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¿La desestabilización está en marcha?

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El Gobierno de Cambiemos es una suerte de hoja de ruta para esta administración, que ha tomado nota de los "errores" que no debe cometer. O las "debilidades" que no debe mostrar. La violencia en las calles, la interna oficialista y el impacto externo de la política de Trump generan inquietud en la Rosada.
El Gobierno de Cambiemos es una suerte de hoja de ruta para esta administración, que ha tomado nota de los “errores” que no debe cometer. O las “debilidades” que no debe mostrar. La violencia en las calles, la interna oficialista y el impacto externo de la política de Trump generan inquietud en la Rosada.

El presidente Javier Milei está permanentemente atento a lo que fue el -a su juicio- “fallido” Gobierno de Mauricio Macri. Encuentra similitudes en los objetivos de ambas gestiones y en consecuencia teme tener el mismo final; por eso se preocupa de no repetir lo que para él y -sobre todo- el “tridente de hierro” fueron las razones del “fracaso” de Cambiemos. Un resultado que, de no haber sucedido, Milei no hubiese estado donde hoy está. Eso lo tiene claro.

 

Los puntos de contacto entre él y Macri los resume la frase del propio exmandatario cuando todavía imaginaba su continuidad al frente del Ejecutivo: aquella vez que le preguntaron qué haría en un segundo mandato, contestó: “Lo mismo, pero más rápido”. Algunos le adjudican parte del resultado adverso a esa frase, que recogieron y utilizaron en campaña los publicistas de Alberto Fernández.

Milei se propuso lo mismo y, con matices, es lo que está haciendo. Pero tanta analogía entre la administración actual y la de Cambiemos tuvo esta semana un llamado de atención para el Gobierno actual: el desborde en las calles, con represión y un herido grave, encendieron luces de alarma en el poder vigente.

Porque el núcleo mileísta siempre tuvo claro que aquella jornada en 2017 de las 14 toneladas de piedras -que nadie pesó, pero es una figura el imaginario popular convalidó- marcó un punto de inflexión en la gestión macrista, que venía de ganar con soltura las elecciones intermedias; derrota de Cristina Kirchner incluida. Ese episodio mostró debilidades de esa gestión; exhibió una calle alborotada que es siempre una señal de preocupación para todo gobierno no peronista y. sobre todo, entonó a una oposición que acababa de ser liquidada en las urnas. El resultado ya se conoce: los dos años siguientes fueron casi un calvario para esa administración, aunque hay que agregarle a eso el dato no menor y más que gravitante del alza de tasas en Estados Unidos, que provocaron que la Argentina perdiera el financiamiento y tuviera que acudir al FMI.

Hoy Donald Trump gobierna de nuevo en el gran país del norte y sus medidas han alborotado los mercados internacionales. Nada bueno para la Argentina, tan dependiente de esas fluctuaciones, por más que el Gobierno argentino imagine tener la mayor consideración de la administración republicana.

Vayamos a lo que pasó esta última semana. Le preocupa al Gobierno libertario perder la calle. Ya se encendieron en su momento luces de alarma cuando la multitudinaria marcha universitaria. La del miércoles no fue, ni de cerca, tan masiva. Pero sí resultó mucho más nociva, porque planteó directamente un desafío de poder. Violencia pura para socavar la autoridad de esta administración. Y las graves heridas del fotógrafo Pablo Grillo fueron un dato anexo que dividió aguas incluso entre quienes defienden esta gestión.

El Gobierno salió a hablar de intento de “golpe de Estado”, un concepto que puede rendir puertas adentro, pero no debe ser esgrimido a la ligera, pues hace enorme ruido afuera para un país que necesita de inversiones para salir adelante. Un poco más moderado, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, habló de intento de desestabilización. Están convencidos en la Rosada de que el peronismo y la izquierda, con diferentes objetivos, estuvieron y están detrás de esas maniobras “golpistas” que tendrían por objeto desgastar a un gobierno al que hasta ahora no encontraban la manera de entrarle.

No resulta poco convincente semejante teoría. No hay otra explicación sino para el insólito apoyo de hinchadas al reclamo de un puñado de jubilados que llevan un cuarto de siglo protestando cada miércoles frente al Congreso. Ya se sabe que los barrabravas no tienen otro interés que el poder y el dinero, y nadie puede imaginar objetivos altruistas detrás de la movida del miércoles pasado, que ya había tenido un ensayo la semana anterior, con la participación de la muy politizada barra de Chacarita.

