Es muy
interesante observar cómo periodistas o analistas se rasgan las vestiduras por
todo lo que hace determinado mandatario, solamente por no compartir una posición
ideológica. Se habla de inmovilismo o directamente no se habla, cuando se
refieren a mandatarios o gobiernos que tienen una línea que no es disonante con
la política mundial: así, Álvaro Uribe “no es tan malo”, Lula Da Silva es “moderado”, el modelo
chileno “presenta características serias”, o tal mandatario “da previsibilidad a
la región”.
Ahora,
cuando aparecen personajes como Hugo Chávez o Evo Morales haciendo considerables
reformas, una política nacionalista, ciertos niveles de distribución y una
retórica antiimperialista, estos periodistas suelen resaltar la corrupción, el
autoritarismo, o el nunca bien definido “populismo”.
En
Venezuela, se han implementado planes de alfabetización y sanitaristas en
convenio con la Cuba socialista, que han tenido considerables resultados: entre
ellos, el gran apoyo popular que tiene Chávez, a pesar de la oposición interna.
En la postergadísima Bolivia de Morales, se han empleado programas parecidos a
los venezolanos, lo que también le genera una situación interna similar a la de
la República Bolivariana. Pero además, esos dos gobiernos hicieron lo que muchos
ni siquiera se animan a mencionar en voz baja: nacionalizan empresas
estratégicas, a contramano de la única visión del mundo del orden imperante por
el Consenso de Washington.
La Sidor del grupo argentino
Techint, fue la adjudicataria de la privatización de una
inmensa siderúrgica de la cuenca del Orinoco, y por no hacerse responsable de
sus obligaciones con los trabajadores y con el Estado, fue estatizada.
“Recuperamos nuestra Sidor”,
dijo Chávez durante un acto con trabajadores del Estado, tras la firma del
decreto de nacionalización de la siderúrgica. “Con los trabajadores vamos a
transformar a Sidor en una empresa socialista, del Estado, de los trabajadores
para impulsar la revolución bolivariana”, dijo.
Enhorabuena, es una medida
que bien utilizada puede ayudar al desarrollo de un país, y también marca
claramente la autoridad presidencial, palabra corroída en los tiempos. Quienes
se asumen liberales, y creen que la libre empresa es la panacea humana, se
olvidan de las calamitosas experiencias vividas por todos los gobiernos que
privatizaron y abrieron su economía sin control, y nuestro país es ejemplo de
ello. La “autoridad” de la mayoría de nuestras naciones son "privados" a quienes
nadie se atreve a callar ni tocar, y aquellos “mandatarios elegidos
democráticamente” son buenos, sobre todo si callan, dejan hacer y dejan pasar.
En Bolivia, algo similar:
ratificamos, dijo Morales, que “queremos socios y no dueños de nuestros recursos
y reconocemos que el inversionista tiene derecho no sólo a recuperar su
inversión sino a tener utilidades, vamos a respetar eso”, tratando tranquilizar
a los inversores extranjeros. Desde ayer, Yacimientos Petroliferos Fiscales
Bolivianos (YPFB) tiene el 50% más una acción de Andina, que explota 18 campos
petroleros menores en forma directa y posee la mitad de los dos pozos de gas más
importantes del país. Si alguien se toma el trabajo de leer la historia de uno
de los países más pobres de América Latina como lo es éste, observará lo
revolucionario de esta medida. No inventaron nada en realidad, pues en los
momentos económicos de crisis mundial, durante el siglo XX, sobre todo en las
décadas de 1930 y 1940, todos los gobiernos aplicaron medidas similares para
protegerse de la voracidad del mal llamado abstractamente mercado, personificado
en personas físicas y jurídicas que se llevan las riquezas de los países.
Las construcciones de poder
son entretejidos políticos que juntan a personas honestas y corruptas, más
osadas o menos, pero lo incuestionable es que, Bolivia y Venezuela, están
haciendo más rápido lo que otros ni se animan a imitar, y otros lo condenan
llamándolo "dictadura" por que afecta a la libertad: de la libre empresa.
Daniel Blinder