En el durísimo conflicto que el agro
mantiene con el Gobierno, está claro que la vieja tradición de los forzudos que
tiran de cada lado de la cuerda para arrastrar al rival a su terreno ha
comenzado a ser reemplazada progresivamente por una cuota (aún pequeña) de
racionalidad, antes de que la cuerda se corte por el medio y de que todos queden
revolcados patas para arriba en el barro.
Aún persisten, claro está, las facciones más beligerantes,
las que dicen desde cada una de las puntas a través de sus voceros más
recalcitrantes, que no se tocará ni una coma de la Resolución 125 (Néstor
Kirchner) o las que aseguran que si continúa la movilidad de las retenciones
"volveremos a las rutas" (Alfredo De Angeli).
Sin embargo, ambas posturas han sido superadas por el
consenso mayoritario, el que ha decidido empezar a recortar las distancias,
aunque con variantes, pese a que los números de las comisiones y probablemente
también los del recinto hoy favorezcan, en trazos gruesos, al oficialismo,
aunque seguramente de modo directamente proporcional se sumarán más diputados,
en la medida en que el proyecto original se flexibilice cada vez más.
Algo menos rígidos, se nota por el lado del kirchnerismo a
los que reconocen, sin reconocer, el efecto confiscatorio del esquema tributario
y buscan otorgar compensaciones que mitiguen sus consecuencias (a hoy,
retenciones directas de 47% sobre el precio equivalen a un impuesto a las
Ganancias de 60%), mientras que los duros del campo ahora bregan porque, al
menos, se retrotraiga la medida al 10 de marzo o que se la suspenda hasta que se
discuta la Ley.
En esta notoria búsqueda de fórmulas de convergencia, que
este fin de semana se ha acelerado, sin embargo hay matices, ya que no sólo se
hacen concesiones en pro del consenso para sumar diputados díscolos del
Frente para la Victoria, sino también para intentar compatibilizar la media
docena de ideas aún inconexas —y algunas hasta antagónicas— que barajan los
opositores, que ciertamente no han logrado plasmar en un proyecto común. Esta
recurrencia aún le da cierto aire al oficialismo desde los números, pero también
desde la certeza de que enfrente no hay oposición, situación que lo envalentona
aún más, sobre todo si sigue siendo percibida por los ciudadanos como una
fortaleza adicional del Gobierno.
Entre los que primeros se abrieron de la locura del matar o
morir, mientras que en simultáneo se pusieron a tejer acercamientos, estuvo el
vicepresidente de la Nación, Julio Cobos. Al ex gobernador de Mendoza, de
quien sus comprovincianos guardan el recuerdo de ser un componedor nato, no se
le han perdonado desde el Gobierno media docena de gestos que lo han convertido,
para la mentalidad del kirchnerismo, en un traidor a la causa: su papel
estelar en el envío del proyecto de Ley al Congreso, la convocatoria que hizo a
gobernadores, las reuniones que tuvo con los dirigentes rurales, De Angeli
incluido, y su frase más rotundamente antikirchnerista, "se necesitan consensos,
no votos", mientras el ex presidente los pedía desaforadamente por televisión.
Este último gesto, sobre todo, puso a Cobos en la lista negra
de Néstor Kirchner. Ya había sido ninguneado el mismo jueves, cuando no se lo
invitó a la Casa Rosada a un acto donde estaba Cristina Fernández y que
involucraba una inauguración de obras en su provincia, aunque después de esa
frase tan directa al corazón del ex presidente se dio la instrucción de
destruirlo políticamente, desde las declaraciones de funcionarios ("los
consensos ya los consiguió la Presidenta en las urnas", acaba de decir el
ministro del Interior, Florencio Randazzo) y desde los insultos de Hebe de
Bonafini, quien los matizó con un pedido de toma de Canal 7 y con un
lamento sobre por qué no se le dieron "gases y palos" a los asambleístas.
Los mendocinos que lo conocen, también dicen de Cobos que no
es un gladiador y mucho menos alguien que contribuya a socavar las instituciones
y que por lo tanto bajará los decibeles, pero habrá que ver cómo reaccionará su
ego de político cuando observe cuánto levantó en las encuestas, a partir de
haberse salido del conflicto para actuar como mediador de intereses, un papel
que muchos le reclamaron al Ejecutivo desde el minuto cero.
Por el contrario, en toda esta pulseada singular, ya está más
que claro que, termine como termine la votación en el Congreso, quien de
ninguna manera saldrá sin salpicaduras de tamaño tironeo es Kirchner, quien ya
ha comenzado a sentir el persistente goteo de cierta diáspora partidaria y
también de ocasionales amigos extrapartidarios. Siendo, como es, jugador del
todo o nada, este nuevo escenario lo pone en la disyuntiva de serenarse
estratégicamente por un rato para no perder apoyos aunque no le guste o de morir
con las botas puestas.
