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Alerta: animales sueltos

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La omnipotencia de estos "nuevos salvadores antipolíticos" es apabullante, tanto como chambona por el nivel de las herramientas que usan para poner de manifiesto el cambio.
La omnipotencia de estos “nuevos salvadores antipolíticos” es apabullante, tanto como chambona por el nivel de las herramientas que usan para poner de manifiesto el cambio.

El mundo está raro, difícil comprender las acciones humanas y, sobre todo, evaluarlas. Ya no se trata de falta de certezas necesarias para prever un futuro, en el día a día se entrecruzan realidades felices por la mañana y desgraciadas por la noche.

 

Peor que en otros momentos históricos, hoy no se puede apreciar con claridad si vamos hacia adelante o hacia atrás. Según marca la información pareciera que las transformaciones anunciadas nos catapultan a un futuro exótico, pleno de resoluciones tecnológicas para viejos problemas cotidianos. Desde otro punto de vista da la impresión de que la mente humana y sus deseos se retrotrajeran a tradiciones ya perimidas, a prejuicios y discriminaciones superados, a un mundo con reglas antiquísimas.

En esa complejidad, la comunicación es artífice de la confusión, y quienes alimentan el desconcierto no son personas comunes y corrientes, son un conjunto de hombres poderosos, desbocados, ganadores de elecciones gracias al estúpido Tick Tock, cuya mentalidad desbordada de egocentrismo chorrea por el planeta intenciones de “corregir” el rumbo equivocado de la humanidad.

Ni Margaret Thatcher se animó a tanto y plantó el neoliberalismo sin mediar un solo insulto ni exhibir postulaciones maniqueas.

La omnipotencia de estos “nuevos salvadores antipolíticos” es apabullante, tanto como chambona por el nivel de las herramientas que usan para poner de manifiesto el cambio. Nunca antes los triunfos electorales de cualquier presidente fueron proclamados con tanta petulancia y desparpajo, como si el mundo -ya no solo su país- hubiera estado esperando la llegada de estos mesías de cuarta. Ellos mismos se generan los reconocimientos marketineros: crean premios que no existen, sostienen que lo poco que hicieron hasta el momento es “lo más grande de la humanidad” y son los únicos exponentes capaces de esgrimir “el coraje y la valentía” que se necesita para poner los números de la economía en orden y “hacer el país más grande del planeta”. Grandilocuencias innecesarias, nadie les pide tanto, apenas se los aguanta.

Evidentemente, alguien abrió la tranquera y dejó a los animales sueltos para que hagan de las suyas. La manada ya circula por las carreteras y las autopistas a toda velocidad. No hay forma de pararlos, se agrandan cada vez más y proponen desafíos que rayan con la falta de respeto, el desmerecimiento, y la falta de calidad en el comportamiento político. El presidente Javier Milei dijo en la asunción de Donald Trump, en EEUU: “todo está saliendo como lo planeamos”. ¿What? ¿Hay un plan?

Nadie quiere la vieja política, pero tampoco la degradación que estos mayores de 50 y vejetes con suerte, quieren imponer para generar un modelo de liderazgo sustentado nada más que en el conocimiento económico, los negocios globales y las redes sociales.

Por boca de Milei, en el encuentro de Davos, nos enteramos de que la Argentina “se ha convertido en un ejemplo mundial”. Se aventura demasiado el hombre porque con bajar la inflación todavía no alcanza, tampoco echando gente para hacer un Estado más chico ni arreglando con el Fondo Monetario Internacional para que le den otros 11 mil millones de dólares. Todavía no hay avances porque no se generaron empleos genuinos, las empresas están lejos de recuperar sus niveles de producción, los salarios están achatados, y las restricciones al campo son una migaja pues cambian tiempo por precio en dólares que necesitan imperiosamente las arcas del Gobierno. El Estado de Milei carece de fondos en el Banco Central y ha sacado el oro sin revelar su destino en el exterior. Ni los conservadores anteriores al gobierno de Juan Perón se animaron a tanto: dijeron que lo tenían en Gran Bretaña.

Pocos aplausos en ese foro para Milei, en especial cuando su discurso se fue a otro lugar que nada tiene que ver con la economía. El libertario se enteró que existía la cultura “woke” cuando fue a la asunción de su nuevo amigo, quien odia también las cuestiones de diversidad. Inmediatamente la convirtió en “ideología woke” y la tildó de epidemia, “el cáncer que hay que extirpar”. La apelación a las metáforas biológicas remite a bibliografía de la época del nazismo y su uso en los discursos y libros de Adolf Hitler.

