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MIEDO AL MIEDO, CHILE DÓNDE ESTUVO

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   ¿De dónde viene el miedo? De un porvenir idiotizado por la jauría del terror El miedo viene de atrás, cultivado en la encía, el espinazo de la niñez, la garganta de la adolescencia, clavada la espina del castigo, la sanción, la norma como advierte el poeta Gonzalo Rojas, el flamante Premio Cervantes, el menos manco de la literatura castellana.
    Alguien debe hablar de la larga y angosta sombra del viejo espíritu chileno más allá del mercado, y Gonzalo Rojas lo ha hecho con franqueza, valentía, y esa verdad subyacente, real, de la poesía, la palabra que traduce la invalidez nacional ante la afonía de una colectividad.
    Son tiempos para la palabra, poeta, y me saco el sombrero ante usted, “país envilecido por el miedo”, y la poesía, al menos cuando tiene duras rodillas y frente alta, no se arrodilla en el aire de la vitrina, la mueca, ni en el olvido del pasado y presente. Gusano, el verbo, que ha de recorrer el cuerpo virgen de la patria y no ser sombra, hoja seca, inmóvil, sino punzante como la huella imborrable, señal auténtica de lo dicho y por decir.
    País de esquemas, Chile, apunta el autor de Contra la muerte, y más premiado que los Premios de Cortázar y más laureado que la corona de César. Quiere decir un mundo de  cosas repetidas en más de lo mismo, llorar una y mil veces junto al sauce llorón de lo ya perdido.
    Yo sólo digo, tan lejos para decir más, escuchemos a Gonzalo rojas, a su poesía, su palabra, y que otros mudos también hablen, y no sigamos perdiendo el presente, porque el futuro es un cuento de nunca acabar.
    “Chile es  un país  de menesterosos, esquemático  hasta la  muerte, sucio  de miedo, envilecido por el miedo. Envilecido por la norma", dijo lo que ya dijo Gonzalo Rojas, Premio Nacional de Literatura.
    La poesía es una apuesta  temeraria, pero en este país está bloqueada por la necedad", advirtió Rojas, y no deja de tener razón en un país de poetas, cuyo buque insigne está de centenario este año, y su voz gangosa, lenta, de espumas oceánicas, de profunda madera, húmeda en el tenaz confín del Sur, recorre la geografía humana, como un eslabón perdido en el mundo banal, digital y lleno de espanto.

 

Rolando Gabrielli

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