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Un escándalo de proporciones

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Un escándalo de proporciones, con efectos por ahora limitados
Un escándalo de proporciones, con efectos por ahora limitados

Alberto Fernández se autopercibía “un hombre común” y usaba esa definición como carta de presentación. En un spot de campaña, se definía así: “Soy profesor de la UBA, fana del Bicho y me gusta pasear a Dylan. Soy un tipo común”. Ya siendo presidente, en la todavía denominada Twitter, usaba también una presentación similar; recién al final ponía su condición presidencial.

 

Javier Milei también dice ser un hombre común, que asume la presidencia como “un trabajo” que debe hacer, al cabo del cual se volverá a su casa para dedicarse a leer. En estos días -a modo de defensa ante el escándalo en el que él solito se metió- ha confesado que le cuesta disociar entre el hombre común y el mandatario que es. Está claro que, como cualquiera, se sabe presidente, pero sigue actuando como si fuera el economista excéntrico que era hasta ser elegido para ocupar cargos públicos. Eso, que hasta ahora contribuía a la imagen que quería dar de sí mismo como “ajeno a la casta”, comenzó súbitamente a hacer ruido.

Un ruido que en cambio no hubo cuando en su primer viaje a España como presidente realizó la presentación de su último libro, lo cual podía ser objetado por tratarse de la promoción de un negocio personal que hacía desde su condición tan especial. Pero nadie elevó la voz entonces.

Recién ahora estallaron las alarmas, porque el tema impacta en el mundo virtual donde Milei habita la mayor parte del día, como queda claro por su actividad permanente en las redes sociales. Cosa que exhibe como un activo importante: dice tener como nadie antes una percepción muy especial de lo que piensa la gente por la atención constante que le dedica a las redes.

Milei siempre alardeó de que los poderosos pagaban por escucharlo, lo cual le daba la posibilidad de no vivir de su dieta de diputado (que sorteaba mensualmente, una modalidad de promoción personal que hacía con dinero público sin que nadie se rasgara jamás las vestiduras por ello). No hay pruebas de que haya sido parte de $Libra; tampoco de que le hayan pagado por promocionarla (él dice que solo la “difundió”). Pero está claro que al defenderse se cuidó de no atacar a quienes promovieron ese negocio. Raro en él.

Los personajes al que Milei se cuidó esta vez de no destratar deslizaron en cambio referencias que le apuntan directamente a la hermana presidencial, el corazón del poder en la Argentina. Imposible que Milei vaya a soltarle la mano, pase lo que pase.

Lo que él mismo definió como “el tridente de hierro”, que componen Milei, su hermana y el super asesor presidencial Santiago Caputoes insustituible aunque por primera vez los tres quedaron severamente expuestos. En el caso del joven Caputo, por una vez parecía haber quedado fuera del radar de los críticos por no tener aparentemente relación con el tema cripto. Sin embargo entró en escena cuando justamente fue exhibido impúdicamente en el “crudo” de la entrevista de TN que insólitamente se publicó en Youtube. Esa intervención fue uno de los temas que acaparó la discusión popular durante esta semana tan complicada para el Gobierno, y el principal damnificado (aunque nada salva su responsabilidad), Jonatan Viale, feamente expuesto en la ocasión, contó que el propio Caputo lo llamó pidiéndole que lo culpara a él. En efecto, él fue quien intervino la entrevista, pero el periodista se lo permitió y el presidente no se quejó, más bien obedeció la recomendación que su asesor le hizo al oído.

“Claro… claro, sí, obvio”, fue la respuesta presidencial ante la indicación que Caputo le hizo al oído; lejos del “Santiago, eso fue innecesario”, que al día siguiente se le adjudicó haber expresado como reprimenda. Fue parte del operativo de control de daños que se inició a partir de la difusión de la entrevista “completa”, consistente en cargar las tintas sobre Caputo, para limpiar de cualquier responsabilidad de Milei en el episodio.

Así, los funcionarios salieron en línea a “atender” a esa figura central del Gobierno que es Santiago Caputo, con la intención de que éste “se llevara la marca”. Con la venia presidencial, varios le apuntaron, notándose que alguno lo hizo con más ganas que otros, como Guillermo Francos, que de paso advirtió que el joven “aprendió la lección: nadie es superpoderoso”.

Mucho se especuló detrás de este episodio y en lo que la mayoría coincide es en que un error de esas características -el de subir el video completo, no el editado- es difícil que se cometa. En tren de buscar interesados, hasta podría sindicarse al propio gobierno detrás de semejante gaffe, cuestión de llevar la atención a otras direcciones.

