Ya no existen “zonas en blanco” en un universo que se ve desbordado por imágenes y comentarios de sucesos ocurridos en tierras muchas veces ignotas, como sostiene Bauman.
La política sufre este fenómeno en sumo grado, y se ha convertido en un escenario donde la miseria y la ostentación reflejan las características de un planeta abierto a individuos audaces, que aprovechan cualquier resquicio que les ofrezca la vulnerabilidad de lo incomprobable. Y las diferencias entre lo posible y lo imposible, la mentira y la verdad, han forzado la celebración de alianzas “convenientes” por parte de supuestos políticos “profesionales” (¿), que se abocan a llevar agua para su molino sin importar cómo lo hacen.
Mientras tanto, los ciudadanos de a pie, marchan al compás de sus deseos de obtener cambios duraderos; porque todo se repite para ellos, y los somete a decisiones relacionadas con las necesidades meramente causales de los que mandan.
Vemos así la apertura de una sociedad “abierta” a casi todo (inimaginable hace unos años), que está moviendo a la gente a rebelarse al sentirse explotada por las consecuencias imprevisibles de una “globalidad negativa”; y quienes llegan al poder, chocan con una opinión pública desventurada y vulnerable que siente la indefensión que le provoca una sensación de inseguridad que la rodea y asfixia por doquier.
Luego de celebrarse las elecciones de diciembre 2023 y ocurrida la euforia inicial por el advenimiento de Javier Milei y su gobierno, comienzan a verse las consecuencias de un estado de ánimo popular de quienes se ven obligados a aceptar un programa duro, que promete garantizar equidad para todos mediante cambios radicales, para abrir paso a un nuevo camino que nos devuelva una paz duradera después de años de enfrentamientos estériles.
Ya hemos aludido antes de ahora al miedo que se ha instalado en nuestra sociedad frente al peligro latente de que vuelva a materializarse un nuevo fracaso que se constituya en un eslabón más de lo que podría denominarse una “cadena perpetua”, por lo que no vale la pena seguir insistiendo con nuestro análisis al respecto.
La historia enseña que muchos temblores existenciales han acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, sin proporcionar jamás una garantía respecto de lo que Bauman define como “golpes del destino”, imposibles de ser vaticinados con exactitud.
Milei ha elegido el uso de una franqueza rayana en la brutalidad para convencernos de las bondades de ciertas “purezas ideológicas” que llenan los oídos, pero que resultan urticantes en el corto plazo. Y ya sabemos que es siempre el corto plazo la factura pendiente de pago de una administración que comienza cualquier ciclo político que se inicia.
En lo económico, viene obteniendo resultados sorprendentes. En lo político parece estar flexibilizando su adhesión a una mística que mezcla un poco de populismo con pragmatismo, sin que logremos distinguir muy bien si ha comprendido el mensaje de la realidad, o simplemente ha desensillado hasta que aclare.
Porque se ha encontrado, como suele suceder en el seno de sociedades azotadas por la miseria y la involución, con ciudadanos que insisten en poner su mirada en el más allá, diciendo: “quizá vayamos bien hoy, pero me interesa saber qué pasará en el 2025, 2026 y aún 2030”.
El Presidente debería trabajar pues para morigerar la manera algo urticante con que apostrofa a todos los que no parecen comulgar con sus ideas, sin abandonar, claro está, la firmeza que le permita arribar al éxito prometido desde la tribuna y muestra signos de ir por el buen camino.
Esperamos que su gestión produzca un cambio copernicano que nos devuelva a la esencia de lo que constituye una sociedad civilizada, capaz de desarrollarse por haber recibido una tierra fértil apta para promover la explotación de los recursos naturales con los que hemos sido bendecidos.
De eso depende el mayor o menor éxito de su gestión. A buen entendedor, pocas palabras.
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