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El estrés: inevitable y necesario

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Una mirada nada tierna... ni sentimental.
Una mirada nada tierna... ni sentimental.

En las últimas décadas ha crecido la idea “buenista” que procura evitar el estrés en los niños y jóvenes. Cuando se refieren a la crianza de sus hijos, es común que los padres digan: “No quiero que mi hijo pase/sufra lo que pasé/sufrí yo”. Consecuentemente desarrollan estrategias de crianza y educación que minimizan la exposición al esfuerzo y la frustración. Esto resulta en un error comprensible, pero garrafal y desatinado. Veamos por qué.

 

El estrés resulta inevitable entre los seres vivos ya que su existencia, adaptación, supervivencia y evolución dependen de él.

En el mundo vegetal, los cultivos sufren adaptaciones cuando son trasplantados a suelos y climas diferentes a los originales, se adaptan o mueren. Incluso en la producción vitivinícola la vid es sometida a “estrés hídrico” (falta de agua) para aumentar el número de taninos.

Los animales también sufren estrés y se adaptan. Ejemplo de esto son las migraciones o la evolución de diferentes subespecies de una misma especie, como el perro a partir del lobo y a su vez las diferentes razas de perros que se han ido desarrollando. Las migraciones responden al estrés, el cambio de color del camaleón responde al estrés, la zarigüeya simula su muerte como respuesta al estrés.

Sin estrés el ser humano aún viviría en una cueva y seguiría siendo carroñero. El estrés es necesario para el desarrollo y lo primero que debemos hacer como individuos es aceptarlo y amigarnos con él.

¿Y cómo hago eso?, siguiendo ciertos pasos molestos, quizás dolorosos, pero imprescindibles. A partir de ahora voy a hablar como padre de un joven discapacitado.

El primero es el reconocimiento del problema. Esto involucra tanto a la persona afectada como a su entorno. Según la RAE reconocer es “examinar algo o a alguien para conocer su identidad, naturaleza y circunstancias. Admitir o aceptar que alguien o algo tiene determinada cualidad o condición”.

La realidad es y punto, negarla u ocultarla es irresponsable, hipócrita y cobarde; sea que se la oculte en un internado o detrás de neologismos y eufemismos condescendientes y bienintencionados.

Tampoco es recomendable fomentar ni consentir que el niño autista aplique la herramienta del “camuflaje”, una estrategia de imitación del entorno social utilizada para invisibilizarse y evitar la estigmatización y la discriminación. Este mecanismo no es exclusivo del espectro autista; es común en personas con inseguridades personales o en aquellas que buscan "estar a la moda", imitando al alfa del grupo o adoptando comportamientos mayoritarios para lograr cierta identidad tribal que facilite su inclusión.

Si lo que se pretende es respeto hacia mí o hacia un semejante (que puede ser mi hijo) primero debo aceptar y asumir la realidad, entender la discapacidad como una característica adversa del individuo que debe generar empatía y no una tolerancia complaciente.

Luego debo someterme y someter al estrés a mi hijo. Sólo a través de la exigencia alcanzará su máximo potencial.

Por supuesto que esto no resulta sencillo, no lo es desde lo económico, lo logístico y mucho menos desde lo emotivo; no es sencillo pero es indispensable. Si queremos preparar a nuestro hijo para enfrentar el mundo debemos procurar que, dentro de sus posibilidades, aprenda a ganarse la vida, a generar una malla de contención social y a ser resiliente con su realidad.

Desde el lado de la convivencia queda un largo camino a recorrer. Hay mucho que trabajar y mucho por hacer.

Es normal que las personas de bien se sientan incómodas cuando tienen que interactuar con una persona con discapacidad, no están habituadas a esa situación y no saben cómo manejarse. Debemos enseñarles las estrategias de comunicación y participación propicias para cada caso en particular, cada individuo es único y la mediación con el otro, si este es discapacitado, deja de ser simétrica e insume más esfuerzo, consideración y paciencia de parte del no discapacitado .

Desde el lado de las instituciones, por desgracia poco y nada hay que esperar del estado. Son los propios interesados quienes deben articular las formas y los esfuerzos para crear los entornos que les sirvan de apoyo y sobre los cuales proyectarse.

Reconozco que mi mirada no es precisamente tierna y sentimental, no encontrarán en mis ideas lástima, compasión y mucho menos resignación. A mi hijo Santiago, cuando pretende darse por vencido, siempre le hago repetir: “NGU, Never Give Up”. Él no debe rendirse y yo no tengo derecho a hacerlo.

 

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