Es paradójico, quienes se denominan “woke” bregan por conseguir la aceptación de sus minorías por parte de la sociedad y necesitan la libertad de expresión para lograrlo. Ahora, la libertad corre el riesgo de ser restringida a lo que los nuevos líderes quieren. Trump anunció con soltura, y en tono de revelación: solamente hay dos géneros, hombre y mujer. Milei quiere en Argentina que se elimine de los documentos de identidad el registro de la diversidad de géneros, y con ese sentido propuso: “Es nuestro deber desmantelar el edificio ideológico del ‘wokismo’”. Traducido, significa devolver al placard a homosexuales, trans, bisexuales, y todos los comprendidos en género no binario.

Se trata de una regresión inevitable a la Edad Media y a la heterosexualidad como única forma concebida para aceptar las relaciones sexuales por impulso de una imposición moral religiosa. Otra vez el dilema: ¿quién posee la capacidad de determinar esa “normalidad”? ¿Un Trump a todas luces infiel a su torturada esposa con prostitutas autopercibidas y otras sin etiquetas a la vista, o un Milei que usa a las mujeres famosas como parejas públicas y las descarta con facilidad de una relación en la que nunca pasa nada? Los promotores de cierta moralina deberían escuchar el viejo refrán: “No solo hay que parecer macho, también hay que serlo”.

Este tema expresa un retroceso brutal en la conquista de derechos humanos, con la aclaración de que éstos no son solamente los que se refieren a la sexualidad. Me anticipo al retruque: otra cosa son los desbordes y exageraciones en las manifestaciones LGBTQ+ y la utilización del kirchnerismo de estas cuestiones como estandartes políticos.

Vamos a lo importante. La discriminación explícita de un sector de la sociedad al que no se quiere reconocer como diferente, es tan peligroso como la expulsión de inmigrantes sin consideración alguna. Trump ya no quiere reconocer como nacidos en Estados Unidos a los hijos de los indocumentados. Los convierte inevitablemente en “apátridas”. ¿Es esto posible en el siglo XXI?

Es cierto que las oleadas de inmigrantes constituyen conflictos serios en los países que los acogen, o que inevitablemente deben recibirlos, como en Europa. Sin embargo, las expulsiones masivas y devoluciones a las naciones de origen están lejos de solucionar el problema. En primer lugar, porque muchos exiliados huyeron de su tierra natal a causa de gobiernos totalitarios y guerras civiles provocadas desde afuera y adentro de sus países. Los éxodos se producen por presiones externas a las decisiones propias.

La determinación de Trump estimula a grupos de suprematistas blancos a “denunciar a todos los inmigrantes”. En esa tarea se inscribieron miembros jurásicos del Ku Klux Klan, desde la toma de posesión de Trump. Es fácil imaginar adonde llevará la idea del primer mandatario norteamericano.

En la última cumbre que reunió en Estados Unidos a la mayoría de los mandatarios enrolados en las tendencias libertarias, si no anarcocapitalstas, surgió remozado un viejo slogan: “hagamos grande a Occidente”. Y otro, surgido de la boca del nuevo presidente: “vamos a hacer otra vez grande a los Estados Unidos”. Trump llega para ofrecer grandeza, pero con la vieja fórmula del proteccionismo más brutal. Ello significa que mirará más hacia adentro del país que hacia afuera. Entonces, ¿habrá espacio y tiempo para hacer grande a Occidente?

Quien busca colaborar en esta empresa es nada más y nada menos que Elon Musk, el hombre más poderoso económicamente hablando del planeta, a quien -según Milei- “vilipendió el wokismo” por saludar con su mano extendida al estilo de Hitler. Mala elección del gesto por exceso de entusiasmo. Musk es la pata que faltaba para terminar de delinear la antigua esperanza de un “gobierno de los ricos”, cuya influencia podría llegar hasta Marte si se consigue plantar allí la bandera estadounidense transportada en una nave de Musk.

Subyace en esta maraña una pretensión imperialista occidental sin que quede en claro quienes participarán de ese bloque y para qué. No existe actualmente un claro enemigo imperialista oriental, Rusia está comprometida con los objetivos de Vladimir Putín, que aspira a volver a la época de los zares, y China tiene su propia estrategia expansiva con la Ruta de la Seda siglo XXI y el armado del sistema interno mixto comunista-capitalista que le ha dado un buen resultado para preservar la servidumbre voluntaria de millones de chinos.

Como se ve, son demasiados los animales sueltos en el planeta. Cualquiera de ellos puede comenzar con una patada extemporánea y conmover los cimientos de la frágil civilización terrestre.

 

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