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¿Adónde están las cacerolas?

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HIPOCRESÍA EN LAS MANIFESTACIONES DE CLASE MEDIA
HIPOCRESÍA EN LAS MANIFESTACIONES DE CLASE MEDIA

    En el siglo XIX el pueblo se armaba con lo que más tenía a su alcance para apoyar a las fuerzas patrióticas y expulsar a los ingleses que intentaban sucesivas invasiones en nuestro territorio. Las señoras llenaban las cacerolas de agua y las ponían en el fuego hasta que hirvieran. Luego las vaciaban desde los balcones a las tropas inglesas que desfilaban por las calles porteñas.

 

    En diciembre de 2001, las cacerolas salieron a las calles. Se manifestaron en distintos puntos del país diciendo “que se vayan todos”. En ese momento, el índice de pobreza llegaba al 50% y hay que recalcar que antes de las cacerolas, los piquetes en rutas, autopistas, puentes y avenidas hacía meses que tenían al gobierno de aquel entonces sin dormir.

    Por esos tiempos, la consigna era “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. O por lo menos eso se escuchaba en Plaza de Mayo, Recoleta, Olivos o en los puntos urbanos más importantes. Apenas seis meses después, asesinaron en Puente Pueyrredón a los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Las cacerolas no estaban allí ni estuvieron después.

    En marzo de 2008, siete años después de la crisis del 2001, volvieron a ganarse otro papel además del de cocinar fideos. En pleno conflicto con el campo, parte de la clase media opositora (en la cual quien escribe estas líneas no se incluye a pesar de su perfil opositor) salió a las calles a manifestar su apoyo al agro y –principalmente- su disconformidad con las políticas de este gobierno. Algunas de las consignas que se podían leer en Plaza de Mayo, Recoleta, Palermo y Belgrano –casualmente de niveles adquisitivos medios altos- eran: “el campo de la gente”, “el pueblo está con el campo”, “con el campo no”,  etc. Llama la atención esta lealtad de la noche a la mañana de las clases medias urbanas con las agropecuarias.
    Es verdad que muchos argentinos a veces fantasean con que pertenece a una etnia gaucha originaria de la pampa húmeda y que es capaz de subirse a un caballo y bancársela contra todos los que se le vengan. La mayoría de nosotros alguna vez compró algún objeto decorativo que haga referencia a esta tradición pampeana e incluso por la peatonal Florida podemos ver la invasión de objetos gauchescos en pleno bosque de hormigón.
    Pero el hecho de agarrarse de la protesta de un sector como excusa para salir a manifestarse contra de una política, es hipócrita y vergonzoso.

    Hipócrita porque, si bien las retenciones impuestas por el gobierno no son adecuadas para los pequeños y medianos productores en relación a su trabajo e ingreso, el campo hoy vive una situación económica muy distinta a la que vivía en la época menemista y en la que nadie salió a “solidarizarse” con el sector. Al parecer, viajar a Miami era mucho más importante que la participación social y ciudadana en la política.
    También es vergonzoso porque el mismo sector que hoy se aferra al campo como identidad nacional, hace unos años gritaba con euforia “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. A los luchadores sociales, los usaron como vanguardia para derrocar Ministros y defender sus ahorros. Pero, inmediatamente, cuando el panorama económico cambió, no duraron en despegarse de ellos, abandonarlos, ningunearlos y luego maldecirlos como la gran problemática del país. (Léase “estos negros de mierda no quieren laburar y no dejan laburar a los demás”)
    Considerando estos hechos, no tiene que resultarnos extraño que en pocos meses el campo deje de existir en la agenda de estos individuos, porque así como traicionaron a los piqueteros, es muy factible que traicionen a los productores para agarrarse de algún veranito financiero o algún otro foco conflictivo que les resulte más rentable.
    El hecho de que la cacerola sea protagonista nuevamente en estas épocas de conflicto resulta contradictorio. Un fenómeno que fue decisivo en crisis en las que verdaderamente el pueblo estuvo en vilo, hoy se usa para defender intereses políticos y económicos que poco tienen que ver con los intereses sociales y populares.
    Vale recalcar que no está mal manifestarse a favor del campo.
No está mal apoyar a un sector que con razón reclama por el arduo trabajo que realiza a diario y que el gobierno prejuzga como elitista y no distingue pequeños de grandes productores. Pero como sociedad, no podemos caer en la hipocresía de hacernos los solidarios cuando en verdad el objetivo es otro.
    Si somos una sociedad verdaderamente solidaria, unida, integrada y federal:
    ¿Dónde estaban las cacerolas cuando el campo pasaba épocas de vacas desnutridas en los ’90?
    ¿Dónde estaban las cacerolas cuando los docentes acampaban en Plaza de Mayo por un salario digno?
    ¿Dónde estaban cuando se privatizó todo?
    ¿Dónde estaban cuando se impuso la ley de flexibilización laboral?
    ¿Dónde estaban cuando se otorgaron los indultos a los represores de la última dictadura militar?
    ¿Dónde estaban cuando asesinaron a Kosteki y Santillán el 26 de junio de 2002? ¿Y dónde estuvieron después para pedir justicia?
    ¿Dónde estaban cuando en la Argentina, después de la crisis, todavía habían 15 millones de personas bajo la línea de pobreza?
    ¿Dónde estaban en las grandes luchas obreras?
    ¿Dónde estaban cuando se vendió todo el petróleo de nuestro país a multinacionales del exterior?
    ¿Dónde estaban cuando Néstor Kirchner renovó inconstitucionalmente los contratos a las petroleras y remató la explotación del suelo marítimo potencialmente rico en combustible?
    ¿Dónde estaban cuando se lanzó el proyecto del tren bala y dónde están ahora al respecto?
    ¿Dónde estaban cuando Patti salió en libertad por unas horas?

    A modo de respuesta, podemos decir que el protagonismo de este utensilio de cocina, decisivo en el siglo XIX y en grandes crisis como en la del 2001, hoy resulta engañoso: las cacerolas parecen estar sólo cuando hay grandes intereses económicos en juego. 

Mariano Gaik Aldrovandi

 

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