"Cuando el silencio se instala dentro de una
casa parece como si se tratara de una materia congelada, cada vez más dura y
masiva: la vida continúa por debajo, sólo que no se oye..." Marguerite
Yourcenar
Una familia disfuncional "made in Argentina", pero de nuestro
tiempo, más común de lo que se pudiera pensar, sólo que fue puesta en vitrina
por Claudio Tolcachir, autor y director, como una obra para disfrutar, reír,
pensar, que bien podría llamarse en lenguaje corriente y metafórico: Sálvese
quien pueda. Una abuela es la cabeza visible de los Coleman, porque la madre (Memé)
es una Peter Pan, que no termina de crecer, ni de responsabilizarse, además de
cuatro hijos: Marito, Verónica, Damián y Gabriela. Pero Coleman son sólo tres:
la Abuela, Memé y Marito. Una omisión, es el padre y no es la única desde luego.
Pero la "familia" se organiza cotidianamente sobre una mesa de ping pong verbal,
jugado por chinos en un laberinto. Cada hijo tiene sus propias características y
juega un rol en el escenario. Marito y su madre Memé, son el eje del
desencuentro, la orientación hacia donde nunca se sabe. La madre nunca sabrá que
es madre, es parte de su adolescencia que no concluirá.
Es una familia sitiada por si misma. Aislada en el interior
de una nuez vacía, unida por la madeja de un hilo de cien puntas, pegada al aire
de sus propias palabras. Los Coleman naufragan a su manera, tal vez la
situación, el camino los escogió a ellos, y no a la inversa, porque ni saben que
están construyendo nada.
La obra se presentó exitosamente en Argentina durante casi
cuatro años ininterrumpido y viajó a Estados Unidos, España, Francia, Chile,
Bolivia y Brasil, hasta que llegó a Panamá y fue muy aplaudida. La receptividad
del público es una tácita identificación con el libreto de la obra, porque
aquello que ocurre en el escenario es la vida real. Risas, aplausos, murmullos,
nadie queda sin ser tocado por los Coleman. No hay mejor indicio para una obra
que esta "incomodidad" del público en las butacas. Un acierto de Roberto King,
quien organizó este Tercer Festival de Artes Escénicas de Panamá (FAE) y
que se ha llevado a cabo exitosamente en el Casco Viejo de la ciudad de Panamá.
A partir de este festival, Los Coleman emprendieron una nueva gira -de más de un
mes- que los llevará a Costa Rica y El Salvador.
Los Coleman se toman su mundo esquizo, lo recrean, viven a su
manera, sin mayor explicación, en una casa que responde también con sus
desperfectos, timbre dañado, luces que no funcionan, a este arte de la no
funcionalidad familiar y de la incomunicación circular interna y externa.
Marito es la estrella de esta familia con su patología débil
mental circular simpática, transparente, obsesiva, y que a ratos adquiere cierta
lucidez, a pesar de ser un personaje inmaduro, infantil que aun duerme con su
madre. Este hecho subleva a su hermana Verónica, quien es la única que no vive
en esa casa, pero que esconde mucho más de lo que se ve, porque la obra, como la
vida, es una cadena de omisiones, que van saliendo en medio del humor negro,
ácido, corrosivo y divertido. Aparece como la exitosa que se voló del nido
conflictual, pero todo es apariencia, porque no pudo escapar de él y carga con
su propias cuencas del rosario. El pasado existe, como el origen, y no es un
mero manotazo de la propia historia personal, perdura en el tiempo y suele
estacionarse como una burbuja con vida propia. Sin un pasado no somos lo que
realmente somos en el presente.
Seis personajes centrales, dos extras, algunos fantasmas
omitidos, dos escenarios: un living y la clínica donde internan a la Abuela, y
un libreto que no busca explicarse ni concluir en nada, sólo presentar lo que la
vida nos suele mostrar con mayor frecuencia, realismo, y sin mayores pruebas que
los hechos cotidianos, esa secuencia del día a día. La única que se escapa de
este cuadro patológico aparentemente es la hija emprendedora que se gana la vida
en la costura. ¿La vida es un remedo? Los Coleman ya no son familia, en verdad,
sino restos de individuos en su propio bote. La casa se ha hundido. Lo roto se
silencia para siempre. Se ahonda una y otra vez en el olvido. La no memoria del
presente. Casi la no existencia de lo que somos. Es mejor callar. Quizás lo que
está sucediendo no sea cierto. Aunque los diálogos se suceden sin parar, como si
se superpusieran uno tras otro y fueran capas de una misma y ácida cebolla. El
humor conduce y rescata todo, como en la vida.
Memé se maneja entre un armónico y permanente desajuste con
los hechos, tiempos, la realidad y su exquisita individualidad irresponsable,
que no alcanza a ser egoísta porque ella misma tal vez no la vislumbra, y sólo
se deja poseer por ese magnetismo de no concluir nada. Sin humor la obra, ni la
vida existirían.
Ningún personaje lo dijo, pero de seguro que lo pensó: mi
mejor aliado es el silencio.
Rolando Gabrielli
http://rolandogabrielli.blogspot.com/