Entre las cosas que se dijeron a posteriori, se enfatizó que el joven asesor se había “equivocado”, pues los dichos de Milei que motivaron su intervención no afectaban en nada al presidente. En rigor, no eran inocuos, como está claro que el propio Milei reconoció en ese momento. En la entrevista estaban hablando de la estrategia judicial y Milei involucró a su ministro Mariano Cúneo Libarona -que de hecho se había ofrecido a intervenir- en su eventual defensa. El tema es que el Gobierno ya había decidido que fuera la Oficina Anticorrupción la que se ocupara de la investigación, y ese organismo depende de la cartera de Justicia.

Como sea, el presidente fue imputado por el fiscal Eduardo Taiano en la investigación que se ha abierto por “negociaciones incompatibles con la función pública”. Interviene la jueza María Servini.

Pese a las repercusiones que el escándalo ha tenido en la Argentina y el mundo, la sensación al cabo de la primer semana es la de que el Gobierno la sacó barata. Sobre todo en los mercados, donde no se produjo el impacto que algunos temían; tampoco en la consideración general, pues las primeras encuestas hablan de una baja mínima de la imagen presidencial, aunque la negativa haya crecido y el tema haya prendido en la gente, pues el conocimiento público del caso tiene niveles elevadísimos.

Ni tampoco afectó como se temía en el Congreso, en una semana decisiva donde el Senado debía completar la tarea iniciada en Diputados con las leyes mandadas por el Ejecutivo a extraordinarias. Tan solo se suspendió una reunión en la que el viceministro de Justicia, Sebastián Amerio (hombre de Santiago Caputo, dicho sea de paso) debía presentarse ante los senadores. No era un buen momento para eso. Y más allá de los embates sobre el tema que la oposición (no toda) hizo, el impacto fue moderado.

Lo más importante no se concretó: fue rechazada la conformación de una bicameral investigadora, instancia más viable que el juicio político que no tiene ninguna chance de prosperar ni siquiera en su parte preliminar. La comisión investigadora que quiso poner en marcha el Senado necesitaba doble 2/3: uno para habilitar el tratamiento y el segundo para darle aprobarla. Lo primero lo consiguieron con 53 votos; pero en la segunda votación le faltó a los impulsores de la movida un solo voto. El presidente del bloque radical, Eduardo Vischi, quedó en la picota porque primero votó a favor del debate y después rechazó la comisión. En el bloque argumentó que -obviamente- se lo había pedido su gobernador, el correntino Eduardo Valdés.

El papel de los gobernadores (sobre todo los radicales) fue clave en esa extensa jornada en la que el oficialismo se alzó también con la suspensión de las PASO y el paquete judicial. Aunque no todo vino redondo para el Gobierno, que algo debía resignar y fue la consagración de Ariel Lijo como juez supremo.

Como señal para lo que después vendría, el Gobierno dejó trascender al mediodía del jueves la noticia de que levantaba la sesión del día siguiente para tratar el pliego del juez federal. Y hasta algunos voceros dieron a entender que le soltaban la mano a Lijo, deslizando nombres alternativos.

Dicen que esta semana se publicaría el decreto nombrando en comisión a dos nuevos miembros de la Corte, y entre ellos no estaría Lijo, que ha dicho que no quiere ser nominado así. No por pruritos especiales, sino porque tendría que renunciar a ser juez federal y es probable que en un año se quede sin nada. Pero hay quienes sugieren que nada sucederá esta semana: Lijo, cuyo dictamen ya está, seguiría en la lista de espera, para ver si en algún momento se abren las chances en el Senado. No es un buen momento para que el Gobierno tenga un juez enojado en Comodoro Py, justo cuando empiezan a aparecer causas que lo involucran.

Lo de Manuel García-Mansilla quedaría para fin de año, con la nueva conformación del Congreso y un gobierno que se presupone victorioso entonces.

Es que nada indica que el escándalo cripto vaya a afectar electoralmente a Milei. Hay antecedentes más graves de que en Argentina pasa así: si va bien la economía, lo demás es tolerable. Recordar el “Yomagate”, que involucró nada menos que a la cuñada de Carlos Menem, Amira Yoma, secretaria de Audiencias de entonces, a quien el juez español Baltasar Garzón llegó a pedir su detención por lavado de dinero. Detalles de color: la jueza que intervino en el caso fue María Servini; y el abogado de Amira era Mariano Cúneo Libarona.

 

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