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DUELO DE INMORTALES

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BORGES Y RULFO
BORGES Y RULFO

    Dos clásicos en las antípodas de América, la nuestra, imperdonablemente violada, ausente, de pesadas costumbres gastronómicas, vicios de azar, y siestas cómplices, letales, alfombra roída sin puerto, colonizada en la sombra ausente del despojo, una vil manera de morir entre el encanto y el fatalismo.
    Arbitraria moneda redonda que nos circulan del cielo, con el Cóndor raspando la mejilla de vergüenza, nos debiera bastar Ciudad de México y Buenos Aires, para inventarnos la vida si fuera necesario.
   
Los dioses que nos dotaron de  sol, invierno, desiertos, de las  grandes soledades humanas, espacios rotundos, de abundante vida y muerte, se encargaron también de este gran naipe de ficciones y realidades, muertes y maravillas. Somos un castillo en el aire, pero kafkiano.
    Descubrimos con los años, que la inmortalidad es un vergonzoso espejismo, un agujero negro del tiempo sin vista al mar, la rabiosa posesión de una rosa por un solo día.
    Nacieron en mundos tan diferentes, como lugares, vidas con sus propios filos, ficcionadores de la realidad,  depositarios de una muerte inmortal, sus páginas, ellos, intangibles alfiles de nuestra literatura. Ignoro por qué, pero los siento himno de la Sonora Matancera, de los bandoneones, sentencias profundas de  lápidas y  adioses en andenes opuestos.
    Hoy sabemos, que ambos dejaron sus paréntesis en manos del futuro, quizás sus más claros mensajes, la verdadera palabra que atravesó sus páginas, con más fantasmas que cuerpos reales.
    Es lo que entiendo de un viejo encuentro, entre Jorge Luis Borges, argentino, y Juan Rulfo, mexicano. De eso la Revista Marcha, uruguaya, se encargó de traerlo a mi memoria. Qué de fantasmas hacemos la vida, eso ni desestimarlo, por cierto, verdadero, real. No hay dudas que desde muy temprano nos probamos el frac del más allá.¿Cómo ha estado últimamente?, indagó Borges a Rulfo,  a su llegada a México en 1973, después de  subrayarle que no podía ver el país, sino escucharlo.
    -Rulfo: "¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí".
    -Borges: "Entonces no le ha ido tan mal", respondió con su habitual ironía, porque el tema de la muerte en vida y en la literatura, compartían feroz y calladamente, aunque el autor de El Aleph, solía mezclarlo en sus entrevistas sin disimulo, colaba el polvo, como un Cardenal carga su cruz.
    -Rulfo: "¿Cómo así?" , preguntó inocentemente.
    - Borges: "Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales", ordenó las cosas Borges, con su filosofía porteña profunda universal.
    -Rulfo: "Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo".
    -Borges: "Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala"
    Rulfo: "Así ya me puedo morir en serio".

 

Rolando Gabrielli

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