lo que deduce que a la hora de las reflexiones políticas la condición de “loco” de un gobernante es apenas un detalle pintoresco, porque locos o cuerdos a la hora del balance serán evaluados no por su salud psíquica sino por los resultados.
De todas maneras, corresponde advertir que una cosa son los detalles que adornan la personalidad de un político y otra diferente son las percepciones que la sociedad elabora de sus locos de turno. En lo que a mí respecta, desconfío del dicho popular que en estos días circula como sabio aforismo y que sostiene que a este país solo lo salva un loco. Arribar a esa conclusión no es un buen síntoma.
Una sociedad desencantada de todo, sin ilusiones ni esperanzas, puede pronunciar esa frase irresponsable que no tiene nada de original ya que algo parecido dijeron los alemanes en 1933. Una advertencia importa: Milei no es nazi, la Argentina de 2024 no tiene nada que ver con la Alemania de 1933, pero ciertos comportamientos colectivos, cierto nihilismo desencajado suele estar presente en las sociedades en determinadas coyunturas. Milei no es loco, pero muchos argentinos, incluso muchos de los que lo votaron, están persuadidos que de este pantano solo nos saca un loco. Digo a continuación que una sociedad que mayoritariamente se inclina por este tipo de soluciones merece ser estudiada.
Decía que a los gobiernos se los juzga por los resultados, previo ponernos de acuerdo qué entendemos por resultados o qué entendemos cuando decimos “a este gobierno le va a ir bien”. ¿Bien para quiénes? ¿Mal para quiénes? Ahora bien, los resultados se conocen después de finalizar el mandato o, según se mire, luego de la correspondiente evaluación histórica, es decir, después de que transcurrieron los años y el pasado más o menos puede ser evaluado.
Mientras tanto, en las democracias representativas los gobernantes son juzgados en el día a día y nadie se asombra que los que ayer fueron considerados un ejemplo de virtudes, mañana sean evaluados exactamente al revés, porque nada hay más volátil en la sociedades de consumo que la opinión pública, una verdad que todo gobernante en sus horas de gloria no debería olvidar, porque a esos buenos gobernantes los que los pone a prueba no son los mimos de una coyuntura favorable, sino los rigores de tiempos difíciles, cuando la barca reclama de un piloto de pulso firme, que sabe lo que hay que hacer y cómo hacerlo.
Milei está pasando por un buen momento político y él mismo se encarga de recordarnos a todos que es algo así como un elegido por los dioses. De la fortuna o de los amores del pueblo, como de las rachas de buena suerte en el casino o en una mesa de póker, lo que más se sabe es que no son eternos.
Hasta Perón, que gozó del apoyo de amplias mayorías populares, y hasta tuvo el acierto de morirse cuando los tiempos acechaban con los colmillos desnudos, sabía de las inconstancias de los amores populares y esa sabiduría le permitía actuar en consecuencia. Un presidente prudente debe saber que sus peores enemigos, tal vez los más letales, no son sus opositores sino sus alcahuetes y sabandijas. La sabiduría tanguera se ha cansado de advertir acerca de los aduladores o de aquellos amigos que bailotean alrededor del poder no importa el nombre del titular de ese poder.
Como contrapartida a la vanidad, a la euforia, está la mesura y la prudencia. La mesura y la prudencia que no por casualidad son insumos que constituyen la personalidad de un demócrata republicano. En estos temas ni siquiera hace falta ser presidente de la nación para saber qué corresponde o qué conviene hacer con el ego que nos acecha a cada uno de nosotros. El más elemental sentido común me aconseja que yo no puedo andar por la vida a los gritos y diciéndole a la gente que soy el más lindo, el más inteligente y el más sabio del mundo. En todo caso, esas virtudes me las deben reconocer los otros, pero nunca yo, porque cuando esto ocurre no solo que quien así se comporta se equivoca, sino que además corre el riesgo de caer en el ridículo.
Hablando de locos, les recuerdo que los manicomios, las colonias psiquiátricas están llenas de personajes que se creen Napoleón, Maradona, Einstein o Brad Pitt. Si el destino me brindara la posibilidad de asesorar a Milei, le diría con la mayor discreción del mundo que no sea tan eufórico para proclamar sus virtudes y que maneje con más prudencia la relación con su ego. Y así como un médico le aconseja a un paciente que baje los niveles de azúcar en la sangre, yo le aconsejaría al presidente que controle su autoestima o, por lo menos, que la disimule.
Insisto una vez más que calificar a Milei de fascista es poco serio, pero al mismo tiempo le advertiría a Milei y, en particular, a sus seguidores, que no se empeñen en probar que estoy equivocado. ¿Importa recordarle a Milei, Carina o Salvador que tolerar o consentir desde el poder la formación de brigadas especiales o bandas armadas, es un privilegio de los extremismos de derecha o de izquierda? Imaginemos una secuencia: el Gordo Dan proclama que están decidido a armarse, acto seguido los Esteche, los Guillermo Moreno o D`Elía de turno le toman la palabra y empiezan los preparativos para hacer lo que hace rato tienen ganas de hacer. A los amigos de la historia les recuerdo que así empezó la jodita en España en 1932, por lo que para 1936 todos los partidos de izquierda y de derecha disponían de sus respectivos Gordos Dan. Es verdad que la España de 1936 tiene poco y nada que ver con la Argentina de 2024, pero también es verdad que con algo se empieza.
En este caso, es el oficialismo el que habla de guardias pretorianas, aunque después para calmar los ánimos el propio Gordo Dan dijo que las armas a las que se refería eran los celulares. Gordito encantador y mentiroso. Hasta me dan ganas de creerte, entre otras cosas porque si la temperatura llegara a subir a noventa grados, vos serías el primero en esconderte debajo de la cama, porque en estos temas a mí no me cabe ninguna duda de que sos más inofensivo que un osito de peluche. Humorada al margen, no olvidar que estos renacuajos de “Las fuerzas del cielo” son compadres y herederos de “Los copitos” y de los energúmenos de Revolución Federal a los que algunos miembros de la familia Caputo conocen muy bien
Conclusión señor presidente: no jodamos, o, como diría Julio Argentino Roca que algo sabía de estos menesteres, no digamos cosas irreparables cuyas consecuencias después se nos escapan de la mano. Aprenda de Menem, ya que lo pondera tanto, que sincero o no jamás recurrió al agravio o al insulto. No ofenda a políticos que en algún momento los puede necesitar. Si es liberal como dice, respete la libertad de disentir, admita que el adversario alguna porción de verdad dispone, acepte que lo puedan criticar. Si es liberal, admita que el lenguaje siempre importa. Le recomiendo una autora, Benedetta Craveri. Y un libro: “La conversación”. Allí verá que el mundo que gestaba los tiempos de la ilustración y el iluminismo incluía también un lenguaje, un modo de conversar entre iguales, una lucidez para relacionarse con las palabras, con el humor, con la razón, con la ironía.
Para los alaridos, gruñidos, rugidos y otras exaltaciones espirituales está la ley de la selva. El liberalismo vino al mundo para hacer lo opuesto. Sea coherente. Si dice estar a favor de la paz respire un lenguaje pacífico. Respire, no vomite. Deje los insultos, las groserías, para los barras bravas, para los ambientes carcelarios y sea el presidente de un país que, no lo olvide, su primer nombre se llama “República”.