Ya ha sido probado que el ex presidente es un hombre al que
las estructuras partidarias no le sientan. No pudo construir la transversalidad,
ni tampoco un proyecto de partido propio y ahora ha comenzado a ser objetado
desde las filas del PJ por muchos aliados internos que lo apoyaron solamente
porque era el dueño de la chequera y del poder y está poniéndole con la pelea
con Cobos casi fin a la llamada "Concertación Plural". Son muchos los contrastes
y muy fuerte el derrape —y llama la atención— para que le ocurra a un hombre que
ha construido política durante toda su vida, lo que indicaría que, o bien está
encerrado en un peligroso microclima, o que también en cuestiones partidarias no
es lo mismo Santa Cruz que la Nación.
Si Kirchner y Bonafini tropezaron feo, de la hojarasca que
dejaron las caóticas reuniones de catarsis disfrazadas de debate que se llevaron
a cabo en las comisiones de Presupuesto y Agricultura de Diputados durante la
semana emergieron casi como héroes, y responsables principales además de un
vuelco manifiesto de voluntades de diputados oficialistas, los intendentes de
pueblos y ciudades afectadas por el conflicto del agro, quienes coparon el
minúsculo salón de reuniones del plenario el martes pasado, mientras prometen
llegar en importante número esta semana al Salón Azul del Palacio del Congreso.
Cada uno de ellos, quienes contaron la cruda realidad de sus
municipios, transmitió con mucho sentimiento el estado en que han quedado esos
pueblos tras los 100 días de paro agropecuario y dijeron aquello por lo que no
querrían volver a pasar si avanza el proyecto del Ejecutivo. "Tuvimos que
autorizar la faena de animales y la provisión de leche en tambo, para facilitar
la alimentación de nuestra gente", explicó uno de ellos, quien maneja un pueblo
de chacareros que quedó aislado por los piquetes. "Hoy parece una ciudad
fantasma. Nadie compra ni vende nada, no hay horizonte", señaló otro de los
alcaldes, quien añadió que los comercios casi no trabajan y que peligra la
recaudación municipal. Con respecto a lo que puede venir, todos hicieron
hincapié en que si las retenciones no se moderan no habrá futuro y que se
volverá a lo peor de la década del ’90. "Hay que decidir la siembra de trigo.
Quién se va a jugar si no se sabe con qué se va despachar el Gobierno para
cuando haya que levantar la cosecha", explicó otro de ellos, a la hora de hablar
de la incertidumbre de los cambios de las reglas de juego, más allá de la propia
de la movilidad de las retenciones que, por definición, ha terminado con las
coberturas de los mercados a futuro.
A través de esos descarnados relatos, la realidad le estalló
en la cara de muchos legisladores, quienes le deben sus bancas a esos mismos
votantes, ninguno de ellos ni oligarcas ni terratenientes, más allá de que
muchos de ellos tienen todavía a sus familias viviendo en esas ciudades y las
exponen a la indignidad de los escraches. Con un nudo en la garganta, y
desde la supervivencia política, todos comprendieron que si seguían a rajatabla
la disciplina partidaria, quizás el año que viene o en 2011 a lo sumo, iban a
tener que abandonar la placidez de sus bancas. Cómo volver a convencer a sus
votantes después de tamaña defección.
Con la excusa a flor de labios, los justicialistas de Santa
Fe, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Buenos Aires salieron en masa a explicarle
la situación a Agustín Rossi, el jefe de la bancada del Frente para la Victoria,
quien ya sabía que los números no le daban para ser intransigente. Los
intendentes de Santa Fe ya le habían contado cómo eran las cosas en su
provincia. El problema para Rossi fue comunicarle al ex presidente que había 40
rebeldes, lo que le obligó a Kirchner suspender el miércoles un encuentro cara a
cara para disciplinar el bloque. Luego, tras mucho ablande de él y de Alberto
Fernández, consiguió su aval para flexibilizar otros aspectos del proyecto con
compensaciones para los más chicos, pero "sin tocar el artículo 1 y el 2", tal
como instruyó el principal operador del Gobierno.
En toda esta novela, la presidenta de la Nación casi no ha
tenido protagonismo, salvo algunas referencias ideológicas en sus discursos, a
favor de la distribución del ingreso, sonsonete que repitieron las
organizaciones que presionaron el viernes en un acto en la Plaza de los dos
Congresos, como parte del show de las carpas. El problema, decía uno de los
intendentes díscolos, es que "para distribuir hay que tener, porque si no se
invierte no hay riqueza ni retenciones".
Hugo Grimaldi