
Al retirarle el apoyo a Ucrania, Donald Trump ha traicionado una histórica política de Estados Unidos. Esta consiste en respaldar a las democracias en sus conflictos bélicos frente a las autocracias. Con mayor o menor compromiso y sacrificio, con momentos más aislacionistas y otros más intervencionistas, demócratas y republicanos siempre colocaron a Estado Unidos como un dique de contención global frente a las dictaduras.
El presidente norteamericano alardea de una capacidad negociadora suprema. Esta se explicaría por su temeridad y pragmatismo al utilizar todos los recursos de poder a su disposición. Pero lo que no está teniendo en cuenta son dos factores de suma importancia en el largo plazo: valores y confianza.
En una suerte de «populismo internacional», Trump se encuentra agotando los recursos de poder de corto plazo, sin medir efectos a largo plazo; priorizando el poder duro sin atender al poder blando; enarbolando un nacionalismo egoísta en desmedro de la defensa y promoción de valores democráticos y liberales en el mundo.
A Trump no le interesa la democracia en Ucrania. ¿Cómo podría importarle si no le ha preocupado lesionar gravemente la democracia en su propio país? La humillación pública de Zelensky durante la difundida conferencia desde la Casa Blanca fue una demostración patente de la ausencia total de valores democráticos, cortesía y empatía elemental en la política exterior trumpista.
En una visión llamativa y alarmante, el actual gobierno solo mide beneficios económicos inmediatos. Es una receta que ha fracasado en el pasado y que lo hará ahora. Frente a una Ucrania realmente heroica, que carga con el peso de enfrentarse militarmente al expansionismo autocrático de Rusia, lejos de respaldarla con decisión y fortalecerla, pretende estrujarla para extraerle recursos naturales, principalmente tierras raras. Sería algo así como encontrar a una persona gravemente golpeada en el piso y exigirle su billetera a cambio de darle una mano.
Otro componente del populismo exterior de Trump es el nacionalismo. Esto también rompe con la tradición demoliberal de Estados Unidos. Esta siempre vio al Estado como una herramienta al servicio del bien común, no como un fin en sí mismo. ¿Qué sentido podría tener amenazar a un país tranquilo como Canadá, jugar con la conquista de Groenlandia o enemistarse con Europa de no ser por la idolatría nacionalista?
Es cierto que Europa ha invertido poco en defensa en comparación con Estados Unidos. Pero este también obtenía beneficios geopolíticos por ocupar la posición de liderazgo mundial que ella le reconocía. Esa confianza en la protección estadounidense le otorgaba un formidable poder blando, capacidad negociadora y proyección global. Lo que Trump está haciendo es quemar sus naves; jugar todas sus cartas y agotarlas aceleradamente, en vez de conservarlas y sacarles provecho. No hay peor estrategia negociadora que esa.
Pero lo peor de todo es que está siendo funcional a las autocracias, traicionando a las democracias. A largo plazo, eso solo puede envalentonar a las potencias autoritarias como Rusia y China. Perfectamente podría haber presionado a Europa para que aumentase su gasto en defensa sin romper la confianza histórica en Estados Unidos, sin deslegitimar y desautorizar públicamente a Ucrania y sin validar y oxigenar a Putin.
Si se dejara sola a Ucrania en esta guerra contra el autoritarismo, la humanidad acabaría perdiendo. El argumento de que Putin podría arrojar bombas nucleares es absurdo. En ese caso, deberíamos limitarnos a obedecer todo lo que nos ordenara. Además, en una eventual confrontación nuclear, Rusia se llevaría la peor parte si Estados Unidos estuviera decididamente del lado de las democracias. Esto ahora está en dudas y es algo que podría incentivar la temida agresión nuclear.
El mundo democrático creyó que pactando con Hitler este se calmaría, pero el tiempo demostró que fue un grave error. Todo dictador se envalentona cuando detecta debilidad e impunidad en el entorno. Los autócratas solo entienden de fuerza, no de razones. Eso es lo que intentaba explicarle Zelensky a Trump cuando este lo atacó vergonzosamente en la Casa Blanca.
En 1936, en violación de los tratados vigentes, Hitler ocupó la región desmilitarizada del Rin. No tuvo consecuencias. Si las democracias hubieran movilizado tropas a la frontera francoalemana en ese entonces, decididas a intervenir de ser necesario, es factible que el déspota alemán hubiera retrocedido o se hubiera detenido. Millones y millones de vidas habrían sido salvadas, al igual que miles y miles de millones de dólares en destrucción sin sentido.
