El paro se levanta, los productores
extenuados por la presión oficial suspenden incondicionalmente todas las medidas
de fuerza y vuelven a comercializar granos y carnes. Los transportistas terminan
con los cortes de ruta, se suben a sus camiones y regularizan el abastecimiento
de alimentos. Las góndolas de los supermercados vuelven a poblarse de productos
y todo retorna a la normalidad. Aquí no ha pasado nada.
Este es el idílico final que el gobierno y una porción
considerable de la sociedad imaginan para el conflicto con el campo.
Sin embargo, aunque los hechos se sucedan de la manera
exacta que desea el oficialismo, la Argentina a partir de este conflicto
probablemente sufra un giro con derivaciones de corto plazo muy alejadas de las
del sueño kirchnerista.
Se sabe que el nuestro es un país dependiente de los
dólares del agro. Pensemos entonces qué decisiones pueden llegar a tomar los
productores agropecuarios frente a la nueva campaña agrícola que se avecina.
¿Seguirán aumentando la superficie sembrada como venían haciéndolo en los
últimos años?
Supongamos que se olvidan de las diatribas que la Presidente
y su séquito les propinaron en las últimas semanas y, libres de todo rencor, se
sientan a analizar fríamente los números de la próxima temporada.
Precios internacionales
Aunque entre los analistas y brokers agropecuarios no
haya unanimidad respecto de la tendencia que seguirán los precios agrícolas,
ninguno de ellos presagia una significativa caída. Los más pesimistas hablan de
una baja sostenida pero moderada y la mayoría apuesta a que se consolidará la
suba de las cotizaciones a partir de una mayor demanda de los Nuevos Tigres (
China, India, Brasil, Europa del Este, entre otros) y de una oferta que se verá
limitada por el fuerte incremento de los costos de producción generado por la
escalada del petróleo (Un ejemplo: pese a que el precio del arroz se duplicó en
los últimos meses, productores del Sudeste Asiático han protagonizado
recientemente revueltas contra sus gobiernos por la incesante suba del
combustible y otros insumos).
Es decir que por el lado de los precios no hay nubarrones a
la vista que desalienten la próxima siembra, salvo por un motivo: con las
retenciones móviles a los productores los dejaron sin zanahoria. Ya no tiene
sentido apostar a una suba marcada de precios porque por más grande que sea el
golpe de suerte, el Estado se quedará con hasta 95% de esa tajada. Entonces,
hay poco para ganar y mucho para perder.
Costos
El gobierno tiene razón cuando dice que un productor sojero
hoy vende su grano a un valor más alto que en la campaña pasada con las
retenciones fijas pero se olvida de aclarar —y no parece una omisión ingenua—
que en el último año los valores de los insumos clave como los fertilizantes, el
gasoil (que en el campo no se paga a $ 1,8 el litro sino a $ 3), los
agroquímicos o las semillas que en conjunto representan casi 80% del costo de
producción tuvieron un incremento varias veces superior a esta mejora por su
petróleodependencia. También la mano de obra ha subido considerablemente estando
ya el salario del peón rural por encima de los valores en dólares de la
convertibilidad. Hay que entender que la competitividad del campo ya no se debe
a la devaluación del peso sino a la que sufrió el dólar en los últimos años
contra casi todas las monedas y que derivó en una brusca suba de todos los
commodities.
Como se ve, el balance de costos es marcadamente alcista y el
de las cotizaciones de los granos es, en el mejor de los casos, ligeramente
positivo. Si a esto se le suma el riesgo climático por sequías, inundaciones,
heladas o granizo -de sustancial incidencia en el negocio agropecuario se llega
a un saldo muy poco gratificante para decidir la próxima siembra.
La situación económica-financiera tampoco los apremia a
sembrar porque les queda por vender -paro mediantegran parte de la última
cosecha gruesa (soja, maíz y girasol). Es más, deberán hacerlo pronto porque la
calidad del grano almacenado en los silos-bolsa (los que se confeccionan con
plástico tubular) se deteriora relativamente rápido.
Vemos así que ninguno de los análisis de situación encarados
generan expectativas optimistas para la próxima siembra.
Situación política
El análisis de la actualidad política —que también pesa a la
hora de una inversión— tampoco arroja resultados muy alentadores. Previo a la
crisis, el esfuerzo demostrado por sostener el valor nominal del dólar (aunque
en términos reales se haya derrumbado) había generado en el productor cierta
confianza de que el gobierno, más por necesidad que por amor, se preocuparía por
mantener la rentabilidad del sector. Pero la escalada de violencia verbal y
física de las últimas semanas acabaron por completo con esas expectativas. Ahora
sólo esperan revanchismo e incitación al resentimiento social. ¿Será entonces
que se avecina una estrepitosa caída de la próxima cosecha?
No necesariamente. Aunque el racionalismo iluminista
que dio origen al capitalismo siga siendo el principal motor de las decisiones
empresarias, otros factores -como el sentido de pertenencia a una actividad, el
apego al trabajo, la tradición familiar o, menos prosaica, la imposibilidad de
desarmar ciclos productivos entrelazados- influirán en la toma de decisiones.
También ayuda que no hay a la vista otras opciones para invertir, como la carne
o los lácteos, que sean hoy «el gran negocio».
Tecnología
Más allá de si cae fuerte o no la próxima siembra, lo que es
seguro es que el productor tratará este año de arriesgar el menor capital
posible, ajustando al máximo el paquete tecnológico para producir. Dicho en
otras palabras, utilizará menos fertilizantes, menos agroquímicos, comprará no
la mejor semilla sino la más barata y demorará lo más que pueda la adquisición
de tractores o maquinaria.
No es necesario aclarar qué impacto tendrá en la actividad
agropecuaria -y en la economía del país- la combinación de menor superficie
sembrada con menor uso de tecnología.
Amparado en una justificada redistribución de las ganancias
extraordinarias del campo, el gobierno había logrado apropiarse pacíficamente y
en forma directa de hasta 35% de lo que produce el sector (en forma indirecta se
queda con mucho más). Ahora, podrá conseguir la rendición incondicional de los
productores, levantar los cortes de rutas y normalizar la provisión de alimentos
pero, como cree, no todo será como antes. Su particular manera de «negociar» y
de querer «resolver» el conflicto -que provocó una fractura social cuyas
consecuencias ojalá no desborden el plano económico- no pasará inadvertida para
todo aquel que quiera ampliar o encarar un nuevo negocio en la Argentina.
Juan N. Ferrotti
Ámbito Financiero