La vicepresidenta Victoria Villarruel cierra el año de manera diametralmente opuesta a como lo había hecho el anterior. Flamante titular del Senado, si bien entonces ya había perdido el manejo del área de la seguridad que le habían prometido en campaña, pudo arrancar con el pie derecho en la Cámara que a partir de entonces presidiría. En el espacio a priori más adverso que se recuerde para un Gobierno en la Argentina, con apenas 7 senadores (el 10% de los miembros de esa Cámara), ganó en diciembre del año pasado la primera batalla al formar una mayoría afín de 39 senadores, con la que designó autoridades.
Con ese número le alcanzaba para contrarrestar una primera minoría tan adversa como numerosa: la de Unión por la Patria, que sumaba 33 senadores. Ya de entrada la nueva titular del Senado le había torcido el brazo a la principal oposición, que quería demorar la constitución de autoridades para la reunión preparatoria de febrero.
Pero ese inicio auspicioso no se sostuvo en el tiempo y más temprano que tarde esa mayoría de 39 que había alcanzado a reunir el oficialismo comenzó a oscilar. Tuvo un ejemplo contundente el 14 de marzo, cuando la Cámara alta le provocó un duro traspié al Gobierno al rechazar el mega DNU 70/23, por 42 votos negativos, 25 positivos y 4 abstenciones.
Dicho sea de paso, hubo entonces un fuerte pase de facturas a la vicepresidenta por haber convocado a esa sesión. Ella se defendió aclarando que ya no tenía otra alternativa.
Cuando la segunda versión de la ley de Bases llegó a la Cámara alta, tras su aprobación en Diputados, quedó claro el papel irrelevante que el Gobierno le asignaba a la vicepresidenta, que no participó en las negociaciones de esa ley. Tuvo igual un momento estelar, limitado al momento en el que le tocó desempatar para aprobar la ley, que volvió con modificaciones a Diputados, para su aprobación definitiva.
El tema de los sueldos de los legisladores hizo bastante ruido para Villarruel. Mientras Martín Menem se alineó inmediatamente a principios de año con la premisa presidencial de revertir el aumento que diputados y senadores habían conseguido al estar sus sueldos enganchados con la paritaria de los gremios legislativos, Villarruel tomó distancia de esa postura, aunque finalmente terminó suscribiendo con su par de Diputados ese congelamiento y la derogación del decreto que habilitaba el enganche. Con todo, al poco tiempo los senadores tomaron vuelo propio en materia salarial y hoy superan ampliamente los haberes en la otra cámara.
Por no tener afianzada esa mayoría de 39 senadores y evitar las sorpresas que una base tan amplia como los 33 miembros de UP podía propinarle al oficialismo, el recinto del Senado se abrió pocas veces. Solo 5 sesiones, más dos informativas hubo, una actividad tan menguada solo comparable con años de elecciones. Pero no solo eso: la productividad fue tan mínima que el trabajo en comisiones fue bastante reducido. Incluso buena parte de las mismas no llegaron a constituirse en el año, producto del enojo de UP con el oficialismo, que les retaceó lugares en las mismas que ellos reclamaban de acuerdo con el número de senadores con que cuentan (son el 45% de la Cámara).
Una vice con agenda propia
En el transcurso del año, Victoria Villarruel se ocupó de recorrer el país y reflejarlo en sus redes sociales, en las que suele ser muy activa. Con agenda política propia, tuvo hasta una gira internacional por Europa, que incluyó visita al papa Francisco y a la expresidenta María Estela Martínez de Perón, a quien homenajeó luego en el Congreso con la inauguración de un busto suyo. Un episodio controvertido, que despertó además críticas de parte del propio presidente.
Ya había generado enojo el reportaje que le concedió el 21 de marzo a Jonatan Viale, en el que definió al presidente como un “pobre jamoncito” entre dos mujeres fuertes, como ella y Karina Milei. La hermanísima presidencial tiene una tirria personal muy especial con la vicepresidenta, que en el último tiempo le ha logrado trasladar a Javier Milei, quien el 21 de noviembre la ubicó políticamente cerca de “la casta” y blanqueó que “no tiene injerencia en el Gobierno”.