En 1938, un Hitler fortalecido se anexó Austria. Ahora, intervenir era más difícil y costoso que antes. Las democracias no reaccionaron. Ese mismo año, el líder nazi amenazó con invadir los Sudetes, en Checoslovaquia, ante lo cual, para preservar la paz, las democracias corrieron a rogarle que se detuviera. Le cedieron dicho territorio creyendo que estaría satisfecho.
En 1939, Hitler violó el Pacto de Múnich y ocupó las provincias checas de Bohemia y Moravia. Poco más de una semana después, el 23 de marzo de 1939, las tropas alemanas ingresaron en Memel, Lituania. Las democracias seguían mirándose azoradas, sin saber qué demonios hacer. Era difícil asumir que habían engendrado un monstruo con su pacifismo negligente. Con la decisión de Hitler de atacar a Polonia a fines del verano de 1939, Europa ingresó fatalmente en una guerra generalizada que la sumió en la destrucción y la violencia más absolutas.
Ahora la historia se está repitiendo, solo que con Putin en el lugar de Hitler. Y Trump se encuentra enarbolando un pacifismo claramente funcional a Rusia, que la deja indemne y lista para volver a avanzar en cuanto se dé la oportunidad.
El autócrata ruso anexó en 2008 Osetia del Sur y Abjasia, en Georgia. Estados Unidos estaba empantanado en Afganistán e Irak y Europa no contaba con recursos, tropas ni voluntad para actuar. Al ver que tenía vía libre, ocupó Crimea en 2014 y comenzó a apoyar una insurgencia prorrusa en el Donbás de Ucrania. Nuevamente, nadie lo enfrentó. La teoría era, igual que en el caso de Hitler, que cediéndole algunos territorios, para que pudiera mostrar su éxito internamente, se calmaría. Como no podía ser de otra forma, en febrero de 2022 Putin se abalanzó contra toda Ucrania. Buscó esta vez engullir una democracia naciente completa, que resistió contra todo pronóstico.
Las democracias liberales del planeta, cada una en proporción a su riqueza y poderío, deberían haber movilizado tropas desde un comienzo para defender a Ucrania. No era necesario que estuvieran en la trinchera. Bastaba que permanecieran como respaldo defensivo de retaguardia. Eso le hubiera mostrado a Putin que existía genuina voluntad de comprometerse. Como dijimos, los dictadores solo entienden de fuerza, no de razones. Biden, en cambio, se limitó a apoyar financieramente.
Fue una ayuda importante, a la cual se sumaron los europeos. Pero dejó a los ucranianos escasos de tropas y enfrentando, no ya una, sino dos poderosas y desquiciadas autocracias, la rusa y la norcoreana, que constituyen una amenaza para el mundo entero. El sacrificio de vidas de los ucranianos está aportando a un bien público global, que es el freno al expansionismo autoritario. Mientras tanto, algunos líderes supuestamente democráticos cuentan dólares y hacen cálculos financieros cual si fuera un juego.
Es Trump, no Zelensky, quien está jugando con la Tercera Guerra Mundial. Las democracias no pueden permitirse que Rusia se salga con la suya en Ucrania. El gobierno ucraniano ha dicho que está dispuesto a negociar, e incluso a renunciar, si son admitidos en la alianza defensiva de la OTAN. Los ucranianos son los primeros que desean la paz, porque padecen a diario las injusticias y horrores de la guerra. Solo piden una paz con garantías. Están resistiendo solos (si, con ayuda económica, pero solos) en defensa de los intereses de las democracias del mundo. Y Trump solo les ofrece una bofetada y un relato completamente alineado con el Kremlin.
Hace unos años, alumnos de una escuela le preguntaron a Putin dónde terminaba la frontera rusa. Él respondió: “No termina en ningún lado…”. Esa es la definición de lo que realmente significa el «mundo ruso» para Putin. En su delirio megalómano, es potencialmente el mundo entero. Pero, así no lo fuera, nada mejor para la libertad y la estabilidad en el planeta que el fracaso rotundo de su intentona expansionista. ¿Quién sabe? Quizás hasta podría favorecer la caída de Putin y la democratización de la propia Rusia.
Solo una fuerte unidad de todas las democracias, con responsabilidades y costos compartidos equitativamente, puede frenar las apetencias belicistas de Rusia y China. Lamentablemente, con sus acciones, Trump no ha hecho más que quebrar esa unidad y lesionar gravemente la confianza que la sostenía. En este contexto, están dadas las condiciones para más guerra, no menos.