La del miércoles fue una marcha eminentemente política y con la intención deliberada de desgastar al Gobierno, montada sobre un reclamo noble que es el de los jubilados. Botón de muestra: a las 16.30, cuando los escarceos entre manifestantes y fuerzas de seguridad iban creciendo, la cuadra de la avenida Rivadavia que separa al Palacio Legislativo del Anexo de Diputados estaba cubierta de militantes que coreaban: “Traigan al gorila de Milei/que este pueblo no cambia de ideas/lleva las banderas de Evita Perón”.

Para la oposición más extrema el resultado de esta marcha violenta fue “un éxito”, y confirmando ese trasfondo desestabilizador, se anuncia para este miércoles un nuevo round, aunque esta vez sin la presencia estelar de los barras. Un motivo de preocupación para el Gobierno, dispuesto a no mostrar una señal de debilidad, como interpreta la posibilidad de exhibirse más laxo.

En este mismo plano la CGT salió de su letargo y anunció un paro para los primeros días de abril. En este caso, la noticia lejos estuvo de generar preocupación en el Gobierno; más bien fue beneplácito. Cualquier anuncio en contra de la central obrera, o el sindicalismo en general, piensan que les suma. Lo mismo que el respaldo dado por Mario Firmenich a la marcha “por los jubilados” del miércoles pasado.

Como sea, los planetas ya no aparecen alineados como se veían desde octubre pasado. El 14 de febrero, hace ya poco más de un mes, el auspicio presidencial a la cripto $Libra parece haber roto el estado de gracia de la administración libertaria. La lenta pero persistente baja de inflación tuvo el viernes un repunte, cuando el número de febrero, 2,4%, fue dos décimas más alto que el mes anterior. Poquito y esperado, pero repunte al fin. Además, fue en un día en el que una ola de rumores disparó la demanda y obligó al Banco Central a vender 474 millones de dólares.

El clima enrarecido genera nerviosismo en la fuerza gobernante puertas adentro. La Libertad Avanza, que en sus bloques ha mostrado de todo menos orden y homogeneidad, dio un espectáculo insólito en el recinto de la Cámara baja, con diputados propios y/o aliados insultándose, arrojándose vasos con agua y al borde de las piñas.

Fue inmediatamente después de exhibir una muestra de consenso al votar por unanimidad la ayuda a la devastada Bahía Blanca. Duró poco ese clima, pues al rato la principal oposición ponía al oficialismo contra las cuerdas intentando votar un emplazamiento para eliminar las facultades delegadas del presidente, y confirmar la composición de la Comisión de Juicio Político. La primera, inaceptable para el Gobierno y buena parte también de la oposición, que las votó hace casi un año. La otra, un capricho de la interna sin fin del oficialismo: Karina Milei no quiere a Marcela Pagano al frente de la Comisión de Juicio Político y Martín Menem no tiene margen de negociación.

Al cabo de unos largos minutos de tensión y las citadas peleas internas, el presidente de la Cámara logró el objetivo de dar por concluida la sesión, en cuanto la oposición perdió fugazmente el quórum. Una maniobra legal, pero que dejará secuelas y un sinfín de pases de facturas. El oficialismo se da cuenta de que en este contexto le será muy difícil sesionar durante el año electoral, pues a cada vuelta de la esquina puede encontrarse con un emplazamiento.

En rigor, tiene lógica ese acotado margen de maniobra de un oficialismo ínfimo en ambas cámaras. Hasta ahora, la sensación era la de un gobierno poderoso que logró casi todos sus objetivos en su primer año, aunque en realidad eso está lejos de ser un dato concreto. Le cuesta mucho al oficialismo aprobar sus leyes, y contribuye de manera involuntaria a veces, pero generalmente por mala praxis, a dificultar su accionar.

Una nueva muestra habrá esta semana, cuando el miércoles se confirmen los dictámenes para votar en el recinto interpelaciones a funcionarios como la mismísima hermana del presidente, o la creación de una comisión investigadora del caso $Libra. Por los carriles normales, tan solo abriendo las comisiones, podría haberle dado al tema un tratamiento a cuentagotas sin tener la intimación del pleno del recinto.

Lo mismo pasará en el Senado, cuando a priori el jueves deberían tratarse los pliegos de los jueces propuestos para la Corte, y está el número para voltear a los dos. El oficialismo ensayó una maniobra que tiene a ficha limpia como prenda de cambio para postergar lo de los jueces. Son jugadas de vuelo corto, en las que además conspira la insólita interna con la vicepresidenta de la Nación, excluida de toda negociación que busque el Gobierno, lo que hace aún más complejo cualquier entendimiento.

 

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