El último momento cercano que se le recuerda al presidente con quien fuera su compañera de fórmula, fue cuando ambos se treparon a un tanque de guerra, durante el desfile militar del 9 de julio. La noche anterior, VV se había ausentado en el acto de firma del Pacto de Mayo en Tucumán, aduciendo un fuerte estado gripal que durante el evento castrense del día siguiente ni se le notó. Otro motivo de enojo para el ala dura del mileísmo.
Si faltaba algún elemento para exhibir la ruptura definitiva entre el sector determinante del Gobierno y la vicepresidenta, sucedió cuando la sesión en la que fue expulsado Edgardo Kueider del Senado. Una medida que no quería el Gobierno, pues le garantizaba un escaño más a la principal oposición, y que además se concretó con la insólita irregularidad de que la vicepresidenta presidiera la Cámara cuando debía estar reemplazando al presidente.
Las expresiones posteriores de Javier Milei exhibieron el grado de deterioro en la relación y si bien VV pareció querer ponerle paños fríos a la situación con un posteo amigable, cerró la semana quemando puentes con una dura crítica contra la ministra de Seguridad, que lejos estuvo de ser moderada al contestarle. En su embestida, Milei no fue nada sutil: el “Roma no paga traidores” pareció enteramente dedicado a su otrora compañera de fórmula.
Con tres años de relación por delante, se abren profundos interrogantes respecto de la manera como la misma podrá canalizarse, al menos en el terreno institucional. Pero más allá de cómo puedan llegar a llevarse presidente y vice, las mayores dudas se abren en torno a la manera como podrá manejarse el oficialismo en el Senado.
Allí la principal oposición tendrá 34 miembros, cuando se sume Stefanía Cora, la camporista que reemplazará al expulsado Kueider. Todavía le faltarán 3 senadores para dominar la Cámara, pero tiene un número suficiente que, sumando a opositores críticos como Martín Lousteau, podrían generar zozobra en el seno del oficialismo.
Unión por la Patria cierra así el año en el Congreso con un balance discretamente positivo. Consiguió en el Senado neutralizar la mayoría con la que se había ilusionado el oficialismo, mientras que en Diputados se conforma con haber conseguido evitar una dispersión: arrancaron con 102 y solo perdieron 3 diputados; mucho no se pueden quejar.
Por el contrario, están tratando de generar agenda, entusiasmados con el éxito de haber recuperado una banca en el Senado. Ahora van por la de otro “traidor”, como consideran a Carlos “Camau” Espínola, a quien vienen apuntándole desde la caída en desgracia de Kueider. Los últimos días empapelaron la ciudad con afiches con la imagen del senador correntino y la sentencia: “Devolvé la banca”. Saben que eso no sucederá, pero los mantiene beligerantes. “Jefe de la banda”, dicen también los carteles: Camau preside el bloque Unidad Federal, ahora reducido a dos -él y Alejandra Vigo, ya sin Kueider-. También impulsan la derogación de la Ley de Bases, cuando no han podido siquiera voltear el mega DNU 70/23, pero todo les suma.
Nervioso, el medallista olímpico que aspira a volver a ser candidato a gobernador de Corrientes en 2025 resolvió ensayar un desembarco en las “fuerzas del cielo” que hasta hace algunas semanas relativizaba, confiado en ser candidato por una alianza que incluya al peronismo. Entonces en LLA le hicieron saber que solo lo auspiciarían si abrazaba la causa libertaria, cosa que entonces relativizó y ahora ansía, dadas las circunstancias y las novedades. Aunque tras el escándalo con su excompañero Kueider, sus acciones cotizan en baja.
No tanto como las de Victoria Villarruel, a la que le espera un año en el que su misión principal en el Senado será hacer todo lo posible para mantenerlo inactivo. Mientras busca la manera de recomponer lo que a priori asoma como roto. Y con la incógnita de saber de qué manera las últimas novedades (adversas) impactan en su encumbrada imagen.